La sociedad civil en los países nórdicos: ¿una subsidiariedad descafeinada?

Mundo · Ángel Satué y Francisco Medina
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19 junio 2012
Hace unos días, tuvo lugar en la Fundación San Pablo-CEU un encuentro con representantes diplomáticos de las Embajadas en España de Dinamarca, Suecia y Finlandia para debatir sobre el papel de la sociedad civil, La organización del evento, a cargo de la asociación Sociedad Civil Española, la Fundación Sociedad Civil y el CEU, iba cargada de expectativas: ¿oportunidad de que empiece a hablarse realmente de la sociedad civil y de cuestionarse los presupuestos estatalistas del siglo XIX, tan afincados en nuestro país?. La realidad es que dicho encuentro ha sido otra oportunidad perdida.

"Me siento sociedad civil", así se presentaba el consejero de la Embajada de Dinamarca al hablar del panorama de la sociedad civil en su país, haciendo referencia a la tradición de consenso que ha impregnado en Dinamarca, que ha estado asociada a una conciencia democrática y una cultura de participación que ha favorecido el consenso. En su ponencia, el consejero danés hizo hincapié en la voluntad de las partes de negociar y llegar a acuerdos, especialmente en el campo medioambiental. Se destacó, por parte de Dinamarca, el voluntariado, como parte importante de la sociedad civil como modo de completar la acción del estado; y, en este sentido, se recalcaba en la necesidad de diálogo y cooperación entre los ciudadanos y la administración, aunque dicha colaboración se ha enfocado excesivamente en el campo del medioambiente, en el que la sociedad civil jugaría un papel de apoyo al gobierno.

Se resaltó, por parte del consejero danés, el logro de poner a la sociedad civil en la Agenda europea, destacando los encuentros hechos por la Embajada con las ONG medioambientales y los seminarios sobre el papel de la sociedad civil en la primavera árabe.

Suecia se presentaba como adalid de la definición del papel de la sociedad civil en la vida de la comunidad. Para la embajadora, la sociedad civil es algo distinto del Estado, del mercado y de la familia. Es una plaza pública donde todos pueden interactuar, donde se reconocen derechos como la movilidad o el disfrute del medio ambiente, el derecho a la información, la manifestación, la libertad ideológica o religiosa o el acceso público a documentos oficiales. Las cifras que se pusieron encima de la mesa fueron de 50.000 organizaciones de la sociedad civil y 1.000.000 de personas que realizan voluntariado, siendo las organizaciones dedicadas a obras sociales, recreativas y culturales los principales actores. El programa de investigación sobre la sociedad civil al que el gobierno destina una partida de gasto de cerca de 20 millones d euros o la creación del Ministerio de Integración e Igualdad se han presentado como logros que favorecen la sociedad civil, cuyos exponentes se aglutinan entorno a los llamados "movimientos populares", siendo la Iglesia Católica parte de tales movimientos.

Finlandia también presentaba un tejido asociativo aparentemente fuerte (más de 200.000 asociaciones y 15 millones de asociados, el 75% de la población). El principio inspirador parece haber sido una especie de contrato social entre el gobierno y la sociedad civil ("yo gobierno, tú haces tu parte"), lo que ha guiado la actuación del Comité Consultivo del Ministerio de Justicia finés, que engloba a representantes de las ONG. La figura del Defensor del Pueblo también se contempla como parte del sistema del Estado del bienestar en Finlandia, que prevé apoyar la labor de las ONG y asociaciones lúdicas, ecologistas, de activismo senior, espontáneas, "críticas"…a través de las subvenciones.

Pero, ¿son estos tres países modelo de intervención de la sociedad civil allí donde no debe o no puede llegar el Estado? ¿Parten de la premisa de que el Estado todo lo puede, y solo, a modo de concesión graciosa, deja intervenir a los grupos sociales organizados? Desde hace unos años, se está tomando a los países escandinavos como modelo de Estado de bienestar, y éstos, en los últimos años, están presentando su modelo de sociedad civil como un logro de cultura de participación política, tratando de exportarlo a los distintos foros y organismos internacionales y supranacionales (ONU, UE, OCDE…). Sin embargo, no está tan claro que Finlandia, Suecia, Noruega o Dinamarca se aproximen al concepto de sociedad civil desde la lógica del principio de subsidiariedad, que, en esencia, favorece la libertad creativa de la persona y garantiza su propia dignidad. En realidad, no se trata de potenciar desde arriba el rol de la sociedad civil, sino de devolver el protagonismo que le corresponde a ésta: antes que el Estado existiera, existía la sociedad civil, con la familia como unidad básica y ejemplo de comunidad cercana. Por otra parte, fomentar el voluntariado no necesariamente expresa una visión de la subsidiariedad acorde con la libertad del hombre, pues sucede, salvando las enormes distancias, que países totalitarios como Corea del Norte instrumentalizan, como servicio al Estado y no a la sociedad, toda participación ciudadana.

En los países escandinavos la colaboración público-privada parece estar muy sesgada hacia los aspectos medioambientales, pero nada se dijo acerca del papel verdaderamente crítico que juega el tejido asociativo allí, más allá de pedir responsabilidades al gobierno o a los cargos públicos por casos de corrupción. Nos referimos a la conciencia crítica de la sociedad frente al intento del estado de imponer su ideología a nivel social en temas como, por ejemplo, la ideología de género, la educación, el papel del sector privado, el papel de la religión en la vida pública, …El hecho de que existan numerosas asociaciones no implica necesariamente un mayor compromiso en la vida social a favor del bien común, aunque su movilización haya podido tener repercusión pública: piénsese en países como Alemania, donde, en la ciudad de Berlín, el llamado "partido pirata" , ha obtenido la Alcaldía de la ciudad. Su programa político, dejando aparte su lucha por favorecer las descargas gratis por Internet de todo tipo de archivos audiovisuales, parece ahondar más en el individualismo que en construir la ciudad común donde el hombre y la mujer puedan progresar y desarrollarse de acuerdo a su dignidad.

La figura del Comité Consultivo y del Defensor del Pueblo, que proponían al hilo de una pregunta como modelos de participación ciudadana, es evidente que no son ninguna novedad, lo cual no significa que no tengan utilidad alguna. En nuestro país, existen muchos órganos consultivos dentro de la Administración en los que se oyen a diversos actores (ONG´s y asociaciones), que no deciden en la legislación si no coinciden con los intereses del político de turno. Más utilidad podría tener el Defensor del Pueblo para reclamar contra actuaciones arbitrarias de la Administración. En realidad, una subsidiariedad que surja de arriba hacia abajo es muy descafeinada. Es el modelo imperante en países como el nuestro.

En conclusión, el encuentro organizado por la asociación Sociedad Civil Española y la Fundación Sociedad Civil tuvo el acierto de iniciar un diálogo con representantes de sociedades que tratan de situar en el debate público a su propia sociedad civil, quedando patente el hecho de que lo hacen de arriba hacia abajo. Puede ser que sean sociedades más transparentes o donde se da una identificación casi plena entre gobernantes y pueblo, pero también puede ser que lo que en verdad subyace en la organización de su sociedad es más bien una imposición del colectivo sobre el individuo de determinadas pautas y conductas sociales, de arriba hacia abajo, desde el consenso más absoluto, La pregunta que cabe hacerse y responder en este tipo de sociedades es si hay margen para el disenso, y si hay espacios para que el individuo construya de abajo hacia arriba. Esto no se planteó, ni por tanto se respondió. Así pues, también con este encuentro se ha desaprovechado una oportunidad de oro de introducir una mirada nueva sobre la sociedad civil del futuro, y de cómo puede actuar de abajo hacia arriba en un proceso reformista de construcción de pueblo.

Se llame estatalismo o sociedad civil colectivista, de lo que se trata es recuperar espacios de decisión y gestión para el ciudadano de a pie. La socialdemocracia europea ha aceptado e, incluso, incluido el modelo escandinavo de sociedad en su agenda política (que ya sería un comienzo para un diálogo), pero existen numerosos obstáculos y prejuicios ideológicos como para cuestionarse un modelo como el nuestro, profundamente burocrático y asimétrico, en el que el ciudadano se sigue viendo como elemento subordinado a lo colectivo (al igual que en Dinamarca, Suecia y Finlandia), que se salva acaso por nuestro carácter latino. La realidad nos muestra que el principio de subsidiariedad ha de entenderse, interiorizarse, asumirse y explicarse. Y, para ello, mirar al Estado o al colectivo, ya no es referencia válida. En un foro de sociedad civil, se echó en falta a esa sociedad civil escandinava, aunque puede ser que ésta decida ser escuchada por la vía del poder público, en cuyo caso, todo estaría perdido para la causa del principio de subsidiaridad, o puede ser que sean los próximo invitados. Habrá que empezar a mirar y a cuidar nuestra propia sociedad, la española. Y para ello, es fundamental empezar por el protagonismo de las personas. Entonces, sucederá todo.

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