No temas la censura de la inteligencia china, lucha contra la autocensura de la inteligencia humana

Editorial · Fernando de Haro
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2 febrero 2025
El problema no es si la IA, que no es inteligencia, censura aspectos de la realidad. El verdadero problema es que la inteligencia humana, que sí proporciona verdadero conocimiento y sí usa la razón, se autocensure.

Deep Seek, el modelo de Inteligencia Artificial (IA) desarrollado en China ha dado un giro radical a la carrera tecnológica. Es más barato, gratuito y no tiene secretos (es de código abierto). Al menos eso es lo que parece. Pero la experiencia nos dice que a menudo la información que nos llega de China es incompleta y sesgada cuando no desinformación. Hasta el momento los modelos estadounidenses de IA han requerido decenas de miles de dólares de inversión, muchos chips muy potentes y el empleo también de gran cantidad de electricidad. Para seguir desarrollando la IA norteamericana es necesario más dinero, muchos chips de última generación y cambios en las fuentes de energía. Pero China parece que ha logrado el milagro. Ha utilizado chips menos potentes porque son los únicos que Estados Unidos permite exportar, ha requerido solo 600 millones de dólares y ha gastado menos electricidad.

El David comunista habría derrotado al Goliat capitalista de Silicon Valley y habría pinchado la última burbuja del mercado. En realidad, hay todavía muchas preguntas sin responder para poder certificar que el Gigante Asiático ha conseguido lo que parecía imposible. El modelo chino no hubiera salido adelante si los estadounidenses no hubieran recorrido ya un buen trecho en el desarrollo de la IA. En este sentido, es “heredero” del capital de Silicon Valley. Y probablemente utiliza más y mejores chips de los que dice haber utilizado. Y, para decirlo todo, es mucho menos transparente de lo que asegura ser: los datos usados en el entrenamiento, por ejemplo, no han sido compartidos.

En cualquier caso, desde hace unos días todos nos preguntamos si el futuro de la IA pasa por Pekín. Y eso nos da miedo. Amenaza nuestra privacidad. El modelo chino habría usado todos los datos que hasta el momento tiene ChatGPT de sus usuarios, de escritores, periodistas y productores de contenidos. Nos atemoriza la idea de que esa información esté en manos de un sistema autoritario/totalitario. Pero conviene recordar que tampoco las empresas de Silicon Valley se han distinguido por el respeto a esa privacidad.

Nos asusta también que Deep Seek se rija por los criterios de la censura y que tenga un sesgo político contrario a los valores de Occidente. ¿Qué puede significar eso en un mundo en el que las democracias cada vez son más débiles? Estamos hablando del desarrollo de lo que parece una nueva forma de “conocer”.

Pero el problema no es si la IA, que no es inteligencia, censura aspectos de la realidad. El verdadero problema es que la inteligencia humana, que sí proporciona verdadero conocimiento y sí usa la razón, se autocensure. La inteligencia humana no solo procesa datos, se deja impactar por ellos, y cambia de método para comprender su significado de una forma que no se puede reproducir. La inteligencia, la razón humana, aplica herramientas diferentes cuando trata de comprender la composición química de un meteorito, el valor de una sonata o la trascendencia de un beso. La versatilidad es lo que distingue a nuestra inteligencia. La versatilidad y un estado de crónica frustración al reconocer que hay siempre una nueva incógnita que no se consigue resolver. El problema de la incógnita sin resolver no es solo una cuestión de filósofos o de astrofísicos. Es el problema cotidiano que nos asalta cuando constatamos que la insatisfacción es nuestra más fiel compañera. El reto es no autocensurarnos en el uso de nuestra inteligencia, de nuestra razón. Hubo un tiempo en que esa autocensura era impuesta por el racionalismo ilustrado. Ahora esa autocensura se alimenta con formas de religiosidad/laicidad que destruyen o minusvaloran la pregunta, con formas de asociación (ideologías sin ideología siempre a la contra, iglesias, naciones) que prometen acabar con la soledad y actúan como anestesia del drama de la existencia.

 

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