Entrevista a José Andrés Gallego

´Los obispos españoles no se fiaban de Franco´

España · P.D.
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25 abril 2012
Este jueves se presenta en el Archivo Histórico Nacional (19.30) el último volumen del Archivo Gomá. Recoge las cartas que el cardenal de Toledo escribe en el último período de la Guerra Civil y en los primeros años del franquismo. Su editor, el historiador José Andrés Gallego, repasa con www.paginasdigital.es aquellos años cruciales.

Las cartas del cardenal Gomá que se publican en este tomo, referidas al final de la Guerra Civil, reflejan una tensión entre la Iglesia y el Franquismo. ¿Estos documentos invitan a revisar las imágenes que se han creado sobre la alianza de la dictadura y la Iglesia?

Bueno, uno dedica bastante tiempo al estudio del cristianismo primitivo y, de él, he aprendido que la Iglesia es María. Por tanto, me resulta imaginable hablar de tensiones o acuerdos entre María y el Franquismo. Dejémoslo en la jerarquía eclesiástica. Pues bien, los obispos españoles de 1936-1939, creo que sin excepción, eran, primero de todo, fieles al obispo de Roma, por el hecho de ser tal; por tanto, a Pío XI. Y Pío XI se rodeaba de unos asesores que no se fiaban de un militar como Franco que era aliado de Hitler. Los obispos españoles, tampoco; sobre todo, al principio. El temor a que el Nuevo Estado derivase hacia el nazismo apareció en el primer momento y duró toda la guerra; recorre los trece volúmenes del Archivo Gomá. Franco consiguió llevarse bien con unos y otros (o, al menos, tenerlos a buenas, por decirlo así). En la jerarquía eclesiástica, el peligro estaba en su entorno. Gomá, hombre prudentísimo a la hora de escribir, sólo en una carta -que ahora recuerde- dice de alguien, escuetamente, que es una mala persona: Serrano Suñer. Hay que tener en cuenta que fue Serrano Suñer quien "pilotó" el intento de crear un Estado realmente totalitario (aparte de que lo fuera nominalmente) y lo consiguió en la organización sindical y, en parte, en la prensa; lo primero, a costa de los sindicatos católicos (que eran más numerosos y fuertes de lo que se cree) y a costa de muchos periódicos que dependían directamente de la jerarquía eclesiástica. El primero y principal, "El Debate". Pero cayeron muchos más, por la vía de exigirles condiciones económicas insostenibles y de escatimarles o negarles el papel, que controlaba el propio Serrano Suñer.

¿Por qué le preocupa al cardenal Gomá el convenio hispano-alemán?

Además de todo lo dicho, era un catalán de corazón totalmente mediterráneo. Entendía la Unión Latina (de la que entonces se hablaba). Pensaba -y decía expresamente- que la cultura germana no tenía nada que ver con la española y, en cambio, la francesa y la italiana, sí. En eso, estaba implicada desde luego la religión católica y su propia concepción de la Iglesia. Para él, Hitler era la encarnación del estatismo y del racismo y un posible vehículo del protestantismo. Y las tres cosas le parecían inaceptables y nocivas. Un convenio cultural como fue aquél era, desde ese punto de vista, un instrumento peligroso en aquellos momentos. Pero hay que añadir, sin duda, que Gomá no compartía la acertadísima admiración por la cultura alemana que sentían hombres como Ortega y tantos otros. Apostaba enteramente por lo latino (incluida, claro, América). 

¿Cómo reacciona Gomá ante la intervención en el nombramiento de los obispos? ¿Por qué esto es fuente de tensiones cuando el régimen tenía derechos formales a seleccionar a los prelados?

A mi juicio, eso fue una manifestación del principal punto débil de Gomá. Pecaba -creo- de prudente. Y, por prudencia, aconsejó él mismo a Pío XI que transigiera con el afán de Franco y su entorno de mantener el privilegio de presentación. Le parecía que era necesario ceder para lograr que el Régimen no se alejara de la Iglesia. Es posible que, además, lo considerase un privilegio que había sido beneficioso en la historia de España; porque había servido precisamente para que la llamada "Monarquía Católica" (desde el siglo XVI nada menos) lo fuera realmente. Pero sobre todo fue cosa de prudencia. Y las tensiones surgieron, al principio, por nombramientos ya decididos cuando estalló la guerra, como el de Pildáin o el de Carmelo Ballesteros, que fueron obispos de Las Palmas y de León respectivamente. En adelante, todo parece indicar que Franco aceptaba casi siempre los candidatos que le proponían los propios obispos. La ruptura se dio mucho después, en el pontificado de Pablo VI. Fue Pablo VI quien decidió acabar con esa dependencia. 

¿Hay en esos momentos en los que está concluyendo la Guerra Civil un peligro de que el franquismo se acerque excesivamente al nazismo?

Sí, claro. Más que peligro, es que había un clarísimo acercamiento. Y hay que tener en cuenta que, guste o no, era un acercamiento que parecía bien a muchos españoles: a Hitler lo veían entonces como expresión de la disciplina y la fuerza que hubieran querido para España y como encarnación del anticomunismo. Por razones de justicia, hay que decir que la mayoría de de los principales filonazis españoles rechazó expresamente el racismo. Por ejemplo, Laín Entralgo. Y no fue ni mucho menos un caso único; basta leer las páginas de "Jerarquia: La revista negra de Falange". En cuanto a los obispos, el rechazo no tenía fisura. El único que -a mi entender- cometió la imprudencia de hablar públicamente contra el pueblo judío en aquellos días -aunque lo hiciera sólo desde el punto de vista bíblico, como pueblo "deicida"- fue el obispo de León, que ya he mencionado. Como contrapartida, cuando se desató la persecución de los judíos, durante la segunda guerra mundial, hubo respuestas igualmente rotundas, la principal la del obispo de Calahorra, Fidel García. Publicó una instrucción pastoral que las autoridades del Régimen intentaron ocultar, pero que otros obispos reprodujeron en sus boletines oficiales, que, por ser su medio propio de expresión, eran las únicas publicaciones que no pasaban por la censura. Todos los demás periódicos católicos eran cuidadosamente censurados. De esto último, hay docenas de documentos en el Archivo Gomá.

¿Aporta el volumen luz sobre la represión franquista?

Sí y no. Hay documentos de petición de indulgencia o perdón en favor de personas concretas. Y el propio Gomá publicó dos pastorales, al acabar la guerra, exhortando al perdón muy claramente; la segunda fue censurada y las autoridades civiles impidieron su difusión. Ahí volvió a aparecer lo que hoy puede verse como un exceso de prudencia. Su protesta fue directa y muy explícita, pero no trascendieron a la gente. Y, en cambio, el propio Gomá se prestó a una ceremonia pública como la entrega de "la espada de la victoria" por parte de Franco que hicieron pensar a todos que el acuerdo era total. No podían adivinar que, en realidad, el cardenal primado intentaba asegurar a toda costa el catolicismo y el antinazismo del Régimen. Por otra parte, su correspondencia privada y la de otros obispos muestran que estaban convencidos de que los tribunales militares actuaban rectamente. Creyeron que, en efecto, se condenaba a quienes habían cometido asesinatos o delitos que conllevaban la pena capital según el código de justicia del ejército. Y, en eso, se equivocaron; hubo jueces que actuaron con una gran rectitud -claro que de acuerdo con sus propios principios, no con los míos- y otros que no lo hicieron así.

Ahora que se han concluido los trabajos de publicación de este archivo. ¿Qué cree que es lo más relevante que han aportado?

Es el Archivo mismo. Tiene una riqueza de contenido tal que es un instrumento de trabajo extraordinario. Por eso lo hemos publicado, con el deseo de que todos los historiadores puedan emplearlo. Y nos alegra que se hayan publicado ya varios libros basados en él en gran medida. Ha sido un trabajo largo, que empezó en los primeros años ochenta. Yo hice la selección y recopilación -es decir: el trabajo de archivo- y Antón Pazos se ocupó de preparar la edición crítica, que es la parte más laboriosa y delicada. La aportación principal es muy sencilla de definir: la verdad es liberadora, aunque duela. Aquello de "la verdad os hará libres" se me quedó grabado cuando lo leí por primera vez, quizás a los diecisiete años, y, desde entonces, soy un convencido defensor de que, como es así, al Espíritu Santo no hay que ayudarle para que la verdad se imponga a la mentira.

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