Lo que Río grita
Brasil ya no es Gisele Bündchen. La supermodelo deslumbró en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Río. El estadio de Maracaná quedó fascinado el pasado viernes ante los encantos de la que, según la revista Rolling Stone, es la chica más guapa del mundo. Pero Brasil ya no es como ella, un país sexy y mestizo que encandila al mundo. La apertura de los primeras olimpiadas que se celebran en Sudamérica bien puede considerarse un retrato del momento que atraviesa la que fue una de las naciones más prometedoras hasta hace algunos años. Un retrato también del resto del planeta. El deporte, con toda su grandeza y con todas sus limitaciones, ofrece, al menos en forma de espectáculo, una universalidad que no tienen los países participantes y tampoco el organizador.
En 2009 cuando Brasil conseguía convertirse en sede olímpica tuvimos la sensación de que se le otorgaba el premio definitivo, la corona que culminaba el gran milagro que había convertido a uno de los países emergentes en nuevo protagonista del planeta. ¿Logro de la globalización? Aquel Brasil era el Brasil de Lula, con una década de crecimiento intenso, orgulloso de haber incorporado a 40 millones de pobres a la clase media. El Brasil que había aplicado lo no visto hasta ahora en Latinoamérica: unas políticas de izquierda nada populistas y algo cercanas a las de la socialdemocracia europea. El vigor de la sociedad brasileña, la fuerza de su mestizaje, la energía de su sociedad parecía abrir una larga promesa. Brasil era el símbolo de que otro mundo era posible. El Brasil que ahora se ha dado cita en Maracaná tiene a Lula investigado por corrupción, está pendiente del impeachment definitivo de Dilma Rousself (impeachment que en realidad es una revancha política) y está regido por un Michel Temer sin legitimidad y sin apoyo social.
La nueva clase media brasileña, que paga unos impuestos serios, muestra su insatisfacción por los servicios públicos que recibe. El futuro económico del país está comprometido por una crisis de difícil salida. El salto adelante dependía demasiado de las materias primas que ahora se venden mal en el mercado internacional, el mundo empresarial que antes parecía tan flexible y creativo ahora se revela poco productivo. Cualquier futuro Gobierno necesita el apoyo de muchos partidos, algo que parece imposible. El particularismo, la identidad conflictiva, domina Brasil como domina a todo el planeta. El nordeste social, que apuesta por el Partido de los Trabajadores, no se reconoce con el sur conservador que quiere más mercado. No, la globalizacion, económica, al menos esta globalización económica , no ha sido suficiente para construir la unidad, ni la nacional ni la planetaria. Más bien ha servido para acelerar las reacciones nacionalistas, la afirmación de identidades conflictivas e incluso la violencia.
La inauguración de los Juegos de Río no se ha parecido en nada a la de Londres de 2012. Todavía hace 4 años, en el Reino Unido, era posible mantener la ilusión de que la crisis se había superado, era posible reivindicar la épica de la revolución industrial y de un sistema de salud como el británico. En cuatro años el tiempo se ha acelerado, el mundo está más perplejo, los centros se multiplican, los liderazgos desaparecen y emergen, de nuevo, los viejos imperios que ganan terreno alimentándose de la incertidumbre. Michael Phelps, el mejor nadador de todos los tiempos, el abanderado de Estados Unidos bien puede considerarse una metáfora de la situación de su país. Phelps sigue siendo un líder sin rival pero ha llegado a Río después de atravesar una profunda crisis existencial y de superar alguna adicción. La diferencia entre Estados Unidos y Phelps es clara: el país que abandera no ha superado la crisis que él sí ha dejado atrás. También bajo la enseña de las barras y las estrellas el descontento provocado por la globalización alimenta a un candidato xenófobo a la presidencia y una fractura nacional no conocida desde la independencia.
Juegos en un mundo multipolar, desconcertado y descontento por una globalización que produce insatisfacción y violencia. Esperemos que liberales y progresistas, defensores de la globalización sin alma, de la globalización tecnocrática -barnizada de valores morales sin raíces- , de la globalización que ha dado por supuesto al hombre concreto, caigan en la cuenta que sin una mundialización cultural, que rastree la verdadera universalidad, de la que el deporte puede ser profecía, estamos todos condenados al fracaso. Es lo que Río grita.