La lista del profesor Omero

Cultura · Antonio R. Rubio Plo
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24 junio 2022
Alessandro D’Avenia es un profesor dedicado desde hace más de veinte años a la enseñanza e imparte clases de latín e italiano en un instituto. Es doctor en letras clásicas y ha escrito novelas y ensayos de gran éxito en Italia y otros países.

Su última novela, ¡Presente! (ed. Encuentro), es una lectura muy recomendable para profesores, padres y alumnos. Más allá de la historia de un docente ciego que enseña ciencias a un grupo de chicos “difíciles”, hay toda una serie de valiosas reflexiones sobre la escuela y la sociedad de nuestros días porque vienen de alguien que conoce de primera mano lo que está hablando.

Al leer esta novela he pensado que en los últimos tiempos hemos tenido demasiados libros y películas sobre profesores “transgresores”, que se saltan sin ningún reparo las normas y empatizan enseguida con sus alumnos. Son profesores “guais”, según una expresión que es de uso corriente desde hace décadas. Reconozco que me da un poco de pereza sumergirme en esos argumentos que, por lo general, suelen ser una consagración del emotivismo que considera secundarios los conocimientos. Pero Omero Romeo, protagonista de la novela, no es así. Tiene serios y firmes conocimientos científicos, pues es licenciado en Químicas, aunque sabe transmitirlos a los alumnos desde su propia vida y experiencias. Omero, que no es casual que lleve el nombre de un poeta ciego, se dirige a personas, no a nombres de una lista que en unos meses puede ser incapaz de recordar. Da incluso la oportunidad a los alumnos de presentarse a sí mismos. Tal es su forma original de pasar lista. Para él es importante salvar, es decir recordar, cada nombre, pues detrás de él hay una persona concreta, única e irrepetible. Omero todavía llega más allá al pedirles que les deje tocar sus rostros. Los ciegos son capaces de conocer muchas cosas, a veces más que con la vista, gracias al tacto. D’Avenia subraya la paradoja del profesor que ve la clase, pero no ve a los alumnos. Algo aplicable también a otros aspectos de la vida actual, en la que los individuos, ensimismados en sus problemas, no son capaces de ver a las personas que están a su lado. Tal y como dice el profesor Omero, la realidad no está hecha de átomos sino de historias.

D’Avenia denuncia una vez más, como en otras de sus obras, que la escuela está separada de la vida. Para muchos padres es un “aparcamiento” que sirve para poder dedicarse a un absorbente y supuestamente prestigioso trabajo. Para muchos profesores el criterio que prevalece es el de cumplir los programas o conseguir que los alumnos tengan una buena calificación en su examen de acceso a la universidad. El éxito a toda costa, aunque se lleve por delante la relación entre profesor y alumno. Habría que preguntarse por qué hay profesores que consideran que los alumnos de mejores calificaciones son mejores personas que los demás. En mi opinión este es un criterio antiguo, decimonónico, pues la historia demuestra que se pueden cometer atrocidades, aunque se esté en posesión de uno o varios doctorados. El ser humano no es, desde luego, un cerebro sin cuerpo.

Me llama la atención de que un químico como Omero sea al mismo tiempo un gran humanista. Alguien podría pensar que eso solo sucede en Italia, donde tradicionalmente se ha dado importancia a las humanidades clásicas en la enseñanza secundaria, pero mi propia experiencia como profesor, donde he impartido historia a alumnos del bachillerato de ciencias, me confirma que quien tiene interés por investigar y posee capacidad de asombro suele interesarse por las humanidades y los grandes libros. Por cierto, Omero no deja de recomendar a una profesora del instituto la lectura de Doctor Zhivago de Boris Pasternak, un clásico que no puede reducirse a una historia de amores y decepciones. Idealizado o no, el protagonista de la novela es un modelo de profesor, alguien que está toda la vida estudiando y le gusta transmitir a los demás el amor al estudio, es decir, por la capacidad de asombro. Es de lo que creen que hay cuidar la relación con los demás y enseñar bien su asignatura.

El libro es además una demostración de que la actividad docente no puede restringirse al éxito académico. Es una actitud demasiado racionalista que no deja lugar alguno para el corazón. Y otro de los grandes mensajes del libro es la afirmación de que la vida debe ser entendida como una relación, y no como poder. “Tengo poder, luego existo”. Esta es una de las consignas de nuestro tiempo. Como tengo poder, me controlo a mí mismo, a los otros y a la naturaleza. Tarde o temprano, se acaba por descubrir la falsedad de este planteamiento.

Esta novela encajaría bien con la idea de poder presentada por el filósofo y teólogo Romano Guardini: el verdadero poder lo tiene aquel que se da a sí mismo, y que es capaz de renunciar a sí mismo. El pensador ítalo-alemán subrayó que no existe ninguna grandeza que no esté basada en el dominio de uno mismo, en contraste con la tendencia actual con dar primacía a la sensación y a las emociones. No es una actitud adecuada para quien busca la verdad, como el profesor Omero Romeo, que bien podría afirmar, como el papa Francisco, que el verdadero poder es el servicio.

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