Editorial

La verdadera frontera

Editorial · Fernando de Haro
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22 abril 2018
Hace ya casi ocho décadas. Corría el año 40. Había acabado la guerra española y comenzaba la tremenda postguerra, la larga postguerra de represión. El Viejo Continente sucumbía al desastre. Fue en ese momento cuando María Zambrano escribió el ensayo “La Agonía de Europa”, que después de tanto tiempo y de tantas historias nos ayuda a comprender qué nos pasa.

Hace ya casi ocho décadas. Corría el año 40. Había acabado la guerra española y comenzaba la tremenda postguerra, la larga postguerra de represión. El Viejo Continente sucumbía al desastre. Fue en ese momento cuando María Zambrano escribió el ensayo “La Agonía de Europa”, que después de tanto tiempo y de tantas historias nos ayuda a comprender qué nos pasa.

“Europa está en decadencia -señala la pensadora española-. Ahora ya no parece necesario el decirlo”. Ante el desastre, “el acumulado rencor se desata, sale a luz sin máscara. Hoy este rencor se junta y extiende con tremendo ímpetu negativo; corroe, deshace, borra, va convirtiendo al mundo en vacío espacio desolado. Priva a los ojos de la hermosura de las apariencias y escamotea astutamente al corazón todo lo que puede amar”. La crisis como resentimiento, como rencor. ¿Pero rencor contra qué, contra quién? ¿Cuál es la promesa incumplida que lo desata? Contra Estados que han dejado de ser soberanos y se han vuelto impotentes, contra mercados que no son perfectos… contra un sistema que no ha funcionado. Porque nos habían educado en el principio de la “razón suficiente”, porque creíamos que si algo sucedía era por unas determinadas causas, porque a cada causa debía seguirle su efecto, y ahora ya no aguantamos más en la jaula. Resentimiento contra la realidad. “Lo terrible del rencor es su esencial apostasía; el que se revuelva siempre, ciego, contra aquello que podría salvarle”, dice Zambrano.

Rencor, tristeza, incomodidad y queja por la libertad, porque la libertad se haya desbocado y desbordado. Rencor y rebelión por una libertad todavía demasiado constreñida. Que los que andan entristecidos por una libertad desbordada o por una liberad insuficiente no están en diferentes bandos, que el bando es el mismo, el de los que creen todavía, cuando el sistema ha colapsado, que pensar bien, en orden, precisar causas y consecuencias de modo ordenado, lo resuelve todo.

En los mismos años en los que escribía Zambrano lo hacía la poetisa uruguaya Idea Vilariño. En un memorable poema sus versos dicen: “Tal vez no era pensar, la fórmula, el secreto, / sino darse y tomar perdida, ingenuamente. / Tal vez no era pensar, la fórmula, el secreto. / Tal vez no era pensar, la fórmula, el secreto, / sino amar y amarse, perdida, ingenuamente, /ingenuamente”.

Quizás la alternativa entre el rencor y la tristeza que produce una jaula siempre demasiado estrecha, y el ver y tomar la hermosura de lo dado sea la que marque la verdadera diferencia. Por supuesto que queremos seguir pensado, pero ¿cómo?, ¿desde dónde?

La diferencia no está entre los defensores de la tradición y los defensores del progreso, entre laicos y religiosos, entre los partidarios de los nuevos derechos y los partidarios de los viejos derechos, entre derecha e izquierda. La cuestión es transversal.

Nos gustaría que eso que llamamos tradición (confundiendo el origen con los efectos) siguiera en pie. La tradición sigue transmitiéndose, pero el edificio se ha derrumbado y no volverá a ponerse en pie falseando los cimientos. ¿Será casualidad que los mayores defensores de la tradición parezcan ser los mayores ignorantes de su verdadera dinámica? La tradición porque es tradición depende siempre del último imprevisto. Nos gustaría que eso que llamamos progreso siguiera su curso, pero como dice Zambrano estamos en “un pantano formado por los sedimentos del más bello ayer. De la fe en la razón, del ardor por el ejercicio del pensamiento queda un fangoso escepticismo”.

Nos gustaría que la laicidad siguiera separando lo que tiene que estar separado. Pero en estos tiempos nuevas teologías políticas parecen invadirlo todo. Y lo religioso es cada vez menos verdaderamente religioso, es decir menos racional, menos real.

Zambrano, con genialidad, señala que “estos frutos de ceniza, mordidos por la nada” son testimonio de algo. “En su propio derrumbarse ponen al descubierto una verdad: la verdad de la criatura humana desesperada, sin amparo, pero también sin resignación. No son construcción, sino confesiones reveladoras de un afán de liberación”.

Inextirpable deseo de liberación. Una liberación que sugiere Zambrano está en los ojos. Isabel Muñoz, quizá la mejor fotógrafa española del momento, recordaba en una reciente entrevista que sus maestros siempre le decían que tenía que ver. “La diferencia entre mirar y ver -señalaba Muñoz- es amar lo que miras”.

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