La otra pandemia

Sociedad · Alver Metalli
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21 julio 2021
Algo de profético hubo en la cumbre de la Iglesia latinoamericana de Aparecida, en Brasil, en la que participó Bergoglio en 2007 y que para muchos fue su lanzamiento hacia el pontificado.

En la droga, en su difusión, en su consumo, en el drama de la drogodependencia, se reconocían los rasgos principales de una pandemia, igual que la que golpea América Latina en nuestros días, una pandemia que, como la del Covid, “es como una mancha de aceite que invade todo”, decía el punto 422 del documento final, elaborado por la comisión presidida por Bergoglio. “No reconoce fronteras, ni geográficas ni humanas. Ataca por igual a países ricos y pobres, a niños, jóvenes, adultos y ancianos, a hombres y mujeres”. Como la pandemia que llegaría catorce años después de esa histórica cumbre, el flagelo viral del siglo XXI que arrasa el continente desde México hasta la Tierra de Fuego. Hoy esa misma Iglesia da sus primeros pasos en un proceso sinodal continental propuesto precisamente por Bergoglio, que con el tiempo se convirtió en Papa, y resulta oportuno volver a partir de la profecía de Aparecida para buscar un ímpetu renovado en la lucha contra las drogodependencias.

La droga es la otra pandemia de América Latina. Igual que la otra, que introduce en el organismo el temido virus, provoca “desgarro, desesperación, impotencia, abandono”. Todos ellos términos utilizados en el documento Drogas y Adicciones: un obstáculo para el Desarrollo Humano Integral que se ha preparado para la primera Asamblea eclesial de América Latina y Caribe, que se celebrará del 21 al 28 de noviembre en Ciudad de México. Una ocasión muy relevante para retomar y desarrollar las ideas planteadas en Aparecida en relación a las drogas a la luz de una batalla cara a cara a la que no se debe dar tregua. Así lo aseguran muchos, y no de ahora, que afrontan sobre el terreno esta otra pandemia, muchos de los que forman parte del movimiento Hogar de Cristo en Argentina, que nació de la experiencia de los curas villeros, sacerdotes que viven en las villas miserias de Buenos Aires y su periferia. Piden que el tema de la droga y el tratamiento de las adicciones tenga la voz que merece en el camino eclesial que el Papa ha puesto en marcha en América Latina mediante un Celam repensado y reestructurado a la luz de una sinodalidad más marcada.

Para llamar la atención de la próxima asamblea sobre la problemática vinculada a la drogodependencia y su recuperación, estos argentinos han redactado un documento que ya desde el título trata a la droga como “un obstáculo para el desarrollo integral”. Por eso, afirman que “hay que mirar a la cara” la pandemia de la droga –dos términos íntimamente ligados en este momento– para darse cuenta de que las adicciones son una herida sangrante que requiere una inteligencia que penetre cada vez más en la realidad y realizar mayores esfuerzos sobre el terreno.

Este documento lamenta que durante el largo tiempo de la cuarentena –que en Argentina aún no ha acabado– muchos jóvenes hayan quedado “a la intemperie, no solo física sino también existencialmente”. Sus puntos de referencia con instituciones como clubes de barrio, escuelas y capillas, muchas de las cuales permanecen cerradas desde hace ya mucho tiempo. El documento no deja de señalar los peligros que se abren en otro frente, el de la liberalización de la marihuana, que se abre paso por todo el continente y que paradójicamente se ha visto favorecido por la pandemia. “Notamos con perplejidad cómo se abre paso un amplio sentido de aceptación del cannabis y su presunta inocuidad, su despenalización y sus usos”, afirma el documento, que después afirma la necesidad de “no minimizar los riesgos del uso de la marihuana, que no tiene nada de saludable”. Otro punto sensible es el de la post-pandemia, con “el aumento de VIH, tuberculosis y otras enfermedades asociadas al consumo de paco y otras drogas que no se tratan con terapias adecuadas y está claro que las consecuencias tendrán repercusión en toda nuestra sociedad en su conjunto”.

La pandemia pasará dejando su rastro de muertos, parecen decir los argentinos en su contribución para el camino sinodal, pero la droga se quedará. La droga es más longeva que el coronavirus, y más letal. Por eso la Iglesia latinoamericana debe mirar adelante. “Deseamos que en todos los barrios populares de nuestra América se vivan las 3 C”, una fórmula que indica a las capillas, círculos y colegios, lugares típicos del paisaje de estos barrios populares y de las villas argentinas donde transcurre la vida de los jóvenes y donde la intervención preventiva resulta más eficaz.

L’Osservatore Romano

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