`Lo que genera violencia no es la religión, sino la ausencia de un encuentro`
“Queremos desvelar y dar respuesta a una problemática antigua, la de la imagen y el valor de lo religioso en el espacio público”. José Luis Restán, director editorial de la cadena Cope, ha introducido y esbozado las preguntas del acto principal de la segunda jornada de EncuentroMadrid, titulado “Religiones y violencia en la Europa del laicismo”. Tras los acontecimientos dramáticos a los que hemos asistido en los últimos tiempos, y que incluyen actos de violencia tan graves como los atentados de París y Copenhague, Restán ha planteado una serie de cuestiones: ¿cuál es la relación entre religión y violencia? ¿Cuál es la forma adecuada de afrontar humanamente este desafío? ¿Cómo comprenden el cristianismo y el islam este problema? ¿La violencia forma parte del hecho religioso?
“En Occidente la violencia es una de las mayores objeciones que se plantea a la religión, especialmente a la monoteísta, considerada intolerante en las sociedades democráticas”, ha explicado Javier Prades, que ha hecho alusión a la historia de incongruencia, infidelidad e instrumentalización de la religión por parte del hombre; una historia que hemos heredado, pero que nos permite hacer un juicio comparativo al ver que en una Europa liberada de esta “matriz religiosa” la violencia ha alcanzado, quizá, sus cotas más altas. “La ausencia de religión parece ser hoy la respuesta al problema: con una sociedad secularizada, aumenta la transigencia y, por ello, la paz”. Es el ideal que, como ha recordado, planteó Schopenhauer: “La intolerancia es intrínseca al monoteísmo: un Dios único es celoso (…); en cambio, el politeísmo es tolerante”. Pero esta acusación, según Prades, se extiende también a aquellos que defienden la existencia de la verdad.
La respuesta del cristianismo pasa por la apertura de la razón: la violencia no instaura el reino de Dios, sino que es un instrumento del diablo; no sirve a la humanidad, sino a la inhumanidad. En este punto, como ha recordado el teólogo, han coincidido numerosos estudiosos e, incluso, Benedicto XVI y el Papa Francisco. “El rechazo de la violencia religiosa se reconoce contemplando el corazón del Evangelio (la pasión, muerte y resurrección de Cristo): Jesús rompe el círculo de la violencia de los hombres, la vacía de poder por la potencia del amor de Dios. Estamos llamados a excluir toda violencia religiosa”.
El profesor Wael Farouq ha querido comenzar su respuesta con una afirmación tajante: “Todo lo que sucede es nuestra responsabilidad. De cada uno de nosotros. Y en este drama de Oriente Próximo la pregunta no es qué vemos, sino a quién vemos. Todos nosotros somos parte de este mal porque no damos testimonio del bien. En el drama que hemos visto, que hemos vivido, nos fijamos en la violencia, pero no vemos a los cientos de miles de personas que han elegido la fe en lugar de la vida. Los cristianos han elegido la fe, y ese es el testimonio más grande de nuestro tiempo”. Farouq ha querido hacer hincapié en que no se trata de un problema de invocar el Corán, sino de una falta de uso de la razón: ahí se produce “el choque entre la férrea tradición islámica, encerrada en la prisión de la forma, y los nobles valores occidentales que, por otro lado, hoy se encuentran vacíos de significado; un choque con un liberalismo sin libertad. El problema no es la ausencia de la modernidad, sino su presencia con valores humanos vacíos”. En este punto, el profesor egipcio ha aludido a datos para afirmar que solo una minoría (un 6 por ciento) de los ataques terroristas tiene una motivación religiosa: “el problema de la violencia no es la religión, sino su ausencia. La ausencia de la religión entendida no como forma, sino como encuentro, como experiencia vivida en la realidad”.
En este contexto, los ponentes han querido dar respuesta a la posibilidad de que el laicismo, el arrinconamiento y marginación del hecho religioso al ámbito privado, pueda ser la solución al problema. “En Occidente, desde luego, es la hipótesis actual, la que planteaba Charles Taylor en ‘La época secular’: una forma de entender las sociedades en las que no se niega la existencia de Dios, pero se afirma que la creencia debe ser solo una opción entre otras, y ha de vivirse de forma privada, teniendo como único elemento común un humanismo exclusivo”, ha explicado Prades. Sin embargo, ha aludido a la existencia de una reafirmación de la religión en las últimas décadas, que ha dado lugar a un modelo alternativo: “la sociedad postsecular, que reconoce la diferencia entre lo religioso y lo profano pero no asume la teoría de que el cristianismo vaya a desaparecer o se deba privatizar”. La religión permanece así con vocación pública, pero para que la modalidad sea justa, debe ser democrática: “Debe ser un ejercicio de la razón en relación con la realidad. Y por ello, este ‘humanismo compartido’ no puede excluir la natural apertura de la razón y el afecto a la trascendencia. No sobrevivirá una democracia que no tenga en cuenta la natural estatura del corazón”, ha concluido Prades.
En el mundo musulmán, en cambio, no se da este problema de la marginación de la religión al ámbito privado. Al contrario. “El musulmán no existe fuera de encuentro. El problema es que hemos pasado del conocimiento a la información, de la persona al individuo. Todo lo que sabemos no tiene un nombre; somos la postmodernidad, el postcolonialismo, la era postindustrial… Todo es “post”, pero no somos nada. Y esta ausencia de significado procede de esta reducción de la experiencia humana porque el encuentro no es posible”, ha respondido Wael Farouq, que ha explicado cómo los musulmanes viven en una sociedad paralela, con su vida alejada del resto de la ciudad, “porque en Oriente los cristianos son perseguidos, porque la cultura allí excluye lo diverso. Pero en Occidente también excluimos a los diferentes: el espacio público no tiene identidad y, así, el encuentro no es posible, y es el único camino para generar un significado. Sin relación, podemos existir, pero no ser: porque yo soy relación con otro”.