Múltiples batallas mexicanas

Mundo · PaginasDigital
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5 junio 2013
El pasado 19 de mayo, el diario El País publicó un reportaje sobre ´La Ruana´, un pueblo de 10.000 habitantes en el estado de Michoacán, en México, cuyo nombre oficial es Felipe Carrillo Puerto. Foto del reportaje de El País

La Ruana, pueblo sitiado por dos tipos diferentes de autoridades, parece un pueblo desierto, fantasma, hueco, en el que apenas viven almas según un mínimo comercio y una mínima actividad agrícola. ´Los caballeros templarios´, un cartel de narcotraficantes, es el primero de los grupos que ejerce su autoridad en ese lugar. Extorsiona a los habitantes a pagar cuotas, los amenaza de muerte, los mata. Con ello controla la pequeñísima economía local y las vidas de los habitantes. La segunda autoridad en la fila es el grupo de autodefensa que los habitantes de La Ruana han organizado para protegerse a sí mismos. Está ya en plena confrontación con el narcotráfico y se está haciendo cargo de oponer algún tipo de resistencia relativamente organizada. Lo que se echa en falta no son, pues, autoridades, sino la presencia y realidad de la que habría de ser la única necesaria: la del Estado.

Si bien el municipio de Felipe Carrillo Puerto aparece en los controles y los archivos y los documentos y las constituciones del Estado mexicano, el Estado mexicano no está en Felipe Carrillo Puerto, como igualmente no está en centenas de lugares completamente tomados por el crimen organizado. La Ruana no es la primera comunidad mexicano que confía más en sí mismo que en el Estado. El caso paradigmático es el de Cherán, otro municipio, también en Michoacán, que ya desde hace un par de años ha tomado control de sus fronteras, armado su propia policía y autonomizado su sistema democrático.

Si bien Cherán ha logrado reglarse medianamente a sí mismo, hay un sinfín de comunidades que no son tales, que son meros lugares sin ciudad, sin una norma que regule la hybris excesiva de la violencia y el despojo. México, en su irregularidad, enormidad y riqueza geográficas, no goza de una unidad que permita que su gente pueda habitar mundo, entre otras muchas cosas porque no hay un Estado que sea capaz de regular el tráfico de armas, controlar la violencia o regular el uso y el consumo de drogas.

Si bien el problema se desató hace siete años, con la lucha que irresponsablemente comenzó el ahora ex presidente Felipe Calderón, la realidad de la enfermedad viene gestándose desde hace decenios, en los que el PRI -el actual partido en el poder-, enmascarándose en una supuesta paz urbana, permitió que fueran creciendo poco a poco, como orquídeas parasitarias, las redes de corrupción y clientelismo que negociaron con el narcotráfico y que le permitieron crecer hasta la metástasis.

En México se libran varias batallas, ya se ha dicho varias veces: la del Estado -cuando lo hay- contra el crimen, la del crimen contra sí mismo y la del Estado contra el Estado corrupto. La corrupción nutre a todos pero especialmente grave es esta última: mientras en el Estado haya bandos y suciedad y porquería, será imposible formar un aparato de seguridad confiable que confronte inteligentemente a las bandas organizadas y a la violencia que hace mucho tiempo abandonó toda proporcionalidad. Urge limpiar y reformar éticamente al gobierno.

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