Meeting: la amistad como patrón
Da sus primeros pasos una nueva edición del Meeting de Rimini, en esta ocasión bajo el lema “La existencia humana es una amistad inagotable”. Tendremos ocasión de comprobar en los múltiples encuentros y exposiciones de estos días, si la referencia que los preside -en este caso la amistad- tiene un valor generativo. No estamos dispuestos a renunciar al ideal. En esto todos estamos de acuerdo. Pero a menudo ese ideal se convierte en un elemento externo, añadido a una acción y a una experiencia que ya están preconstituidas. El ideal fácilmente deja de ser el código genético que determina el desarrollo de cada célula del organismo y se recupera cuando el proceso de gestación está concluido, cuando ya es solo la forma externa de la criatura puesta en el mundo. Entonces aporta poco, no es original.
“La existencia humana es una amistad inagotable”. En este comienzo del siglo XXI, en el que el yo -la autoconciencia– es la frontera para casi todo, para la tecnología (Inteligencia Artificial), para la ciencia (neurología) y para la política (segmentación identitaria), sostener que el patrón de la vida es la amistad supone adoptar un punto de partida optimista, esperanzado, positivo. No es lo normal. Del mismo modo que el ideal suele trasladarse a las formas externas, el optimismo suele desplazarse de la experiencia original a las consecuencias, a la acción. Es decir a la influencia económica, a la conquista de una cierta parcela de poder. El punto de partida positivo solo se mantiene como criterio sistemático gracias a una alegría imprevista, renovada. Una alegría valorada, con sencillez, más que cualquier proyecto, cualquier principio o que cualquier esquema. Lo habitual, más en estos tiempos, es estar determinado por una inseguridad, por un pesimismo del pensamiento, por un miedo a la experiencia, que solo parece resolverse con el espejismo de un optimismo basado en lo que se puede llegar a construir. Siempre tenemos demasiada prisa para entrar en lo que nos parece real, en lo que nos parece concreto, es decir en lo que hacemos nosotros. Y lo que hacemos nosotros suele tener dosis muy pequeñas de realidad.
“Amistad inagotable”. Amistad con el mundo, con las personas, con uno mismo. La amistad con el mundo nace de una sorpresa, del agradecimiento de un corazón inteligente al que los elementos de la biosfera se le presentan regalados y, por eso, abiertos como señales. La existencia es amistad con el mundo cuando la inteligencia humana no se confunde con la capacidad de realizar un determinado plan.
La amistad con las personas se nutre de esa insatisfacción, de esa gloriosa tristeza que el amigo mantiene viva. La gloriosa tristeza que no está dispuesta, que no puede conformarse con la presidencia de la República, el trono del emperador, o un paraíso lleno de bellas doncellas.
La amistad con uno mismo es uno de los más escasos bienes en este mundo dominado por el miedo a la intangibilidad del yo. Un mundo secularizado en el que la política, las iglesias y la cultura buscan autoridades externas, instituciones, garantías jurídicas para evitar riesgos. La amistad con uno mismo solo es posible a través de la libertad y por eso, esa amistad, es la única fuente de libertad. Surge en ese espacio en el que cada uno se recibe a sí mismo, se recibe dominado por un afán de hermosura y de verdad que es irrefrenable, imparable. La amistad con uno mismo solo surge de una experiencia personal que el poder, los poderes de este mundo, y la fuerza de la costumbre, quieren sofocar. “Amistad inagotable”.
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