Imaginación, infancia y esperanza
Foto: Cortesía Espacio RondaQuerido Bert Daelemans: Me sorprendió gratamente tu libro Echarse a volar. Un viaje a la infancia (Ed. Espacio Ronda, Primer Premio de Ensayo de Espiritualidad). Es una obra escrita por una persona de gran sensibilidad, que necesariamente tiene que ser polifacética. Tú lo eres como sacerdote, profesor, teólogo, filósofo y pianista. A estos rasgos habría que añadir el de poeta, pues en el centenar de pequeños capítulos de esta obra se respira prosa poética y musicalidad. Era, por tanto, indispensable que en la presentación del libro en Madrid acompañaras al piano con músicas de Beethoven, Chopin, Schuman, Grieg y Chaikovski. Algunas de esas piezas son ejercicios practicados por los alumnos de piano, que no por casualidad suelen ser muchas veces niños. Estas músicas tienen en común técnicas de juegos con el teclado, y a la vez una mezcla de serenidad y de espíritu romántico, unas veces apasionado y otras no tanto.
Fueron muy adecuadas tus ilustraciones musicales para un libro que pretende ser un retorno a la infancia. Su originalidad reside en que esa infancia recuperada se hace a través de una fotografía. Compartes, al igual que yo mismo, esa costumbre de hojear la prensa en la ceremonia tranquila y pausada del desayuno. Allí encontraste en septiembre de 2001 una fotografía que te llamó poderosamente la atención. Está ambientada en el valle del Panjshir, en Afganistán, donde un grupo de niños juega con un tanque abandonado. Uno de ellos se descalza y se sube a la punta del cañón con los brazos en forma de cruz para mantener el equilibrio. El niño no pierde su sonrisa mientras sus compañeros le miran con alborozo, asombro o mera curiosidad. Como historiador interesado por las relaciones internacionales, en otro tiempo me habría fijado casi exclusivamente en si el fotógrafo Sergei Ilnitsky , un ruso de origen ucraniano, estaba presentando las carencias en armamento de la Alianza del Norte, un grupo antitalibán que iba a unir sus fuerzas a las de Estados Unidos y otros miembros de la OTAN en su propósito de derrocar a aquel régimen integrista. Hoy resultaría fácil prorrumpir en lamentos sobre las dos décadas perdidas por Occidente en aquel país asiático y sobre la ignorancia e ingenuidad de tantos asesores políticos y académicos en todo lo referente a la historia y la cultura de Afganistán.

Foto: Cortesía Espacio Ronda
Sin embargo, las referencias históricas son accidentales y efímeras. Lo que realmente permanece es la imagen en sí misma, que te ha acompañado y asombrado durante un cuarto de siglo. La interpretas como un canto a la vida porque, en medio de una situación bélica, un niño goza con un juego, no exento de riesgo, y parece que se va a echar a volar. Para no pocas personas, ese niño sería un “desequilibrado” aunque quiera mantener el equilibrio con sus brazos. Solo se fijarían en su fragilidad, algo imperdonable en una sociedad que exige que todos sean autosuficientes. Sabes muy bien que esa supuesta autonomía no nos hace más humanos. Antes bien, tiende a olvidar que somos seres relacionales, seres en diálogo. No es casualidad que la actual exaltación de la autonomía venga acompañada de una urgencia por matar cuanto antes a la infancia. Por eso, muchos adolescentes se han convertido en caricaturas de sí mismos. No han terminado de hacerse hombres porque han caído en un infantilismo que nada tiene de inocente.
Para apreciar los matices en las cosas hay que desarrollar la imaginación. Tú la desarrollas, entre otras cosas, porque amas escribir, jugar con las palabras y darles un sentido. De hecho, este libro está lleno de referencias literarias, principalmente poéticas y filosóficas. Las has degustado a fondo antes y durante el proceso de contemplación de la fotografía. Sin embargo, son un perfecto complemento del libro. A esto se añaden las alusiones autobiográficas, íntimas y perfectamente insertadas que acompañan la narración. Pese a todo, no te oculto que, a algunas personas, que conozco, no les gustaría tu obra. Dirían que no es espiritualidad sino sincretismo. Se equivocan rotundamente, pues no se han fijado en tus continuas referencias al Niño Dios a partir del niño afgano. Quizás no han sabido descubrir que en las situaciones y las personas de la vida ordinaria se esconde algo divino. Además, sus juicios denotarían una falta de esperanza. Esta actitud no les permitiría disfrutar de un libro que es un canto a la imaginación y la esperanza, dos rasgos que se encuentran en la infancia, pero que muchos han perdido antes de llegar a la madurez.
El retorno a la infancia no es en este libro un ejercicio de estéril nostalgia. Es un deseo de retorno a la belleza, la bondad y la verdad. Es un deseo que clama por la esperanza porque una cierta mentalidad ha arrebatado la alegría a los niños y los jóvenes, y la han sustituido por risotadas de las que son parte intrínseca la humillación y la crueldad. Pero hay esperanza, entre otros muchos ejemplos, en esos versos de Antonio Machado que aseguran que “hoy es siempre todavía porque toda la vida es ahora”. Sin embargo, para vivir esa esperanza se requieren tres condiciones de las que habla la poesía de la estadounidense Mary Oliver: “Prestar atención, asombrarse y contarlo”.
Eso es precisamente que lo que tú, Bert, has hecho con este libro. Miraste y sigues mirando la realidad a través de una imagen que ha sido trabajada por tu imaginación. Te asombraste de la pequeña alegría del niño sobre el tanque, especialmente de su sonrisa pese a lo precario de sus movimientos. Nos lo has querido contar a tus lectores y oyentes, y has sabido despertar, sin ir más lejos en mí, un mosaico de recuerdos, lecturas y músicas con los que tejer, con paciencia, ilusiones de futuro. ¿Proyectos o sueños? No tengo muy clara la diferencia.
BERT DAELEMANS
Echarse a volar. Un viaje a la infancia.
Espacio Ronda. 18,05 €.
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