Luchas de poder versus fidelidad al magisterio

Sociedad · Monica Mondo
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2 febrero 2022
En un rincón. Como un trapo. La sombra de unas acusaciones embarazosas, que llegan a resultar infamantes. Burlado sarcásticamente, o incluso olvidado. Así parece quedar, a los 95 años, el destino de un gigante del pensamiento de los siglos XX y XXI, Joseph Ratzinger.

La bomba tenía la mecha encendida desde hace años, y parecía esperar el momento más oportuno para estallar. ¿Qué momento? La vida de Benedicto XVI se prolonga y no pierde la razón, habla, escribe, no se cierra y expresa lo que piensa. Es como si quisieran callarle de una vez para librarse de sus interpretaciones doctrinales y de su límpida fidelidad al magisterio. En vez de interrogarse sobre la crisis de fe que afecta al declive del sentimiento cristiano y a la decadencia moral que reside en el origen de los abusos, tratan de cambiar la moral, como si esta no dependiera de factores ambientales, históricos, culturales, cambiando según sople el viento. No en nombre de la verdad o la justicia, sino del interés y en último término del poder.

También es una cuestión de poder el origen de la división entre progresistas y conservadores, ratzingerianos y defensores de un cambio de rumbo que a veces también tira de la túnica hasta al papa Francisco. Pudo verse en el sínodo de la Amazonia, tergiversado de tal manera que no se hablara tanto de pueblos y medio ambiente sino de cómo superar el celibato eclesiástico. Con el apoyo de los obispos alemanes, que siempre han odiado a Ratzinger, como él mismo reconoció cándidamente en el libro-entrevista con Peter Seewald.

Y vuelve a ser Alemania, donde piensan que la Iglesia se libra de sus culpas anulándolas. Como si sus ideas de sinodalidad, abandono del celibato sacerdotal, mujeres como diáconos y sacerdotes, o bendición del matrimonio homosexual pudiera hacerla más apetecible. Se deslizan hacia el protestantismo, como si las iglesias protestantes no estuvieran atravesando una crisis de fe peor que la de la Iglesia católica. Basta con ver el dinero que reciben, que es cada vez menos.

Piensan, lo cual es estúpido además de malvado, que el tema de los abusos sexuales por parte del clero puede resolverse permitiendo que los clérigos se casen. Me horroriza la idea de un sacerdote que esconda sus pulsiones maníacas y horrendas tras una mujer y una familia. Saben que Ratzinger siempre ha opuesto la resistencia de su pensamiento, con el papa Francisco en total sintonía.

Creen que dejando k.o. a Benedicto también pueden poner en jaque a Francisco. Si no bastara con la advertencia, también habrá alguna investigación aparentemente independiente que puede llegar desde Argentina, más pronto que tarde. Sin embargo, atrincherarse en defender si aclarar abiertamente el mal es un pecado, en su doble sentido como culpa y oportunidad perdida. Ha habido demasiados encubrimientos de ignominias de trasfondo sexual en la Iglesia, por secretismo y una mentalidad un tanto distorsionada por lo que significa la autoridad y por una visión enferma de la sexualidad. Cortar y callar.

Pero cortar no significa encubrir, sino más bien dejar al desnudo justo esa visión equivocada del sexo, del pecado, que durante demasiado tiempo se ha albergado en la Iglesia, atenta solo al sexto mandamiento, en el que tiende a desahogar su falta de fe. En tiempos del cardenal Ratzinger y del papa Juan Pablo II también se descuidaron este tipo de distorsiones de la moral y por tanto de la fe, lo que supone un descuido culpable, del que hay que pedir perdón. Juan Pablo II pidió perdón muchas veces, incluso en contra de sus cardenales. Por las culpas de la Iglesia a lo largo de la historia. Que el papa Ratzinger fuera el primero en hacer todo lo posible por condenar y extirpar la “basura” de la Iglesia es un dato. Abrió el camino a Francisco. ¿Él también infravaloró y omitió decisiones importantes? Puede ser.

Condenarlo por no acordarse es de locos. ¿Quién recordaría su participación en reuniones de hace 50 años? Pedirá perdón humildemente, como debe ser, pero eso no cambia ni puede cambiar la verdad de la doctrina de la Iglesia, de hecho solo puede fortalecerla porque su fuerza no reside en la infalibilidad de los hombres, sino de Dios, quien prometió que las puertas del infierno no prevalecerán. Será duro, quedaremos pocos y seremos maltratados, ya ha sucedido y sucede. Ya hemos visto también las conspiraciones de los que usan las heridas de la Iglesia para eliminar a la Iglesia.

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