Hay una España que pierde

Acabamos de concluir la presidencia del Consejo Europeo, que ha estado a cargo del Gobierno de Madrid. Seis meses de completa extrañeza y desinterés por la suerte de un continente en crisis. Todavía hace seis meses, el día en que presentó su programa, a pesar de las diferencias ideológicas que nos separan, pude ver algunos signos positivos en las palabras del presidente Zapatero, especialmente en lo que respecta a la igualdad y a los derechos humanos.
Por desgracia, la confianza que a priori dimos a la presidencia española no se vio recompensada en absoluto. Como en el caso del proceso de Barcelona, el presidente español se ha entregado a un nominalismo vacío en virtud del que cual anunciar los resultados equivale a haberlos obtenido. Esta posición se basa en el radicalismo de una política que no ha perdido su impronta ideológica ni siquiera en tiempos de crisis. En estos seis meses hubiera servido el pragmatismo y la voluntad de seguir los valores fundacionales de la Unión Europea, pero Zapatero ha optado por revivir utopías sin ninguna conexión con la realidad y se ha resignado a un semestre sin consecuencias a pesar del fuerte apoyo recibido por el Parlamento Europeo.
Zapatero haría bien en no aceptar con hastío el mar de críticas que ha recibido de toda Europa. No son el resultado de una oposición preconcebida, sino que constituyen un dictamen que debe ser tomado en serio si se quiere evitar que la tasa de paro llegue a las estrellas y el anuncio del coche eléctrico, del que no hemos sabido nada más, se transformen para él y su Gobierno en el camino para su caída.