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Meeting de Rímini: nuestra herencia no viene de ningún testamento

Editorial · Fernando de Haro
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19 agosto 2017
“Nuestra herencia no proviene de ningún testamento”, decía el poeta surrealista René Char. Y, sin embargo, desde que estallara la crisis de las subprime hace diez años y desde que la globalización económica ha hecho notar sus efectos en todo el planeta, no se habla más que del testamento. De los testamentos legados por un pasado que se recuerda con nostalgia, como una época dorada. Sería la recuperación de ese pasado el que permitiría tener una identidad fuerte ahora que las soberanías nacionales están diluidas y solo impera el mercado. Esta operación está en la base de muchos de los fundamentalismos que han crecido a comienzos del siglo XXI.

“Nuestra herencia no proviene de ningún testamento”, decía el poeta surrealista René Char. Y, sin embargo, desde que estallara la crisis de las subprime hace diez años y desde que la globalización económica ha hecho notar sus efectos en todo el planeta, no se habla más que del testamento. De los testamentos legados por un pasado que se recuerda con nostalgia, como una época dorada. Sería la recuperación de ese pasado el que permitiría tener una identidad fuerte ahora que las soberanías nacionales están diluidas y solo impera el mercado. Esta operación está en la base de muchos de los fundamentalismos que han crecido a comienzos del siglo XXI.

En nombre del pasado, el salafismo quiere recuperar las tradiciones medievales del Golfo Pérsico. Pretende universalizarlas y convertirlas en la forma definitiva de un islam que se siente agredido por la modernidad. También en nombre del pasado el movimiento nacionalista hindú, que gobierna al 20 por ciento de la población mundial, y que ha crecido con la ruptura de las barreras culturales, pretende mantener estable un sistema de castas. Tiene 5.000 años -aseguran sus responsables-, ¿por qué tenemos que cambiarlo? Los tiempos pretéritos son, de igual modo, los que se invocan para conseguir un rearme moral que responda a las nuevas ideologías de la deconstrucción. El Meeting de Rímini ha comenzado este domingo. Tiene como lema: “Lo que heredaste de tus padres, vuelve a ganártelo para que sea tuyo”. Habla de una herencia pero, por lo que hemos visto en su arranque, no parece que sea una simple reivindicación del pasado.

En realidad, es imposible fundar una identidad en un testamento que per se tuviera la fuerza de mantenerse en pie. El hecho de que se invoque continuamente el pasado es la mejor constatación de que la tradición se ha roto. La tradición, cuando estaba viva, siempre era algo del presente. Se habla mucho de testamento, de legado, porque está perdido.

El fracaso para transmitir la tradición europea que se produjo hace décadas en la mayoría de nuestros colegios o la impotencia de muchas familias musulmanas para transmitir la pertenencia a una comunidad islámica, en un contexto occidental, ha provocado que los mercados de las ideologías coticen al alza las “identidades de sustitución”. Son barnices baratos, pertenencias virtuales que no tienen capacidad para desafiar la razón ni para sostener la fatiga del vivir. Muchos de los nuevos terroristas yihadistas, antes de atentar en nombre del Corán, se han dedicado a la droga y alcohol. No vienen de ninguna historia consistente relacionada con el islam. Cuanto uno más bucea en los orígenes del islamismo político suní y chiita, más se encuentra la pista del pensamiento revolucionario y rupturista que se enseñaba en las universidades europeas hace décadas. Lo mismo sucede con el hinduismo ideológico fabricado en el Reino Unido con los moldes del nacionalismo del XIX.

La historia de la ruptura de la tradición es larga en Occidente y, por extensión y por contaminación, en el resto del mundo. Musulmanes, nacionalistas hindúes, indigenistas latinoamericanos, liberales y conservadores occidentales… somos genéticamente modernos. Más lo somos cuando más lo negamos. Lo moderno es una escalera ascendente que, desde antes de la Revolución Francesa, pasando por el 68, hace imposible la confianza rutinaria en un testamento. El romanticismo que se levantó en el siglo XIX como gran respuesta al pensamiento liberal no fue sino un certificado de defunción.

Una reclamación del pasado como la que hacen tantos defensores de las identidades cerradas, dominados por el miedo a la globalización, nacionalistas o historicistas en búsqueda de un falso refugio, no es más que una reacción histérica. ¿Y además quién la quiere?

Modernos sí, claro que sí. Y moderno significa no dar nada por verdadero, no aceptar nada como cierto, no prestar adhesión a propuesta alguna que no haya sido sometida a la soberana libertad, al soberano examen de cada cual. En su magnífico libro “Entre el pasado y el futuro”, Hannah Arendt explica que, en el choque entre las fuerzas del pasado y del presente, solo hay una brecha, la de la persona, la del sujeto libre que puede convertir en herencia útil lo que de otro modo no sería sino el peso de un testamento inhumano. La clave del lema del Meeting de Rímini de este año está, en una palabra, quizás en un par de letras: “riguadagnaTElo”, vuelve a ganárTElo.

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