Marxismo opulento

Sociedad · GONZALO MATEOS
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27 abril 2023
No es cierto que haya que evitar volver a los sitios donde uno ha sido feliz. Acudir a la Facultad de Derecho de la Complutense para debatir sobre filosofía y política tiene mucho de placer personal impagable. El motivo fue un doble encuentro con Masssimo Borghessi.

El primero fue la presentación de su último libro en español (brillantemente traducido por Ana Llano) sobre el recorrido filosófico de Augusto del Noce (1910-1989), el pensador católico italiano que, olvidado por algunos y manipulado por otros, se confrontó con las ideas de su época en un lúcido diálogo con sus contemporáneos.

Del Noce niega que la historia humana se deba explicar a través de las circunstancias materiales. Para entender una época hay que entender el ideal que la permea y la inspira. Nacido en una familia orientada hacia los valores tradicionales se dio pronto cuenta que faltaba su fundamento. Y eso le llevó a la filosofía, la moral y la política, desde la fe y el uso de una razón siempre abierta que debe contar con la libertad como premisa.  Su originalidad consistió en que siempre lo hizo desde el presente, partiendo de la historia, intentando estar a la altura de los tiempos en los que vivía. Su pensamiento no intentaba cambiar la realidad sino contemplarla con el fin de comprenderla. Un itinerario insólito que le llevó a una inteligente legitimación crítica de la modernidad que le permitió anticipar algunos de los retos políticos que afrontamos hoy.

Su tiempo sufrió la degradación de las ideas a la fuerza. Los totalitarismos necesitaban cambiar el mundo porque partían de un juicio negativo de una realidad sin orden ni justicia, que debía ser modificada, corregida, incluso mediante la revolución. Fascismo y comunismo derivaron en formas de activismo político donde casi todo era un obstáculo a derribar. Un espíritu de violencia donde el objetivo es el éxito en el dominio de la sociedad. Ya no hay naturaleza ideal en el hombre, sólo naturaleza histórica, producto del devenir del proceso social.

¿Cómo definir entonces el ideal de nuestra época? Del Noce habló en su última etapa de lo que denominó como una sociedad opulenta, tecnocrática, permisiva, consumista o del bienestar. Una sociedad que aceptaba todas las negaciones del marxismo contra el pensamiento contemplativo, religioso o metafísico, que aceptaba la reducción de las ideas a instrumentos de producción, pero que renunciaba a sus aspectos revolucionarios. Tras abrazar las ideas de su enemigo, el espíritu burgués se ha impuesto en su estado más puro. Una traducción empirista e individualista del marxismo. La historia contemporánea es a la par la historia del éxito del marxismo y de su fracaso. Un marxismo triunfante que fracasa simultáneamente al mutar en un nihilismo carente de dramaticidad.

En esta sociedad opulenta el progreso se dirige a la conservación del orden social burgués. La sociedad ha hecho propia la irreligión post-atea, no como consecuencia del progreso tecnológico, sino como resultado de un proceso mimético mediante el cual la sociedad burguesa imita a la adversaria comunista para vencerla en su mismo terreno jugando la carta ganadora del materialismo.

El seguimiento del debate público que presenciamos hoy hace evidente que cuando el ideal del hombre y de la sociedad se reduce a lo material, la política se envilece y pierde todo su atractivo. No existe un orden sobre el hombre, más bien es el hombre quien construye el orden, creando su propia condición humana. La razón queda reducida a mera razón instrumental, y la teoría queda sometida a la praxis. Antes de buscar comprender al mundo, lo que se pretende es construirlo, cambiarlo desde la ideología y grupo propio. Es el mito de la humanidad adulta que niega su finitud. Ya no hay lugar para preguntas que no pueden responderse, no hay espacio para los ideales trascendentales ni para las ideas inútiles. Ya no hay lugar para la dramaticidad existencial, ni para el asombro ni la contemplación de la belleza.

Esto convierte a la historia el lugar para la absolutización de la esperanza de los hombres. Lo sagrado de la religión se traslada al campo político. La democracia deja de tener ningún componente ideal, se vacía del contenido liberal humanista que lo podría sostener. Lo político absorbe lo ético. Ya no hay distinción entre lo interior y lo exterior. La esfera civil culmina su proceso de divinización.  La política se apodera de todo. También de la cultura. Todos los aspectos de la realidad se interpretan en términos de narrativa política que se convierte en el criterio interpretativo de todos los aspectos de la vida social. Y la política no puede más que ejercerse más que en las trincheras de una guerra de facciones.

Los últimos episodios de la izquierda de inspiración marxista (en especial Unidas, Podemos o Sumar), y su reacción especular desde posiciones de la derecha, ha convertido todo en un barrizal burgués, una batalla de grupos minoritarios que aspiran a llevar a cabo sus utopías a ras de suelo. Nada de revolución y mucho de búsqueda de moqueta y reclamos a los sentimientos. A quien intente elevarse se le acusa de haberse pasado de bando. Ideas intercambiables enmascaradas en un marketing atrayente. Una política carente de escrúpulos, sin debates, doctrinas o programas. El voto se ha decidido ya de antemano por identidad o interés particular. Mi papeleta a quien más me beneficie, proteja o apoye. También nos pasa a los católicos, tanto los denominados progresistas como los conservadores, si tiene ya sentido tal división. A los jóvenes, desaparecido ya el ideal, parece no les queda otra opción que el cinismo de conseguir el éxito de cualquier manera, y un pesimismo tal sobre el futuro que les lleva al consumismo, la ansiedad y la falta de razones y de voluntad para generar. No hay preguntas, no hay respuestas.

Pero la tarde nos deparó una sorpresa. En un salón de grados repleto de alumnos pudimos escuchar un diálogo entre la agnóstica exalcaldesa comunista de Madrid Manuela Carmena y el filósofo católico Massimo Borghessi en torno a la persona y la doctrina social del Papa Francisco. Ambos coincidieron en que era el momento de dejar la vieja política de confrontación y, discerniendo juntos, construir proyectos comunes. Pidieron una democracia que atienda a las personas y ejerza el abrazo basado en el reconocimiento de la igual dignidad de todos y la compasión como fuente de convivencia. Una vuelta a la política para comprender, desde dentro, las ideas de los contrarios captando sus exigencias y contradicciones. Una política atractiva capaz de sacarnos del sopor. En los últimos años de vida Del Noce dejó la pregunta sobre la posibilidad de una revitalización del sentido religioso y la de un ideal de democracia como persuasión y no violencia. Me lo imagino a gusto escuchándonos a todos en la Facultad de Derecho.

 

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