No hay política sin estética
La campaña electoral francesa ha movilizado a Kylian Mbappé y a otros 200 deportistas. Veremos si consigue motivar a los electores. La tormenta política que sacude el país y, por contagio, el resto de Europa después de que Le Pen ganara en las europeas, se ha producido con una participación de menos del 52 por ciento. Casi la mitad de los franceses no acudió a votar. Es ya una constante. En las legislativas de 2022, la abstención fue de casi el 54 por ciento. Ese mismo año, la segunda vuelta de las presidenciales francesas solo llegó a una participación del 72 por ciento, fue la más baja de las cinco últimas décadas. Desde hace años se decide el destino de Francia mientras muchos electores que se quedan en casa.
En una reciente entrevista publicada en La Civiltà Cattolica, Marta Cartabia, la ex presidenta del Tribunal Constitucional italiano, señalaba que es cada vez más frecuente que el partido que gane las elecciones sea el de los que no votan. La tendencia va en aumento, sobre todo, entre los jóvenes. Los que votamos, a menudo, no pensamos que lo que hacemos tiene que ver con nuestro destino personal. Crece la desafección hacia los políticos. “No nos representan”- Ese fue el grito del movimiento del 15 M, el de los indignados. Los votantes abandonan la política porque la política los abandonó primero. Y los que se vuelven a “conectarse” lo hacen porque pertenecen a una comunidad que practica la “solidaridad hostil”. Vuelven a la política porque quieren luchar contra los otros, contra los progresistas o contra los conservadores.
Podemos intentar solucionar esta crisis cambiando los programas escolares. Podemos introducir muchas horas de educación cívica para explicarle a los jóvenes el “valor objetivo” que tiene la participación en la vida pública. Podemos hacer repetir curso a los jóvenes que muestren poco entusiasmo con el “catecismo de las verdades democráticas” y sigan encerrados en el subjetivismo del descontento. Por esa vía el fracaso está garantizado. Lo más probable es que ese tipo de solución aumente el problema. No hay método educativo más inútil y contraproducente que el método que se apoya en razones extrínsecas. El convencimiento solo es posible cuando las razones se han hecho propias del que las utiliza.
¿Qué hacemos entonces? Ni la sana doctrina democrática ni el resentimiento pueden ser motores del cambio. Los jóvenes no votarán y los adultos dejarán de votar si la política no recupera el brillo de las cosas verdaderas. El mundo que hemos dejado atrás estaba dominado por luchas para conquistar el poder que eran a menudo muy feas. Pero ese mundo no era impermeable a la estética desinteresada que lo mantenía en pie. Ahora nos hemos quedado solo con los intereses y con los valores, es decir con el cinismo o con un voluntarismo triste y oscuro. Ya nada es gratis. La estética no acompaña a los grandes ideales y se considera algo superfluo.
Pero sin estética no habrá estima por la política. No queremos una estética que convierta al gobernante en un artista. Eso sería darle un poder que no debe tener. Se trata de aprender de nuevo, con un realismo hermoso, lo que es común. Decía Arendt que juzgar -lo bueno, lo malo, lo bello, lo sublime, etc. – es la más política de las facultades humanas. Si yo digo que una canción Taylor Swift es hermosa y reveladora, no solo estoy diciendo lo que siento, estoy intentado que otros reconozcan ese valor. Y como no tengo una regla que me permita imponer esa experiencia debo apelar a la experiencia del otro. Solo se puede universalizar la experiencia a través de la comunicación, “tengo que narrarme”. Solo poniéndome en el lugar del otro puedo pretender aclarar como yo aprecio las cosas. En ese diálogo se enriquece la mirada de los dos y se ensancha un sentido común que compartimos cada cual desde su diferencia. Esa es la estética de la política.