Israel y Hamas contra el pueblo
La polarización parece intensificarse: la dimisión del moderado Benny Gantz empuja al ejecutivo israelí a los brazos de la extrema derecha, mientras que las desdeñosas palabras del líder de Hamás indican la intransigencia del movimiento palestino y su intención de continuar el conflicto hasta la última gota de sangre. Incluida la de los civiles.
Las negociaciones, que hasta hace unos días parecían a punto de llegar a una resolución positiva, ahora parecen haberse estancado de nuevo. En efecto, Hamás había aceptado el plan elaborado el 31 de mayo por la administración Biden, aunque con algunas modificaciones que, según un representante del movimiento, no alteraban el fondo de la propuesta, limitándose a insistir en «la retirada completa de las tropas israelíes de la Franja». Pero esta versión no coincide con la del Secretario de Estado Antony Blinken, según el cual los comentarios de Hamás eran «numerosos» y algunos de ellos habrían hecho que el plan fuera «inviable». No está claro cuáles son los puntos de divergencia, comenta Al Jazeera, dado que el «plan Biden» ya preveía la retirada de las Fuerzas de Defensa Israelíes (IDF) de Gaza y el cese permanente de las hostilidades. Para Middle East Eye, una de las condiciones establecidas por Hamás para el fin del conflicto sería el fin del asedio israelí a Gaza, que comenzó inmediatamente después de la victoria del movimiento islamista en las elecciones de 2006.
La guerra, sin embargo, continúa tanto en Gaza como en la frontera con Líbano. El sábado 8 de junio, el ejército israelí llevó a cabo una redada en el campo de refugiados de Nuseirat, situado en la parte central de la Franja, liberando a cuatro rehenes. Sin embargo, el «éxito» de la operación de rescate tuvo un coste muy alto: unos 270 palestinos perdieron la vida en los enfrentamientos y otros 698 resultaron heridos. Periodistas del Middle East Eye, como el inglés Jonathan Cook, el paquistaní Tariq Ali y la palestina Linah Alsaafin, denuncian las declaraciones de júbilo y alivio expresadas por las cancillerías occidentales – «acción valiente» para la Casa Blanca, «signo de esperanza para el canciller alemán Scholz, «enorme alivio» para el primer ministro británico Rishi Sunak- sobre los sangrientos acontecimientos de Nuseirat. El distanciamiento entre el mundo árabe y Occidente, y Estados Unidos en particular, es cada vez mayor: según datos recogidos por Foreign Affairs, la mayoría de los árabes, con excepción de los marroquíes, están descontentos con la política de Washington en la región y miran con creciente interés a China, que simpatiza con la causa palestina.
La situación también sigue siendo tensa en la frontera con Líbano. El martes 11 de junio, el Estado judío respondió a la escalada de ataques con cohetes de Hezbolá eliminando a uno de sus comandantes, Taleb Abdallah, que, según opiniones recogidas por el diario libanés L’Orient-Le Jour, es «el exponente más importante de Hezbolá que ha muerto desde el comienzo de la guerra». Abdallah era muy cercano al general iraní Qassem Soleimani y tenía una larga experiencia militar, pues había combatido en Siria, Yemen e Irak.
La crisis de Gaza está teniendo un impacto cada vez más decisivo en los asuntos internos del Estado judío. Inmediatamente después de la liberación de los rehenes en Nuseirat, los miembros del gabinete de guerra Gadi Eisenkot y Benny Gantz dimitieron («a regañadientes, pero de todo corazón»), acusando a Netanyahu de impedir una victoria real en Gaza. Gantz se había incorporado a la coalición de gobierno inmediatamente después del ataque del 7 de octubre, con el objetivo de sacar al Estado judío de la crisis: «su intención», según el Middle East Institute, «era inculcar un sentido de responsabilidad y atención a las cuestiones de seguridad en el proceso de toma de decisiones; ayudar a Israel a ganar la guerra; y fomentar un sentimiento de unidad nacional en la desgarrada sociedad israelí». Aunque Gantz y sus colaboradores consiguieron mitigar en parte las acciones de los partidos de extrema derecha, con el tiempo fueron perdiendo influencia, frustrando las esperanzas de los opositores que esperaban crear una gran movilización antigubernamental. La dimisión, de hecho, «disminuye las posibilidades de que Netanyahu, cada vez más dependiente de la extrema derecha, acepte un acuerdo con Hamás».
Político de posiciones moderadas y opositor al primer ministro, Gantz había promovido, como recuerda Al Jazeera, un plan de paz que preveía el establecimiento, en la Gaza post-Hamás, de una administración conjunta entre Estados Unidos, la Unión Europea, la Liga Árabe y los palestinos, mientras que Israel se encargaría de la seguridad del enclave. «Un proyecto tan descabellado», comenta severamente la revista israelí +972, «significaría de hecho continuar la guerra indefinidamente […] Las propuestas de Gallant y Gantz para un gobierno palestino no son serias y no pueden ser aceptadas por ningún organismo palestino, árabe o internacional. Pero son suficientes para desafiar la idea de un limbo eterno de Netanyahu, Smotrich y Ben Gvir, provocar su ira desquiciada y socavar la estabilidad del Gobierno». Por el contrario, el periodista israelí Anshel Pfeffer destaca los méritos de Gantz. Desde que entró en el gabinete, «ha sido decisivo al menos en dos ocasiones. En su primera semana en el gobierno, rechazó firmemente, junto con Netanyahu, las exigencias del ministro de Defensa Yoav Gallant y de los generales del ejército de llevar a cabo ataques preventivos contra Hezbolá en Líbano. Dos meses después, Gantz, el ministro de Defensa Gallant y Gadi Eisenkot presionaron a Netanyahu para que acordara con Hamás un alto el fuego de siete días, que permitió la liberación de 105 «rehenes». Pero si Gantz y Eisenkot eran tan importantes, se pregunta Pfeffer, ¿por qué decidieron abandonar el Gobierno? «Llegaron a la conclusión de que Netanyahu los utilizaba como contrapeso a Ben Gvir y Smotrich, para desviar hacia ellos las críticas de la derecha por no golpear aún más fuerte en Rafah y por no provocar una escalada en la frontera norte». El Financial Times, aunque aprueba la postura moderada de Gantz, lo considera un político bastante ingenuo. Ya en la época de la pandemia, había pactado con Netanyahu alternarse la presidencia del Consejo durante su mandato. Lástima que el líder del Likud fuera entonces muy hábil para urdir, en el momento del relevo, la crisis de gobierno que acabó con la victoria de «Bibi» en las elecciones anticipadas.
Otra cuestión en el centro de la opinión pública israelí se refiere a la exención de los haredi (judíos ultraortodoxos) del servicio militar obligatorio. El lunes por la noche, la Knesset aprobó, aunque por un estrecho margen, un proyecto de ley que se remonta a la presidencia de Bennett y que pretende rebajar la edad de exención del servicio para los haredíes de los 26 años actuales a los 21; un requisito que, según el Times of Israel, aumentaría, aunque «muy lentamente», la tasa de reclutamiento de los ultraortodoxos. Esto desató la ira de muchos padres de soldados desplegados en el frente, que escribieron una carta de protesta al ministro de Defensa, Yoav Gallant. «En la época [de Bennet]», explica el Jerusalem Post, «el impulso al reclutamiento de los haredi estaba motivado más por el hecho de que las exenciones eran discriminatorias y enviaban un mal mensaje a la sociedad -algunos están obligados a servir, otros no- y menos por la creencia de que el ejército, que muchos consideraban que debía ser ‘pequeño y tecnológico’, necesitaba desesperadamente hombres. El 7 de octubre destruyó esa idea […] al imponer la constatación de que un cerco equipado con baratijas y adornos tecnológicamente avanzados no era suficiente, que ni disuadía al enemigo ni protegía a los civiles. En su lugar, se necesitaban soldados, muchos soldados». Por ello, la aprobación del proyecto de ley promovido por los miembros de la mayoría «podría perpetuar una práctica inmoral e injusta que ha arraigado en el país y debe ser erradicada […]. Israel no puede permitirse el lujo de eximir al 12% de sus ciudadanos de defender su patria». Para El Nuevo Árabe, el problema es otro: los dirigentes de la extrema derecha y ultraortodoxos, en particular Itamar Ben Gvir, están creando supuestamente milicias de colonos en los Territorios Ocupados de Cisjordania, que son responsables de la violencia y los ataques contra los palestinos.
Pero mientras Israel vira cada vez más a la derecha, tanto política como socialmente, Hamás, a su vez, también muestra una firme determinación de continuar la guerra sin hacer ninguna concesión a su adversario. Según el Wall Street Journal, el estancamiento de las negociaciones responde a una estrategia precisa del líder del movimiento en Gaza, Yahya Sinwar: cuanto mayor sea el número de civiles palestinos que mueran en la guerra, mayor será la ventaja política para Hamás y más difícil para Israel. Los mensajes emitidos por Sinwar en los últimos meses muestran una falta de escrúpulos y «un frío desprecio por la vida humana». Por ejemplo, no tiene ningún problema en comparar la crisis de Gaza con la lucha de liberación argelina contra el dominio colonial francés, afirmando que las bajas civiles «son un sacrificio necesario». Sin embargo, sería simplista tachar a Hamás de mera organización terrorista y violenta. Esto es lo que sostienen Beverley Milton-Edwards y Stephen Farrell, expertos en Islam político y autores del libro «Hamas: The Quest for Power Beverley», quienes señalan las múltiples facetas internas del movimiento: «la oposición violenta a Israel es inherente a la identidad del grupo, pero no es su única razón de ser. Un hito no debe confundirse con un punto final: para establecer un Estado palestino islámico, también hay que luchar contra las ideologías laicas y de izquierdas. Desde fuera, Hamás puede resultar paradójico. Su carta fundacional de 1988 está impregnada de un antisemitismo descarado, pero sus dirigentes se reunieron con sus homólogos israelíes y propusieron el reconocimiento del Estado judío en las fronteras de 1948 mucho antes que sus rivales laicos de la OLP. Cuando Hamás decidió participar en el proceso electoral previsto por los Acuerdos de Oslo, su respaldo en las urnas no pretendía poner fin a la violencia, sino más bien «continuarla».
Artículo publicado en Oasis
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