La crisis de Europa y la declaración de Schuman

Mundo · Antonio R. Rubio Plo
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9 mayo 2025
Han pasado 75 años desde que se dio a conocer la Declaración Schuman, el 9 de mayo de 1950. Sin embargo, este aniversario que años atrás se habría conmemorado con gran solemnidad para demostrar que la integración europea ha sido un éxito, no encuentra demasiado eco en estos días.

Ciertamente influyen los acontecimientos a nivel global que parecen estar dándole la vuelta al mundo tal y como se ha conocido desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Pero, aunque esto no hubiera sucedido estamos asistiendo desde hace unos años a un cuestionamiento no solo de la integración europea sino de la propia idea de Europa.

Miro los lomos de algunos libros de mi biblioteca en la que aparecen volúmenes sobre la historia de la idea de Europa, los precursores a lo largo de los siglos de una organización europea, biografías de Robert Schuman, las memorias de Jean Monnet, los textos de los sucesivos tratados de la Unión Europea, por citar solo unos pocas obras. Me invade por momentos un sentimiento de desolación, aunque luego pienso que el ruido es mucho más fuerte que la realidad. Ruido de crisis, pero ruido, al fin y al cabo. En veinte años se han sucedido el fracaso del proyecto de Constitución Europea, la crisis financiera de 2008, el Brexit, la pandemia, la guerra de Ucrania, el desapego de la Administración Trump hacia Europa… Y a esto habría que añadir el ascenso de los populismos de signo diverso que cuestionan la integración europea, unos en nombre de la soberanía nacional y otros en nombre de un rechazo frontal al capitalismo. En las redes sociales esos populismos se han hecho virales.

En una cosa coinciden las grandes potencias de nuestro tiempo como Estados Unidos, Rusia y China: su preferencia por la bilateralidad. Su divisa, no siempre enunciada explícitamente, es el clásico divide et impera. Y lo aplican, en mayor o menor medida, a Europa. Se podría afirmar, sin apenas temer a equivocarnos, que ninguna de estas potencias se lamentaría por la desintegración de la UE, y en algún caso hasta echaría una mano para conseguirlo. Hay quien atribuye la crisis a la ampliación de la UE a los países del centro y este de Europa que, en su día, tuvieron regímenes comunistas. Para muchos era una cuestión de justicia tras la guerra fría. Recordemos que el escritor checo Milan Kundera denunciaba en la década de los 80 la existencia de un Occidente secuestrado, del que su propio país formaba parte.

Contra lo que suele afirmarse, la ampliación de la UE, paralela a la de la OTAN, puesta en marcha en la década de 1990, era un deseo de los gobiernos de entonces de aquellos países. Pretendían escapar de un espacio geográfico “gris” o neutralizado que se extendería entre Europa occidental y Rusia. No estaban dispuestos a intercambiar el fin del comunismo, del que participaron muchos antiguos comunistas, por un limbo geográfico. La ampliación fue un éxito aparente, pero había un pequeño detalle que en Bruselas pareció olvidarse: los antiguos países comunistas habían visto limitada su soberanía por Moscú, que en algunas ocasiones llegó incluso a invadirlos, pero entonces algunos grupos políticos trasmitieron la imagen a amplios sectores de la opinión pública que la pertenencia a la UE era una nueva limitación de la soberanía. Se creó así una interesada percepción de que la UE era una “cárcel de pueblos” al igual que lo había sido la URSS. Esta idea cruzó también el Atlántico y en la conferencia de seguridad de Múnich, de febrero de 2025, el vicepresidente James David Vance no se privó de aludir a los Kommisars de la UE como personas que restringían la libertad de expresión en Europa. El emplear un término de origen ruso demostraba una vez más la intención, alejada intencionadamente de toda realidad histórica, de comparar a los comisarios europeos con los comisarios soviéticos de la época de Lenin y Stalin.

Los enemigos de la UE de diverso signo argumentan a menudo que luchan a favor de la democracia y la libertad o que son adversarios de un capitalismo totalitario que habría triunfado en el mundo con la caída del muro de Berlín en 1989. Tienen algo en común por encima de sus diferencias políticas: su rechazo al Estado de derecho y a cualquier sistema de contrapesos en la vida política. Si me permitirá una cita de esa gran escuela de la política que es una parte del teatro de William Shakespeare, en concreto de Enrique VI, Es una cita que figura incluso en souvenirs del gran escritor y que algunos interpretan como algo humorístico. No lo es en absoluto porque dice: “Lo primero que haremos es matar a todos los abogados”. Shakespeare está subrayando que los juristas son siempre perseguidos por lo que quieren implantar una tiranía. Los ejemplos históricos son abundantes.

Será difícil, por no decir imposible, convencer a alguien, que vive permanentemente a la sombra de la sospecha, de una percepción contraria. Sin embargo, el 9 de mayo, Día de Europa, es un momento oportuno para recordar a un hombre como Robert Schuman que no elaboró el proyecto de una comunidad del carbón y del acero entre Francia y Alemania. Lo hizo Jean Monnet. Pero le dio audazmente su respaldo, pese a ser un líder poco carismático y un orador con escasa fuerza de convicción. Lo de menos eran los aspectos económicos, que él no dominaba en profundidad. Lo importante era la “solidaridad de hecho”, a la que se refiere la Declaración, con la que se pretendía evitar una nueva guerra entre dos países enfrentados tres veces en menos de un siglo.  Una tarea común y concreta por encima de las diferencias políticas. Es lo que tenemos que recordar por encima de la atmósfera pesimista del tiempo que estamos viviendo.

 


Lee también: ¿En qué consiste el Plan ReArm Europe?

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