La Europa que ya existe

Mundo · Giorgio Vittadini
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24 marzo 2017
Se acaba de celebrar en Roma el sesenta aniversario de los tratados firmados en 1957 en la capital italiana que llevaron al nacimiento de la Unión Europea. Para la ocasión, los 27 jefes de estado y gobierno de la UE han suscrito una declaración como primer paso hacia una agenda común con el objetivo de relanzar el proyecto europeo. Ya sabemos que el contexto es complejo, con múltiples puntos de tensión como la austeridad, los migrantes, los nuevos ejes internacionales, los diversos populismos, hasta el punto de que el intento de llevar adelante una Europa de dos velocidades, contenido en dicha declaración se ha encontrado con muchos obstáculos.

Se acaba de celebrar en Roma el sesenta aniversario de los tratados firmados en 1957 en la capital italiana que llevaron al nacimiento de la Unión Europea. Para la ocasión, los 27 jefes de estado y gobierno de la UE han suscrito una declaración como primer paso hacia una agenda común con el objetivo de relanzar el proyecto europeo. Ya sabemos que el contexto es complejo, con múltiples puntos de tensión como la austeridad, los migrantes, los nuevos ejes internacionales, los diversos populismos, hasta el punto de que el intento de llevar adelante una Europa de dos velocidades, contenido en dicha declaración se ha encontrado con muchos obstáculos.

Con todo esto, el intento de hacer renacer una institución en crisis parece tarea propia de las alquimias políticas, por lo que no sorprende que la mayoría contemple todo esto con cierta confusión. Por otro lado, ni los actuales líderes de Europa ni sus detractores parecen preparados en este momento para interpretar el deseo de los ciudadanos que quieren vivir como europeos todas las oportunidades que su continente les ofrece, y por ello esperan que la cosa pueda volver a levantarse.

En el fondo, la diferencia entre europeísmo y populismo no es tan evidente como parece. Y hay muchos ejemplos en este sentido, pero nos limitaremos a citar solo la última afirmación, rica en imprecisiones y con un intento inadecuado de desmentido, hecha por el presidente del Eurogrupo, el holandés Jeroen Dijsselbloem a propósito de los países del sur de Europa, que la podía haber pronunciado cualquiera de los Le Pen: “No puedes gastarte todo el dinero en alcohol y mujeres y luego pedir ayuda”.

¿Hay remedio ante este escenario? ¿Por dónde volver a empezar? Quizás pueda ser desde un punto muy sencillo: la Europa viva “de hecho”, la que existe más allá de la Europa narrada. Mientras la Europa de las instituciones está en crisis, hay una Europa real que ningún acto político podrá eliminar nunca, aunque sus aspectos concretos y constructivos sean ampliamente ignorados.

Es la Europa de los jóvenes que estudian o preparan sus tesis universitarias fuera de sus países gracias a los programas Erasmus, que aprovechan las oportunidades de trabajo que encuentran en el exterior, que viajan mucho gracias a los vuelos low cost, que aprenden idiomas, que dan vida a la cooperación y a nuevas formas de economía tecnológicamente avanzada. No es casual que el Brexit haya contado con el voto de la población más anciana de Gran Bretaña, mientras que los jóvenes se han manifestado en bloque a favor de permanecer en Europa.

Tampoco hay que olvidar la Europa de las grandes instituciones tecnológicas, como el CERN de Ginebra y los proyectos espaciales, así como la de las pequeñas y medianas empresas que nacen desde abajo con espíritu de cooperación, bien distinto de los intentos invasores de las grandes empresas, cuya estrategia principal consiste en colonizar y someter las economías de otros países. Es la Europa de las grandes experiencias de caridad supranacionales como el Banco Europeo de Alimentos, comprometido de manera concreta en el apoyo a tantas personas necesitadas. Es la Europa de la fraternidad que nace entre movimientos culturales, sindicales, religiosos, supranacionales por naturaleza porque están basados en el encuentro de persona a persona, más allá de cualquier frontera.

El presidente de la República italiana expresaba bien el concepto en un discurso al parlamento la semana pasada: “Dando la vuelta a la expresión atribuida a Massimo d`Azeglio, ahora habría que decir: ‘Hechos los europeos, ahora es necesario hacer Europa’. De hecho son las personas, especialmente los jóvenes, que ya viven en Europa la garantía de la irreversibilidad de su integración. Hacia ellos hay que dirigir la atención y el compromiso de la Unión”. Es lo mismo que avanzaba ya en 2004 el intelectual Zygmunt Bauman en su libro “Europa: una aventura inacabada”: “Abrir y ampliar las fronteras, entrar en relación con los otros, realizar una fusión cosmopolita”.

¿Cuál es entonces la “velocidad” justa, auténtica, realista? Nadie quiere imaginarse el fin de la Unión Europea. Las ventajas que estos sesenta años nos han dado son innegables desde el punto de vista de los beneficios económicos de los que hemos gozado al menos durante un cierto tiempo. Nunca se ha vivido en Europa un periodo de paz tan largo, con la moneda única se ha conseguido hacer sostenibles los intereses de la deuda pública. A fin de cuentas, permanecer unidos es la única oportunidad para volver a ser una potencia económica global, capaz de mantenerse ante la competencia de China y Estados Unidos.

Se puede empezar por cualquier sitio, pero no prescindiendo de la vida concreta de toda esa gente que realmente está construyendo una unidad entre pueblos. Para hacer Europa a la velocidad adecuada hay que seguir este camino “desde abajo”, multiplicar las posibilidades de movilidad, de trabajo, de turismo, de comunicación, de integración cultural y económica. En vez de partir de egoísmo tecno-económicos, hay que mirar hacia dónde van los pueblos.

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