Entrevista a Adriano Dell´Asta (segunda parte)

La redención del hombre empieza siempre desde su corazón

Entrevistas · Juan Carlos Hernández
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5 febrero 2024
Publicamos la segunda parte de la entrevista a Adriano Dell`Asta. ¿Es posible la paz sin perdón? ¿Qué es el perdón? El autor aborda estas cuestiones decisivas.

En su libro, usted habla de una confusión entre la pertenencia a Cristo y la pertenencia nacional. Sobre la postura de la Iglesia ortodoxa, tiene palabras duras. Cito textualmente: “aunque pueda parecer un juicio muy fuerte, creo que sin la Iglesia el proyecto imperial de Putin no habría sido posible, la Iglesia le ha proporcionado una concepción, le ha ofrecido un lenguaje, le ha inspirado esa megalomanía”.

En realidad no son mis palabras, sino de un teólogo ortodoxo que, por otra parte, comparto plenamente en su esencia, pues se trata de entender que lo que estamos viendo no es un enfrentamiento entre Occidente y Oriente ni entre un mundo católico que ya (como dicen Putin y el patriarca Kirill) habría olvidado o traicionado el significado del cristianismo y un mundo oriental que lo habría conservado: no es eso. A los que apoyan la ideología del Russkij mir hay que preguntarles algo más esencial (y es importante que lo hayan hecho los propios ortodoxos, como el teólogo citado): ¿pero tú en qué Cristo crees?, ¿tú en qué Iglesia crees? Lo que tenemos aquí es una Iglesia que se convierte en instrumento del poder, que funciona como un dicasterio estatal. Porque ese es el problema: o la Iglesia me remite a Cristo o se convierte en una asociación como tantas otras, y aún peor que las demás, por su pretensión de hablar en nombre de Dios sin medirse ya con Cristo.

La religión degenerada en herejía se convierte así en uno de los motivos de la guerra, pero entonces, ¿la religión es solo una parte más del problema o todavía puede ser parte de la solución? En este sentido, justo después de la revolución de 1917, Nikolai Berdiayev decía que “el verdadero renacimiento eclesial solo puede venir desde dentro. El movimiento religioso realmente creativo solo da comienzo cuando la persona se adentra más profundamente en sí misma y deja de vivir superficialmente” (Rusia 1917. El sueño roto de “un mundo nunca visto”).

Berdiayev captó el núcleo central de la cuestión, que es la persona, el renacer de la persona. O el cristianismo es para el renacer de la persona, para la redención del hombre, que siempre comienza en su corazón, en las profundidades de su corazón, o siempre corre el riesgo de convertirse en una estructura del poder. Como decía antes, no hay que confundir la vocación a la santidad (la santa Rusia) con las pretensiones de grandeza (la gran Rusia) porque si se cede a esa confusión se entra en una vorágine no solo destructiva y homicida, sino también autodestructiva, verdaderamente suicida. A pesar de toda su ostentación de poder, la gran Rusia se ha deshecho en estos meses. En este punto también debemos ser claros. Ucrania está siendo destruida, se está destruyendo físicamente, como estamos viendo estos meses, con un ataque verdaderamente cruel y sin tregua, pero eso no significa que Rusia esté ganando. También se está destruyendo. Putin ha negado que existiera una lengua ucraniana, pero de ese modo ha acabado destruyendo también la lengua rusa. Cuántos escritores rusos han dicho estos meses que hay que devolver a la verdadera Rusia una lengua digna porque “nuestra lengua –decían– se ha convertido en la lengua de los asesinos, porque nuestra lengua no era tan vulgar”. Aquí habría que hacer un auténtico análisis de la vulgaridad que caracteriza a la lengua de Putin y su congregación. Algún estudioso lo ha hecho con resultados muy convincentes, confrontando exactamente la lengua de los representantes del poder con la de los criminales, y comprobando con hechos ese deterioro, esa destrucción de un medio de comunicación fundamental como es la lengua, a la que luego sigue la destrucción de la sociedad civil.

«No es verdad que no exista una Rusia que se opone a la guerra»

Pero esta no es la Rusia auténtica, existe otra que va más a fondo y que se reconstruye partiendo del corazón de los hombres y de su conciencia. Se oye decir mucho que Rusia no se opone a la guerra, que Rusia está aplastada por las posiciones de su gobierno, que todos están de acuerdo con lo que está haciendo este gobierno. Es verdad si hablamos solo de los grandes números, entonces sería cierto, pero no lo es, no es verdad para nada si miramos las cosas con más atención. Entonces veremos que esta idea solo forma parte de una propaganda alimentada también por ciertas fuentes informativas en Occidente, que se quedan en la superficie y solo ven la oposición cuando resulta clamorosa, olvidando tantos pequeños gestos de resistencia, que pueden no ser notorios, pero no son menos importantes, a pesar de lo que se ve cuando solo se habla de números.

Foto de archivo

Justo estos días se ha publicado en Italia una entrevista con la mujer de Vladimir Kará-Murzá, un disidente que acaba de ser condenado a 25 años de cárcel acusado de haber ofendido al Estado ruso. Un episodio clamoroso del que se ha informado justamente y que ha causado escándalo, pero en esta misma entrevista (en vez de lamentarse por el silencio de la mayoría) su mujer recuerda que, justo después de la invasión de Praga, el 25 de agosto de 1968, en la Plaza Roja, hubo una manifestación en la que solo participaron ocho personas. Entonces casi nadie lo notó, pero hoy sabemos que aquella fue la piedra angular de la historia que llevaría al final del régimen. Pues bien, hoy hay en Rusia al menos veinte mil procedimientos (entre penales y administrativos) contra personas que se oponen de diversas formas a la guerra. ¿Qué estamos diciendo cuando nos quejamos de que Rusia hoy no resiste? Ciertamente, 20.000 personas entre 140 millones son pocas, pero todavía eran menos aquellas ocho personas entre 200 millones. Igual que casi no veíamos a aquellos cuatro (ocho) gatos que protestaban contra la invasión de Checoslovaquia, ahora no vemos otras muchas cosas. El problema no es que no haya otra Rusia. Hay otra Rusia, pero no la vemos hasta que va a la cárcel o no empieza a ser perseguida, como ha sucedido con algún sacerdote que no rezaba por la victoria sino por la paz.

«La profecía por la paz no es una fantasía»

¿Estas personas son la esperanza de Rusia?

Claro que son la esperanza de Rusia. Son personas cuya existencia debemos conocer y recordar porque nos muestran desde el principio que, en cualquier condición y situación, el hombre puede seguir siendo hombre, de las formas más diversas. No estoy diciendo esto para refugiarme en el sentimentalismo por falta de acciones concretas, por dar un bonito sermón fruto de mi imaginación mientras la historia real va por otro lado. Cuando el Papa habla de la profecía por la paz no está dando un bonito sermón, no está sustituyendo la realidad por una imaginación: está hablando a la luz de la esperanza cristiana, que no consiste en cerrar los ojos ante las tragedias que están sucediendo, no es como algunos hacía en los tiempos del Covid, cuando se decía que no estaba pasando nada o que todo iría bien. No fue todo bien, murió mucha gente, muchos sufrieron, muchos perdieron amigos o familiares, y a esa gente, como a los que sufren por esta guerra, no les puedes responder con un bonito sermón o remitiendo a una esperanza genérica.

Hay que dar razones para esperar y para vencer el desánimo o el odio que esta tragedia está generando. Tenemos razones para emprender ese camino, razones que no son fruto de hermosas imaginaciones consolatorias sino de la historia, de experiencias vividas que deberíamos recordar. Para dar una idea de lo que estoy diciendo, de lo que significa el renacer del que estoy hablando, quiero poner un ejemplo que parte de la historia de un autor que ya hemos recordado, Nikolai Berdiayev. Estamos en 1923; Berdiayev acaba de ser expulsado de Rusia con un decreto que establece la pena de muerte inmediata en el caso de intentar volver a la patria o ser capturado por algún agente soviético. En este punto, en un texto que luego se hizo famoso, Una nueva Edad Media, Berdiayev dice que si Rusia es lo que es, es porque él es lo que es. Debe quedar claro, Berdiayev no está negando la tragedia de la que él mismo es víctima ni tampoco está reduciendo las culpas del bolchevismo ni del totalitarismo soviético, contra el que seguirá luchando toda su vida. Sabe perfectamente quiénes son los verdugos y quiénes las víctimas pero al mismo tiempo dice que eso no le basta para vivir y devolver la vida y la esperanza a una Rusia que ha quedado destruida. Su vida y su esperanza, igual que las de su patria perdida, nacen de este primer paso de reconocer su propia responsabilidad.

Nikolai Berdiayev

Sin pretender dar lecciones a nadie, con la clara conciencia de que hay diferencias abismales entre los que tienen culpas y los que tienen responsabilidades, nosotros podemos y debemos retomar este camino de toma de conciencia. De aquí puede nacer una verdadera esperanza, una esperanza verdaderamente eficaz. Si me doy cuenta de cuáles son mis responsabilidades, me daré cuenta al menos de tres cosas: que, por débil o pequeño que sea, yo puedo hacer algo para vencer el mal, igual que he hecho algo para no impedirlo, y soy yo quien puede hacerlo sin pretender que lo hagan antes los demás; además, si la responsabilidad de lo que sucede también es siempre mía (claro que de maneras y formas distintas, con responsabilidades más o menos grandes), por un lado me doy cuenta de que necesito ser perdonado por el mal que he realizado y por otro veo que, si sé que debo o puedo ser perdonado, es posible cambiar.


Lee aquí la primera parte de la entrevista


Al final del libro hay precisamente una referencia al perdón. ¿Es posible la paz sin perdón?

Este es el gran desafío, del que debemos entender tanto su grandeza como su riesgo. ¿Qué quiere decir perdonar? ¿Significa –como decíamos antes– que no ha pasado nada? ¿Es como decir que todo irá bien? Ese no es el perdón al que debemos tender, y en cualquier caso no podemos pretender algo así de los que en estos momentos se enfrentan todos los días a la posibilidad de un bombardeo, como les pasa a los ucranianos. Tampoco podemos pretenderlo de los que se están viendo obligados a abandonar su país, porque esta es otra cosa que no se cuenta en el juego de la propaganda y es algo que se debería contar a propósito de Rusia. Si son muchos los que se arriesgan a ir a la cárcel, son infinitamente más los que abandonan Rusia (hay quien, puede que exagerando, habla de cientos de miles de personas, pero en todo caso siguen siendo muchos). Es la parte más viva y creativa de Rusia la que la deja, no tanto porque no quiera ir a combatir, sino porque no puede vivir en estas condiciones de falsedad y opresión, y por eso se marchan dejándolo todo, casa y trabajo, como la antigua decana de la facultad de periodismo en la universidad de Moscú o el exdirector administrativo de una gran universidad también moscovita, periodistas, jóvenes informáticos… Aquí no se pueden presentar reclamaciones ni dar discursos moralistas, pero se pueden contar experiencias y tratar de entender lo que significan.

Eso es lo que trato de hacer en mi libro, contando la historia de Semën Frank, colega y amigo de Berdiayev que, como él, fue expulsado de la Rusia soviética. Se trata de un judío, antiguo marxista, que se convierte al cristianismo y abandona el marxismo en el que había creído en su juventud, lo que le hace odioso ante el nuevo poder comunista. Se asienta entonces en Berlín pero luego llega un momento en que, como sabemos, los nazis toman el poder en Berlín y él se vuelve a marchar, siendo de nuevo exiliado y, desde mediados de los años 30, libra su batalla perseguido por los bolcheviques, que lo habían condenado a muerte y declarado en rebeldía, y perseguido por los nazis, para los que seguía siendo judío aunque se hubiera hecho cristiano. Este es el hombre. En su diario, en 1942, cuando el destino de la guerra aún no se ha decidido porque la batalla de Stalingrado todavía no ha acabado, se pregunta quién ganará la guerra, y él mismo se responde: “el que sepa perdonar primero”. No tenemos que idealizar nada en esta historia, sencillamente nos ofrece la experiencia de gente que ha perdonado y de la que debemos entender qué significa ese perdón y por qué, para ellos, perdonar no significaba borrar lo que había pasado.

«Si reconozco mi necesidad de ser perdonado, empiezo a entender que tal vez yo también puedo perdonar a otros»

Una vez más, en vez de dar sermones o discursos abstractos, importa más contar otra historia real. En 2022 presentamos en el Meeting de Rimini una exposición que era fruto del trabajo realizado por Memorial (asociación que nació en 1989 para recordar las violaciones de derechos humanos que se habían cometido durante los años del régimen soviético y aún hoy, que luego ganó el premio Nobel de la Paz justo en 2022). Esta exposición tenía dos partes, una dedicada a las cartas que los padres escribían a sus hijos y a sus familias desde el lager; y la segunda sobre el universo femenino en los lager, sobre pequeños objetos (bordados, dibujos, muñecas) que las madres del lager confeccionaban para sus hijos. Los trabajos manuales que hacían estas mujeres es impresionante. Hacían un bolsito, pero no se conformaban con que fuera útil sino que además lo bordaban. Pensemos en lo que significa bordar un bolsito en un campo de concentración, donde no sabes si llegarás a cenar esa noche, y pierdes tiempo en hacer algo inútil como bordar y buscar un hilo de ese color para hacerlo. Eso es lo que significa el carácter irreductible del ser humano, a pesar de todo, a pesar de todo el mal que se cometía en esos campos.

La exposición terminaba con la clásica pregunta: “¿pero se puede perdonar?”, “¿se puede conciliar la justicia con la misericordia?”. Una de estas mujeres, Eugenia Ginzburg, que pasó veinte años en un campo de concentración simplemente por ser la mujer de un hombre que había sido declarado enemigo del pueblo, dice que después de esos veinte años podía tener miles de razones para afirmar quiénes eran los asesinos y condenarlos, pero eso no le bastaría, no le bastaba, porque cada vez que se preguntaba qué es lo que ella había hecho cada vez que arrestaran a alguien conocido, ella, aun sabiendo que no era un enemigo del pueblo, no lo había gritado, no había gritado su inocencia. Es evidente que su responsabilidad por el hecho de no haber denunciado la mentira era inferior que la de quien mataba, pero se daba cuenta de que el hecho de no haberse opuesto claramente a la mentira era algo que ya la hacía responsable. Por supuesto, ni culpable ni responsable en la misma medida que los verdugos, pero en todo caso responsable por haber faltado a su deber de solidaridad con un perseguido, a su deber de decir la verdad, a su humanidad. Ese es el inicio del perdón porque, como decía antes, si falto a mi deber de humanidad es evidente que necesito perdón. Pero si lo reconozco, es decir, si reconozco mi necesidad de ser perdonado, empiezo a entender que tal vez yo también puedo perdonar a otros, y ahí empieza una historia completamente nueva, empieza a crearse una atmósfera completamente nueva, que no significa decir que no ha pasado nada o que tal vez el verdugo tuviera sus razones, sino que todos necesitamos el perdón… El cristianismo no es la religión de los perfectos y los puros.

Sino de los necesitados…

Obviamente. Es una herejía imaginarse un mundo perfecto, mejor que el que Dios ha hecho, con la idea que subyace a fin de cuentas a esta pretensión, la pretensión de ser dioses y que, si lo hubiera hecho yo, el mundo sería mejor.


ADRIANO DELL´ASTA

La «pace russa». La teologia politica di Putin

Scholé. 144 páginas. 12 €


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