Entrevista a Luis Ruiz del Árbol

Lo inerte no necesita del prójimo

Cultura · GONZALO MATEOS
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23 noviembre 2023
Estamos de enhorabuena. Luis Ruiz del Árbol (@thefromthetree) vuelve en poco tiempo a publicar un segundo libro (Lo que todavía vive, Ediciones Encuentro, LQTV) compuesto por textos breves y propios nacidos del impacto de obras ajenas.

Ilustrador, abogado y artista polifacético crea en diversos formatos imágenes y afirmaciones impactantes en diálogo con diversas manifestaciones culturales populares contemporáneas. Provocador de reflexiones y conversaciones de amplio espectro utiliza el humor y la ironía magistralmente. Sus juicios frescos, pertinentes, certeros no dejan indiferente. Partiendo siempre del asombro ante la realidad viviente y de un presente abierto en conversación con todos (preferiblemente con cañas o gin tonics). Es notable cómo rescata la tradición de sus traidores y la política de los que multiplican el miedo y la desconfianza. Sus ilustraciones y aforismos son como relámpagos en medio de un bosque nocturno. Deslumbran e inquietan, pero nos resitúan porque nos permiten atisbar las salidas y los peligros y anuncian la lluvia que genera la vida. Un cristiano pie en tierra que se eleva enjuiciando la realidad con humildad, esperanza y ternura. LQTV es un libro que conmueve y practica una mirada misericordiosa que deja al lector lleno de intuiciones a verificar y un camino a recorrer y construir entre todos en medio de la plaza pública. Le agradecemos que se haya prestado al juego de esta entrevista y recomendamos vivamente sus libros.

Has elegido en tus dos primeras obras publicadas un formato de ilustraciones sencillas junto con citas y reflexiones breves sobre temas variados de la actualidad. El resultado es muy potente ¿a qué responde esa decisión estética de un formato pequeño pero de amplia mirada centrado en el presente? ¿Menos es más?

Tanto La hora que nunca brilla (ilustraciones en formato post-it acompañados de textos de otros autores) como LQTV tratan de ser, en su formato, un acercamiento al fenómeno tan típicamente moderno de la fragmentación: la del sentido compartido del mundo y la interna de cada sujeto. La elección del formato no responde a una decisión simplemente estética, sino que parte de un juicio personal muy madurado de que, ante la multiplicación ad infinitum de voces y opiniones sobre cualquier aspecto de la realidad, el mosaico, la hibridación de géneros, el collage o el cut-up permiten una aportación inteligente, por discreta y abierta, a la conversación global que generan los sistemas de redes. Mi opción por el “menos es más” no es esteticista, sino que está más bien arraigada en la idea de pensamiento abierto de Guardini.

En este sentido me ha llamado la atención que el prólogo de LQTV avisas al lector que sólo encontrará en el libro rastros, indicios y pistas que apuntan a nuevos miradores y perspectivas. Afirmas que has aprendido que el mundo no es un enigma a resolver, sino un misterio gozoso que contemplar y que las obras, entre ellas tu libro, toman un vuelo que es imposible conocer de antemano, como dice la cita inicial de Miles Davis. Publicado, presentado y leído ya por muchos, ¿qué repercusiones has obtenido? ¿A qué suena la música que has iniciado?

Creo que la apuesta por la interpretación abierta, decidir no controlar o limitar la posibilidad interpretativa del texto, es siempre un riesgo que merece la pena correr: por un lado, porque concedes un espacio al otro para que pueda hacer suya verdaderamente la obra, que lo hará siempre desde su sensibilidad o desde lo que en ese momento le urja; y, por otro, porque muchas veces es la reacción del lector o el espectador la que desvela al autor interpretaciones o aspectos que había pasado por alto o a los que no había dado suficiente importancia. El carácter dialógico de una obra no se agota en el proceso creativo, sino que sigue rigiendo la relación triangular entre autor-obra-lector una vez que sueltas la obra al ruedo. Tengo la intuición de que las obras que continúan a la ya publicada se fraguan discretamente durante el periodo de promoción de ésta última.

Foto: Encuentro

Respecto de las repercusiones concretas, hay gente a la que le ha llamado la atención el acento que pongo en la esperanza; otros a los que les ha gustado la reivindicación que hago de la riqueza que surge de la vida en común o los espacios compartidos; algunos están interesados en la centralidad del asombro dentro de la dinámica de regeneración de la cultura; otros en el tema de la tradición, la concordia, etc. Como leí hace poco en un libro fantástico de Richard Sennett, Construir y habitar, este libro es un ejemplo muy claro de elección por la riqueza del significado antes que por la claridad del concepto.

Me han impresionado muchas afirmaciones de tú libro. Una de ellas me deja intrigado. Dices que no somos lo que hacemos, que somos lo que nos pasa. Que somos surco más que semilla. Que somos el resultado de todo lo que nos ha sucedido, las huellas que dejamos y las cicatrices que nos dejan las cosas. Que debemos reconocer nuestros dolores para cuidarlos y no para ocultarlos. ¿Qué importancia tiene para ti esta afirmación? ¿Cómo permanecer en ella sin vértigo?
LQTV (también en cierto modo LHQNB) realmente es un libro autobiográfico: a través de lo que me han impactado ciertas cosas, cuento cómo se ha transformado mi visión del mundo. Por eso creo que es una obra militantemente anti-identitarista, porque solo las cosas muertas no son capaces de absorber y crecer a través de la relación con el mundo que las rodea. “Lo inerte no necesita del prójimo”, que dice un verso de Miki Naranja. El mismo Miki, al que dedico el libro por esta razón, era un ejemplo viviente del ser surco más que semilla. Pienso que se podría hacer cualquier biografía intelectual de cualquiera a través de la cadena de amigos o relaciones que te han ido introduciendo en las cosas a lo largo de la vida. Mi pasión por el fútbol, la tauromaquia, los cómics y el Museo del Prado, por ejemplo, me la contagió mi padre; por Astor Piazzola y el tango, un amigo mío de Erasmus, David; por la música folk, un compañero de la mili, Coque; por Bergman, Tarkovski, Fellini y el cine en general, mi amigo de la infancia el cineasta Manuel Menchón; y así decenas de ejemplos. Nuestra memoria profunda, nuestra verdadera identidad, qué es lo que verdaderamente somos, se deslinda por los jalones de los amigos que nos hemos ido encontrando a lo largo del tiempo. Y ese proceso no acaba nunca, mientras uno no degenere en un muerto viviente, claro.

Foto de archivo

Respecto de lo que preguntas por el vértigo, creo que forma parte de la condición humana. Incluso en las existencias más tranquilas y apacibles, siempre hay en las relaciones que más te importan el mar de fondo de la duda o del miedo a la pérdida o al abandono. Amar te vuelve vulnerable, de eso no puedes escapar.
Me asombra tu afirmación de que el tiempo es un niño jugando. Dices que en el acto de jugar se une misteriosamente la eternidad y el instante ya que todo se ancla en el presente. Más tarde afirmas que es necesario partir siempre de lo que existe, nunca de lo que falta o de lo que se supone que debería existir. Te llenas de alegría al escuchar a tu hijo Rafael contar los objetos que descubre haciendo esnórquel. Afirmas que para conocer de verdad hay que volverse como él. Que como decía tu tío abuelo el dueño del mundo es del que lo disfruta. ¿Cómo se consigue permanecer en esa posición?
Todo lo que mencionas es el espíritu de infancia, que tan bien describe Eloi Leclerc en su maravillosa Sabiduría de un pobre. Tener, más bien recuperar, ese espíritu de infancia, ese asombro ante la imponente presencia de cualquier cosa, por pequeña que sea, es una gracia. No se puede nacer de nuevo, volver a meterse en el vientre de tu madre, como le dice Nicodemo a Jesús. Lo normal es vivir con una mirada habituada, la “sabiduría” del que cree ya saber lo que puede dar lo que tienes delante: tu pareja, tu trabajo, tus hijos, la política, tus amigos… ¿Y cómo puede un hombre nacer, renacer, siendo ya viejo? ¿Cómo se hacen nuevas todas las cosas? Este drama es justo el que trata de resolver la postmodernidad, que lo detecta bien y es sensible al problema; de ahí las proclamas a la reinvención permanente, a salir de la zona de confort, a los cambios radicales de vida… o, por el contrario, la neo-ataraxia: el mindfulness, el pensamiento positivo, el coaching en sus miles de formas… Jorge Freire en su magnífico Agitación explica muy bien todo este arco bipolar que raya en la esquizofrenia.

Recuperar el espíritu de la infancia es una gracia, porque nos lo podemos dar todo, menos la alegría. Los nuevos inicios, que son el redescubrimiento agradecido y alegre del inmenso regalo de lo que ya existe, de “lo que todavía vive”, no su sustitución o cancelación, vienen siempre de la mano de sucesos imprevistos, disruptivos, que atraviesan el muro de nuestro moralismo, porque nunca derivan de nuestros méritos o capacidades. Para disfrutar hay que humillarse un poco. No quiero hacer spoilers, pero la reciente serie de Movistar Poquita Fe cuenta de una forma sencilla y conmovedora, y muy desternillante, todo este proceso.
Hablando del sentido del humor, en el libro, das un repaso a las muchas posiciones que sobre el poder tienen los grupos sociales y los individuos. He sonreído e incluso me he reído leyendo cómo describes en sentencias cortas a populistas, nacionalistas, tradicionalistas, utópicos, nostálgicos, victimistas, progresistas, puristas y tantos otros. Hablas de que un signo de los tiempos es la atomización de la vida social y de la creciente homogeneidad interna de los grupos. Propugnas el diálogo, un yo en acción y que no existen las opciones puras y que, por tanto, vivir juntos significa ensuciarse. ¿Cómo vivir la relación con el poder de una manera adecuada en estos momentos?
Es el problema de la teología política, en sus formas confesionales o secularizadas, que es uno de los mayores cánceres de este tiempo. Hasta los ámbitos conservadores, tradicionalmente más escépticos en sus expectativas del poder respecto de la condición humana, parecen haber sucumbido a su embrujo. La política, que tradicionalmente era el arte de discernir cuál era el bien común en una comunidad y un tiempo dado, tiene en la modernidad la pretensión de redimir al hombre en su totalidad y desde fuera, sin que ni siquiera sea necesario el concurso de su libertad. Esto es tanto más angustioso en cuanto que, como señala Guardini, el poder al alcance del hombre, a través del dominio de la técnica, ha crecido hasta cotas que nos parecen incontrolables. De ahí el éxito de las distopías y las ucronías como géneros del momento: expresan una angustia social muy extendida entre nosotros. La seducción del poder es tan fuerte, que ha llegado a convencer a un amplio número de miembros de la intelligentsia cristiana (y no solo los evangélicos de la angloesfera) de que, por ejemplo, para llevar una vida buena basta con vivir las consecuencias del cristianismo, o con acertar con el modelo de familia. Es una nueva tuerca de rosca al gnosticismo, que el Papa Francisco está hartándose a denunciar como el nuevo pelagianismo, que es una de las grandes tentaciones y violencias que afronta el creyente de a pie. El despliegue de ingeniería social que se está empleando al respecto es aterrador.
¿La posición más adecuada frente al poder? Empecemos por no sacralizarlo, y luego que cada uno se comprometa con libertad en las luchas y proyectos que en conciencia considere que redundan en un mayor beneficio para todos. Lo que está en juego, de verdad, es la pervivencia de la riqueza de la diversidad.
Pues siguiendo con el hilo de la diversidad, me gustaría que comentaras la visión que sobre la Iglesia expresas en tu libro. Afirmas que el cristianismo no es conservadurismo. Que no podemos convertirlo en un esteticismo enfadado con el mundo, enfangado en guerras culturales, en definitiva, una reducción del cristianismo a cristiandad, un cristianismo sin Cristo. Comentas que la ternura, junto con la unidad, debe ser el rostro de lo divino. El despojamiento como método. Sin un corazón conmovido el cristianismo se puede convertir en una ideología más, una estafa. Comentas que el cristiano es más subrayador que lápiz. Que no es necesario ocupar espacios sino iniciar procesos. Dices que presencia no es militancia, que comunidad no significa afinidad. Me suena todo esto a una manera distinta de presencia de la Iglesia en el mundo de hoy. ¿Qué crees que es lo más urgente en este sentido?
Lo más urgente es testimoniar la compasión, la misericordia, la ternura ante el fracaso y la decepción; el perdón. Vivimos en un mundo cada vez más despiadado, que penaliza de manera cruel, casi psicopática, a los que no se ahorman en el molde del éxito, a la vez que, de una forma esquizofrénica y espiritualista, sobreprotege a los jóvenes o a los más vulnerables. Es una dinámica muy loca de oscilación pendular entre los constantes y masivos llamamientos a salir de nuestra zona de confort y, a la vez, la creación cada vez más personalizada, casi a la carta, de safety spaces. De hecho, los tipos humanos dominantes hoy en día participan de esta bipolaridad: o son los triunfadores que ensalzan el vigor físico y sexual, la seducción y el hedonismo al máximo, o los tipos victimizados, cada vez más una caricatura, cuyo valor radica en una lástima casi institucionalizada y muchas veces incluso subvencionada. Entre medias, una aridez afectiva y una indiferencia hacia el sufrimiento ajeno cada vez mayores, y una sensación cada vez más extendida de soledad que clama, de forma difusa y no explicitada, por una respuesta en forma de abrazo.

Foto de archivo

Por eso me enfada que los cristianos obviemos el testimoniar ante el mundo una vida cambiada por un amor inmerecido, inesperado, completamente fuera de nuestro control, o pensemos que eso no es suficiente para responder a la violencia del poder, a la dinámica a priori vencedora del éxito y el triunfo del mercado y el establishment. La frase de Don Giussani “las fuerzas que cambian la Historia son las mismas que cambian el corazón del hombre”, en el fondo, nos parece ingenua, naif, hippy… no la tomamos en serio. Y pensamos que sí, que eso está muy bien, pero que es necesario que el poder nos eche una mano, nos dé un empujoncito, para que eso se haga efectivo. El gran reto es entender hasta el fondo que la misión coincide con la presencia, que Cristo cambia el mundo cambiando nuestros corazones. Si no comprendemos que Cristo usa las intermediaciones, que permite que el mundo sea ambiguo, para respetar nuestra libertad y hacer detonar a nuestro ritmo nuestra creatividad y compromiso moral, no seremos más que unos aprendices de dictadorzuelos, enfadados con el mundo porque no está a la altura de nuestra sensibilidad, y no seremos capaces más que de encerrarnos en nuestros propios safety spaces (a lo Rod Dreher) o de vendernos al cacique de turno que, a cambio de nuestros cuatro votos, nos dé las migajas de su dadivosidad (siempre que nunca pongamos en discusión críticamente su poder). Tiempos modernos, de Chaplin, es la gran obra de arte del siglo XX sobre el poder y la gracia. Ahí está todo.
Una última pregunta que es a la vez una petición. Terminas tu libro con un epílogo que es más bien un interludio. Afirmas que es una obra inconclusa porque lo que le anima es una invitación a tener una conversación abierta. ¿Podrías ilustrar esta entrevista con una de tus obras? ¡Mil gracias¡  

Foto: Cortesía del autor


LUIS DEL ÁRBOL

Lo que todavía vive

Encuentro. 240 páginas. 18,0 €

Puede comprarlo aquí


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