La gran batalla a favor de la razón

Nos ha tocado vivir un tiempo en el que se habla mucho del hombre y la razón, de progreso y modernidad, de libertad y derechos humanos, pero seguramente es una de las épocas menos libres y más irracionales, en la que el desprecio por el hombre y su dignidad llegan a sus puntos más álgidos, como testimonian algunas de las leyes ya establecidas o que vendrán introducidas en un futuro próximo en nuestro país y en otros más o menos cercanos. Y no obstante, seguimos sufriendo las consecuencias de los horrores realizados por aquellos poderes que exaltaban al hombre y su grandeza identificada con la raza aria o la ideología comunista. Es verdad que una gran parte de nuestra sociedad parece haber olvidado, o prefiere censurar, aquellos exterminios de millones de personas, el control total que sufrían las personas en aquellas sociedades construidas sobre estas ideologías, la destrucción y empobrecimiento de los pueblos que vivieron bajo semejantes poderes políticos. Esos hechos deberían ser una continua alarma para evitar recorrer de nuevo caminos cuyo destino es trágico, demoledor. Pero hoy no se quiere hacer las cuentas con la historia; es más, se la manipula y falsifica. La ideología tiene razón y la realidad se equivoca. Muchos discursos de nuestros políticos se fundamentan en este axioma.
Benedicto XVI es una de las pocas voces libres que existen en la actualidad. Y por eso va contracorriente. Probablemente no siempre es políticamente correcto, pero siempre es razonable, profundamente humano. Una vez más lo ha demostrado ante los jefes religiosos musulmanes e intelectuales jordanos al proponerles la tarea que cristianos y musulmanes deben asumir en el campo intelectual y científico para servicio de la sociedad: "Esta tarea consiste en cultivar para el bien, en el contexto de la fe y la verdad, el amplio potencial de la razón humana". Éste es el reto que tenemos por delante: afirmar la razón humana, cultivarla en sintonía con la verdad, aquélla que la razón puede descubrir por sí sola y aquélla que acoge humildemente como revelada por el Misterio. Dentro de esta unidad la razón es potenciada, dinamizada: "En realidad, cuando la razón humana consiente humildemente en ser purificada por la fe no viene debilitada; por el contrario, es ayudada a resistir a la presunción de ir más allá de sus límites. Por ello, la razón humana es fortalecida en el compromiso de perseguir su noble finalidad de servir a la humanidad, dando expresión a nuestras comunes aspiraciones más íntimas, ampliando el debate público, en lugar de manipularlo o reducirlo. Por eso, la adhesión genuina a la religión -lejos de restringir nuestras mentes- amplía los horizontes de la comprensión humana". Y de aquí deduce Benedicto XVI una conclusión crucial para nuestra época: "Así protege a la sociedad civil de los excesos de un ego ingobernable, que tiende a absolutizar lo finito y a eclipsar lo infinito; hace que la libertad se ejerza en sinergia con la verdad, y enriquece la cultura con el conocimiento de todo aquello que es verdadero, bueno y bello".
Estas palabras indican el gran problema de nuestra época, y al mismo tiempo señalan el camino para un futuro más humano, más razonable. En ellas se contraponen dos concepciones de razón, ¿cuál es la verdadera, la más justa? La verdad de una posición se manifiesta en su desarrollo, en las consecuencias que se derivan de tal posición o afirmación. Como dice el dicho evangélico: "Por sus frutos los conoceréis". Este trabajo es imprescindible para no caer en el engaño. Contemplando nuestra historia reciente hemos de reconocer que la razón cerrada sobre sí misma, en oposición al Infinito, enloquece; y en lugar de servir a la humanidad, la destruye. Los peligros de "un yo ingobernable, que tiende a absolutizar lo finito" son evidentes, por ejemplo, en las generaciones jóvenes que han sido educadas en esta comprensión reducida de la razón. Todos reconocemos el desastre de la educación actual, aunque todavía muchos se niegan a reconocer el origen de este fracaso: la absolutización de la razón, que al mismo tiempo lleva a su reducción y empobrecimiento total.
El reto que lanza el Papa en este discurso va dirigido a todos los hombres; ha hablado delante de musulmanes y cristianos, pero también de políticos de todas las posiciones ideológicas. Es tarea de todos afirmar la razón en toda su grandeza. Está en juego lo humano. Citando unas palabras de J.H. Newman: "Hay que volver a unir las cosas que en el principio estaban unidas y que han sido separadas por el hombre (se refiere a la razón y la fe)… Deseo que el intelecto se expanda con la mayor libertad, y que la religión disfrute de igual libertad, pero lo que pongo como condición es que deben encontrarse en el mismo sitio: la persona". Seguir separando, o lo que es peor contraponiendo, la razón y la fe es letal para el hombre y la sociedad.