La dictadura en Venezuela: persecución de los judíos y libertad religiosa
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Todo parece indicar que el cobarde ataque contra la comunidad judía es utilizado como cruel ejemplo de lo que es capaz de hacer el régimen contra aquéllos que no le agradan. Partidos políticos, asociaciones civiles, medios de comunicación o simples ciudadanos han sido perseguidos hasta el aislamiento o su extinción. Que nadie se llame a engaño. La búsqueda de la justicia social nada tiene que ver con el socialismo "bolivariano". Estamos ante un régimen totalitario de corte nacionalista heredero del fascismo, del comunismo y del más burdo militarismo latinoamericano -en este caso con rostro populista-, para el cual la persona humana es una medio de cambio en el mercado del poder. Como es constante en este tipo de gobiernos, se pretende monopolizar los bienes políticos y culturales de suerte que sólo sea aceptable la visión del dictador y su camarilla. Para consolidar su "proyecto" es necesario acabar con todo remedo de sociedad civil. Se busca controlar a los grupos intermedios de la sociedad para usarlos como "base de poder" y cuando no es posible se les aplasta. Sindicatos, organizaciones profesionales, universidades, parroquias, grupos vecinales, todo cuanto pueda sugerir una potencial disidencia sufre el acoso del régimen. No debe extrañarnos que el blanco preferido de estas dictaduras sean las religiones por su capacidad de organizar a la sociedad y generar propuestas culturales autónomas.
Los judíos han sido presa fácil para Chávez. No así la Iglesia Católica, con quien, también desde su arribo al poder, ha mantenido una confrontación ascendente. En sus intentos por controlarla ha llegado al extremo de fundar una Iglesia nacional dócil al régimen, queriendo emular la estrategia china y soviética, pero alcanzando apenas la caricatura mexicana del presidente mexicano Plutarco Elías Calles y su patriarca Pérez por allá de los años 20 del siglo pasado. Por lo mismo, el acoso crece y ha llegado a la violencia directa agrediendo la residencia de la nunciatura apostólica, atacando iglesias e incluso invadiendo la morada del arzobispo de Caracas, una de las voces más firmes contra la dictadura.
A principios del mes de junio los obispos venezolanos realizaron su visita quinquenal al Vaticano. Confirmaron su fidelidad al Papa y recibieron su apoyo para continuar con su labor pastoral, entre la que se encuentra la defensa de los derechos humanos. Por boca del arzobispo Ubaldo Santana, presidente de la Conferencia Episcopal de Venezuela, denunciaron la persecución contra la sociedad civil y la oposición política, señalaron su preocupación por la supervivencia de la democracia dentro de un régimen que usa el dinero del petróleo para llevar adelante su "programa", causando serias polarizaciones sociales y culturales con el consecuente aumento de la violencia, la inseguridad y el odio.
En buena hora los obispos venezolanos han tomado la decisión de no callar. Poco a poco la Iglesia va quedando como una de las pocas voces de la sociedad civil que todavía se pueden escuchar denunciando la dictadura dentro de Venezuela. Cierto es que Chávez todavía no se atreve a emprender una persecución abierta contra los católicos, pero mantiene la de baja intensidad. Bien se ha dicho que uno de los elementos importantes para medir la vocación democrática de un régimen es el grado en que los ciudadanos puedan ejercer su libertad religiosa. El chavismo ha reprobado y no hay visos de que la situación mejore. El pequeño Mussolini tropical, el heredero de Fidel Castro, amenaza con hacer berrinche.