La vuelta al cole, ¿con velo o sin él?

Mundo · Federico Pichetto
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24 septiembre 2018
Todo empieza con un anuncio. La campaña de vuelta al cole de la marca de ropa americana Gap ha quedado inmortalizada con la imagen de un grupo de niños pasándoselo bien donde una de ellos lleva velo. La aparición de la prenda tradicional del islam en una campaña publicitaria ha abierto debates y discusiones sobre todo en Francia. Según el ala más conservadora del partido de Macron y los líderes republicanos, la imagen segrega a la niña, viola la laicidad y sobrepasa el sacrosanto derecho del menor a su autodeterminación. Luego hay posturas aún más firmes que identifican en la vestimenta de la protagonista del anuncio su presunto malestar, su presunta estigmatización, el presunto abuso de poder perpetrado en contra de su libertad.

Todo empieza con un anuncio. La campaña de vuelta al cole de la marca de ropa americana Gap ha quedado inmortalizada con la imagen de un grupo de niños pasándoselo bien donde una de ellos lleva velo. La aparición de la prenda tradicional del islam en una campaña publicitaria ha abierto debates y discusiones sobre todo en Francia. Según el ala más conservadora del partido de Macron y los líderes republicanos, la imagen segrega a la niña, viola la laicidad y sobrepasa el sacrosanto derecho del menor a su autodeterminación. Luego hay posturas aún más firmes que identifican en la vestimenta de la protagonista del anuncio su presunto malestar, su presunta estigmatización, el presunto abuso de poder perpetrado en contra de su libertad.

El que firma sabe bien que hoy, más que hace unos años, resulta muy difícil definir con claridad lo que es adecuado y lo que no, y que sobre estos temas se corre el riesgo de reiterar frases hechas, lugares comunes, posiciones que no ayudan a dar un paso y que simplemente confirman prejuicios previos. Por eso conviene ordenar una serie de convicciones que sin duda son opinables pero que resultan indispensables para reconstruir un espacio público significativo de reflexión y de acción común.

1. La laicidad de un Estado no consiste en su neutralidad, sino en la estima por parte del propio Estado por todas las experiencias de identidad, por todas las tradiciones culturales presentes en su territorio.

2. Un Estado laico es por tanto un Estado que permite que todas las identidades puedan expresarse.

3. La expresión de una identidad cultural está llamada a encontrarse con las expresiones de otras culturas.

4. Se crea así en la sociedad un perímetro de encuentro, choque, intercambio que debe tener como objetivo el de elaborar una ética pública común sobre un determinado problema.

5. Esto no sucede solo una vez, sino potencialmente en todos los ámbitos donde pueda haber visiones del mundo o rasgos distintivos diferentes que necesitan encontrarse: en la escuela, en el trabajo, en la política, en los barrios…

6. La tarea de un Estado no es salvaguardar una posición preconcebida previamente, cubriéndola de una capa de imparcialidad inexistente, ni defender una visión del mundo a expensas de otra. La tarea del Estado es exhortar de todos los modos posibles al diálogo, al encuentro, a la síntesis.

7. La libertad del individuo no se tutela impidiéndole pertenecer a una historia (no se respeta a un niño por impedir que le bauticen o le pongan un velo) sino animándole a verificar la historia en la que ha nacido y vive inmerso, ayudándole a comparar incesantemente las preguntas de su corazón con las decisiones que toma.

8. Los dos grandes pilares de esta sociedad 3.0 son la acción política, entendida como intento de crear espacios de encuentro y confrontación a todos los niveles y en todos los ámbitos sociales, y la acción educativa, entendida como transmisión de un método para poder juzgarlo todo partiendo de la propia humanidad.

Decidiendo a priori qué es adecuado y qué es un error no es como se educa a un pueblo. No lo ha sido en los estados islámicos que imponen la sharía, ni en el otro mundo cristiano que traducía en leyes las conquistas del Evangelio; como tampoco lo es hoy en el mundo posmoderno que convierte los prejuicios excluyentes en el eje sagrado de la vida común. Un pueblo se educa permitiéndole todo el espacio necesario para expresarse, ofreciéndole todas las ocasiones posibles de encuentro y promoviendo todas las posibilidades de apropiarse de un método que base en la estima hacia uno mismo, hacia la propia humanidad, su auténtica razón de ser, la premisa de cualquier juicio.

En un momento histórico en que todo debe ser veloz, la fuerza del tiempo que respeta la libertad del individuo, las decisiones que toma, supone el banco de pruebas más agudo y decisivo. Hay que volver a fiarse de lo humano, de una madre que bautiza a su hijo, de un padre que pone el velo a su hija. Sin creernos mejores, sin pensar que ya sabemos cómo acabará. Sencillamente apostando por que, una vez superado nuestro buenismo hipócrita, pueda ser la posibilidad de volver a descubrir juntos toda la fuerza de la verdad, todo lo que pueda ayudarnos seriamente a seguir siendo humanos. Hasta la extraña provocación de un anuncio publicitario. Porque hoy solo es esclavo aquel que vive con miedo a la libertad del otro, al camino que el otro tiene que hacer para encontrarse conmigo, para hallar, conmigo, un bien que tenga la dignidad y la belleza de merecer ser encontrado.

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