Mandela también contra el Sida

Mundo · Nicolás Jouve, Catedrático de Genética
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11 diciembre 2013
Tal vez Sudáfrica sea el último y el más significativo ejemplo de la sinrazón y la falta de fundamentos de una lacra tan inhumana como lo ha representado la esclavitud y el racismo a lo largo de la historia, pero muy especialmente en el siglo XX, y de una manera extremadamente dura en Sudáfrica hasta la llegada de Nelson Mandela (1918-2013).

Tal vez Sudáfrica sea el último y el más significativo ejemplo de la sinrazón y la falta de fundamentos de una lacra tan inhumana como lo ha representado la esclavitud y el racismo a lo largo de la historia, pero muy especialmente en el siglo XX, y de una manera extremadamente dura en Sudáfrica hasta la llegada de Nelson Mandela (1918-2013).

El líder sudafricano, acusado de “sabotaje” por el régimen del apartheid en 1964 sufrió un largo cautiverio durante 27 años -el prisionero número 466/64-, lo que lejos de llevarle al rencor y deseo de venganza, le infundió madurez, energía e inteligencia para afrontar una situación injusta de privación de libertad. Así fue hacia sus propios carceleros durante el tiempo de su reclusión y así se manifestó tras su liberación, a partir de febrero de 1990, para regenerar y reconducir a su país. Poco después de su liberación, el 26 de junio de 1990, pronunció un discurso en una sesión conjunta de las dos cámaras del Congreso de los Estados Unidos. En el mismo denunció la situación de la sociedad en su país con afirmaciones tan categóricas como las siguientes: «Negarles a los pueblos sus derechos humanos es cuestionar su propia humanidad. Imponerles una vida de miseria, hambre y privaciones es deshumanizarlos. Pero tal ha sido el destino terrible de todas las personas negras en nuestro país bajo el sistema del apartheid». En otro lugar de su discurso señaló: «Uno de los beneficios para el resto del mundo será que esta compleja sociedad sudafricana, que no ha conocido otra cosa sino el racismo durante tres siglos, se transforme en un oasis de las buenas relaciones raciales, donde el negro sea hermano del blanco, un compañero sudafricano, un ser humano igual, ambos ciudadanos del mundo. La justicia y la libertad deben ser nuestra herramienta, la prosperidad y la felicidad nuestra arma». El gran mérito de Mandela es el haber sabido darle la vuelta a un grave problema social de su país como un ejemplo para todo el mundo. El 10 de mayo de 1994, Nelson Mandela fue consagrado primer presidente de Sudáfrica tras las primeras elecciones presidenciales realizadas por sufragio universal. Fue el primer presidente negro de la historia de Sudáfrica.

Lo importante del caso es que el sometimiento de unos pueblos a otros, por razones de carácter racial, era y en algunos lugares sigue siendo, un viejo problema de graves consecuencias para la paz y la igualdad entre los hombres. Lo fue en particular en EE.UU. y afloró en la Europa nazi a mitad del XX, con las consecuencias de todos conocidas. Las explicaciones al recismo habrá que encontrarlas en razones de carácter histórico o económico, pero con independencia de los pretendidos fundamentos culturales o filosóficos, carece de cualquier fundamento de tipo biológico y moral. No hay razones científicas para afirmar que por una u otra razón, los negros son inferiores a los blancos o que son menos inteligentes, o cualquier otro desatino semejante. Las diferencias biológicas entre las personas, blancos y negros, se ciñen a unos cuantos genes implicados en el color de la piel, el cabello rizado y algunos rasgos anatómicos más, sin implicaciones, como se ha pretendido justificar en el coeficiente intelectual o en el comportamiento. Pero entiéndase, que cuando hablamos de diferencias en unos cuantos genes no nos referimos a que tengan más o menos genes los blancos que los negros o viceversa,… son exactamente los mismos, unos 21.000 tras culminación del Proyecto Genoma Humano. Tampoco se puede hablar de genes mejores o peores, error interpretativo de los datos de la ciencia, que dio pié a la “eugenesia social” que se extendió a finales del siglo XIX y principios del XX en los EE.UU. Todos los seres humanos pertenecemos a la misma y única especie humana Homo sapiens, limitándose las diferencias a la diversidad de los tipos de variantes de los genes (alelos) que posee cada persona. De la falta de moralidad del racismo baste señalar que nadie tiene derecho a considerar al otro como un medio y que esclavizar, utilizar o disponer de la vida de otra persona contraviene el bien fundado principio de que cada persona es un fin en sí mismo. Es contravenir “el principio del reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”, tal como empieza la Declaración Universal de los Derechos Humanos proclamada en la ONU en 1948.

A Nelson Mandela por su denodada lucha a favor de la igualdad de negros y blancos se le concedió el Premio Nobel de la Paz en 1993, por lo que viene bien recordar a otro gran benefactor de la humanidad que había recibido la misma distinción en 1970, el genetista americano Norman Borlaug (1914-2009), considerado el padre de la “revolución verde” y de la agricultura moderna. Borlaug recordaba en sus discursos, una y otra vez, que en la especie humana Homo sapiens no hay más que una raza, la “raza humana”. Borlaug fue un ingeniero agrónomo que trabajó en la producción de nuevas variedades de cereales por métodos genéticos. A principios de los años sesenta fue enviado por la FAO a la India y a otros países asiáticos afectados por una gran hambruna. Allí, llevó a cabo cruzamientos entre razas enanas de trigo procedentes de Japón con variedades de occidente y consiguió multiplicar por diez las cosechas de trigo en la India en tan solo cinco años. Países, como Pakistán, Bangladesh, Turquía y otros que aplicaron sus técnicas y sus variedades en años posteriores a 1975 incrementaron sus cosechas hasta aproximadamente en un 250% por hectárea.

Mandela y Borlaug constituyen probablemente los mejores ejemplos de personas dedicadas a la más noble causa a favor de los derechos humanos y del bienestar humano, y también representan el mejor ejemplo de un premio Nobel de la Paz bien otorgado.

En estos días, cuando el mundo está de luto por el fallecimiento de Nelson Mandela, se están destacando muchos detalles de su personalidad, dejando en segundo plano otros rasgos menos importantes de su extraordinaria biografía. Es de justicia destacar que además de la lucha por la igualdad, Nelson Mandela desempeñó un papel crucial en pro de la investigación científica durante la crisis del SIDA en Sudáfrica. Su sucesor como presidente de Sudáfrica, Thabo Mbeki, defendió una visión desacreditada y errática de que el virus VIH no causa el SIDA, debido a unos trabajos poco afortunados del biólogo molecular Peter Duesberg de la Universidad de California, en Berkeley. La denegación de Mbeki de destinar los recursos del gobierno para luchar contra la enfermedad fue responsable de unas 300.000 muertes innecesarias en Sudáfrica, según estimaciones posteriores.

En 2001, tras su primera rotura pública con el congreso nacional africano, Mandela denunció la falta de voluntad de Mbeki para luchar contra el SIDA. Lo cierto es que, durante su propia presidencia, Mandela había dedicado menos atención a una epidemia que se extendía rápidamente y que heredó Mbeki, que a establecer una democracia no racial en un país largamente involucrado en una lucha entre blancos y negros. Cuando Mandela se dio cuenta y aceptó el trabajo de gran alcance de la ciencia, se hizo su más eficaz abogado, ayudando a dar la vuelta a la opinión pública y a promover una política en su propio país, y fuera de él, a favor de la investigación contra el SIDA. En 2005, anunció que su propio hijo, Makgatho, “había muerto de SIDA”, declarando lo siguiente: «Démosle publicidad y no ocultemos el SIDA, porque la única manera de que aparezca como una enfermedad normal, como la tuberculosis o el cáncer, es salir y decir a alguien que ha muerto debido al VIH. Y la gente dejará de verlo como algo extraordinario».

La vida de Mandela demostró el valor del perdón y de la reconciliación en asuntos humanos, pero también la importancia de los líderes políticos en el impulso y actuación en pro de la buena ciencia. Hacen falta líderes de la talla humana y el coraje de Norman Borlaug y Nelson Mandela para afrontar injusticias tan grandes como el hambre en el mundo, la esclavitud y el racismo. Su ejemplo es el de reconocer en el otro a un ser humano, como uno mismo, y luchar por sus derechos. Aunque aún hay mucho por hacer en el combate por el hambre en el mundo y por la igualdad de los derechos humanos, lo más importante está hecho, darle la vuelta a un problema hasta conseguir el cambio de mentalidad de la sociedad a favor de los que lo padecen.

El siguiente episodio a emprender es la defensa del “derecho a la vida”. Ya que, no porque no hayan nacido o no tengan aun rostro y voz para defenderse, dejan de ser humanos los no nacidos. Desde la fecundación hay una vida humana, un ser humano en desarrollo. El aborto es la gran lacra de la humanidad en el momento presente. Y en este tema la ciencia, como en el racismo, la eugenesia o la escasez de alimentos, ha dado sobradamente los datos necesarios, de los que no cabe dudar tras el auge de la Genética y el conocimiento del papel de los genes desde la fecundación en el desarrollo del ser humano. Ahora lo que hace falta es el coraje y el tesón de las personas, especialmente de quienes ostentan poder, para darle la vuelta al problema del aborto y afrontar la más grande de las injusticias que aquejan a la humanidad en el momento actual. Y que se cumpla algo parecido a lo que pidió Mandela para resolver el problema del apartheid, que el mundo se transforme en un oasis de las buenas relaciones sociales, donde el no nacido sea considerado un ser humano igual y se respete su derecho a nacer.

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