No es un voto, es un puñetazo en la mesa

Mundo · Ángel Satué
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4 julio 2024
Lo más plausible es que existe un cabreo generalizado. Sin embargo, sucede que este cabreo será instrumentalizado por los partidos radicales, cuya máxima preocupación es respirar fanatismo.

Una joven caminaba por una castiza calle madrileña mientras grababa un mensaje de voz. Decía que aquella tarde haría halterofilia con tranquilidad. No pude por menos que darle las gracias porque acababa de surgir este artículo. Me quedo también con el furtivo varón que desde un balcón la seguía, mientras regaba con regadera las plantas y con su mirada la calle.

Nunca he practicado halterofilia. Desconozco si es posible estar tranquila mientras se levanta un peso y se moldea la figura, como un inglés cuando toma un té, o como Cameron tarareando cuando anunció que dejaba eso de Prime Minister.

La cuestión es que en la primera vuelta de las elecciones legislativas francesas, el partido de Le Pen ha ganado con tranquilidad, y el de Macron ha quedado tercero -perdido-, también con tranquilidad, tras una convocatoria electoral muy “a lo Sánchez”, que de todo se aprende. La tendencia desde las pasadas elecciones europeas del mes de junio es una subida de la extrema derecha y un hundimiento de los partidos moderados. La participación electoral, esta vez, bastante alta.

Cuando uno vota a la extrema derecha con tranquilidad, o a la izquierda radical de Mélenchon, puede significar dos cosas.

Que se desconoce la historia absolutamente, lo cual, es difícil de creer, o que existe un generalizado cabreo, que es lo más plausible. Sin embargo, sucede que este cabreo será instrumentalizado por los partidos radicales, cuya máxima preocupación es respirar fanatismo, por una idea. Educación, sanidad, empleo, la industria, el campo, la energía, la autoridad, la inmigración… todos son medios para un fin, por lo general, hegemónico. El votante, pasa a ser otro medio para tal finalidad.

En la sociedad del momento, de vivir el presente, y del mindfulness el ciudadano francés, cabreado, e irresponsable, no ha pensado en las consecuencias de su voto, porque no es un voto, es un puñetazo en la mesa, un punch de boxeo. La urna es el saco. Pero la patada la dan al conjunto de los demás ciudadanos, franceses y europeos.

Esto nos lleva al reciente artículo en El País, donde Jose María Lasalle comparte la idea de que el ideólogo dominante en este tiempo, en la derecha, es Carl Schmitt, y no le falta razón. El eje amigo-enemigo se ha vuelto el marco mental para comprender el debate político, que deja de ser debate y es gallinero de teatro del Siglo de Oro, con profesionales del abucheo y de la denostación. Pero ahí había obras de ingenio, que miraban a los clásicos.

¿Hacia dónde se mira ahora por el pueblo francés (el europeo mira hacia Francia)? Hacia ningún sitio, pero con mucha halterofilia y mucha tranquilidad. Tal es el estado de la conciencia de los europeos franceses, que por haber votado así, son europeos y luego franceses, y son la caja de resonancia de una sensación que describió antes de morir en 2021, por el COVID, el filosofo francés Jean-Luc Nancy: la sensación de estar perdidos. Aplicable a Europa en su conjunto, mientras, sin embargo, por otro lado, se une como nunca como consecuencia de la guerra de agresión rusa sobre Ucrania. Una paradoja para los politólogos.

Pero la gente si vota así, comparto con Nancy, es porque se siente perdida, no escuchada, ni tenida en cuenta, aislada. Como buen filósofo, nos alumbraba el camino con una eventual propuesta de “solución”: cabe hablar de otro tipo de contagio, a parte del miedo o las amenazas a la libertad tras la pandemia; para Nancy sería que el contexto actual podría suscitar “una novedad espiritual (…) a través del espíritu del mundo”, de manera que como pasó en el pasado, de pestes y de guerras, salieran proyectos e ideas que alumbraran la Humanidad.

Apuntaba al resentimiento como situación que se da “cuando no se puede aguantar más”, pero no a nivel personal, sino a nivel de una situación insostenible que no permite a las relaciones (sociales) el sustento.

Decía otro francés, Giscard D´Estaing que la justicia consistía en eliminar la miseria, hacer desaparecer los privilegios y luchar contra las discriminaciones.

Pues bien, una amplia parte del pueblo francés se siente más mísero que antes, ve a otros privilegiados, y se siente discriminado.

¿Qué le queda al liberalismo y al marxismo, criticado por Giscard, para hacer frente a la extrema derecha? Nada. Absolutamente nada que oponer. Porque trataron de sustituir (crear) la religión, y olvidaron que no es el sujeto el que crea a Dios, sino que la revelación va de arriba hacia abajo. No tienen mimbres para entender al hombre, porque este es persona. Y la persona es más que materia, y no todo es economía y gestión (Mounier).

¿Cómo se gestiona la herencia de las colonias africanas y la inmigración masiva e interesada a la metrópoli? ¿Cómo se evangeliza desde el púlpito laico a los musulmanes que vienen? ¿Cómo se convive en una sociedad plural donde millones de inmigrantes se sienten de segunda y discriminados, y muchos más millones se sienten tocados por la decadencia industrial, por una globalización que si bien exitosa en términos generales, tiene descartados en Occidente (Garicano)?

En Francia el pacto se ha roto. Y la Agrupación Nacional francesa no es ni siquiera un zapatero remendón. Es como un boli BIC de los 50, que sigue siendo igual en los años 20 de este siglo. Al partido de Le Pen le pasa lo mismo, que sigue siendo el mismo, pero con más votos.

Es cierto que la clase media no promociona en sus trabajos, los pisos son caros y las parejas inestables, los precios suben y los sueldos no, la competencia es global, y la información viaja más rápido que nunca, la riqueza se la llevan pocos primeros jugadores globales, y dejan poco para el resto al ser un mercado global, y las presuntas ideologías moderadas, por liberales, han transitado por sendas antropológicas que se han visto enemigas de la felicidad humana (¿es más feliz un hombre que ha mutado a mujer, o es más feliz una madre sin pareja, no digo marido, con dos hijos de un donante desconocido, sin monumento ni llama? ¿es más feliz el anciano sin familia que trabajó y trabajó, y viajó y viajó, o aquel que tuvo mil camas con sus mil bocas?).

Rotos los puentes, quemados los barcos, impugnado el sistema desde las tres patas de la mesa, aunque más fuertemente por sus patas extremas, cabe preguntarse si es posible aun ganar algo de confianza, en qué se puede ganar y por quienes.

En esta pregunta y en su respuesta, está el destino de Francia y de Europa. Dar lo mejor y estar preparados para lo peor, es la mejor palanca para una acción posibilista y realista. En el país de Calas y de Dreyfus, todo es posible. Por cada Calas, un Voltaire. Por cada Dreyfus, un Zola.

Los franceses van a probar que una sociedad basada en la desconfianza y en el engaño es el caldo de cultivo para “algo hegemónico” (Dahl). Se pasará del pesimismo, y del resentimiento, al revanchismo. Y se cambiarán las leyes, incluso los delitos, y la gente se sentirá perdida.

El mundo exige descansar casi plenamente en la buena fe y en la confianza de que el Sol saldrá mañana, que mis padres me quieren y se quieren y que el billete es dinero. Y sobre todo ello, en que soy amado por Dios desde el principio de los tiempos, sea de Somalia o un parado minero.

Si algo va mal, la pregunta responsable, el juicio de un ciudadano francés republicano, le ha de llevar al compromiso, a la generación de procesos de confianza, a la participación en todos los niveles, pero el voto al que escucha mis lamentos no es que sea lo fácil, es que es halterofilia con tranquilidad. Es simplemente inmaduro. Y es posible que Francia y Europa estemos en plena adolescencia de una nueva sociedad global porque, si algo va mal, ¿por qué apostarlo todo a que vaya aún peor?


Lee también: ¿Qué futuro para Europa?


 

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