Cartas desde la frontera / IV

Hagamos al hombre a nuestra imagen

Cultura · IGNACIO CARBAJOSA
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24 octubre 2022
Si no existiera la diferencia sexual varón-mujer, nos perderíamos uno de los lugares religiosos por antonomasia que es el atractivo potente que el otro polo suscita en cada uno de nosotros, que nos hace salir de nosotros mismos, que nos hace anhelar al otro, que nos hace buscarlo y desearlo.

Querido Pascual,

Mientras camino por las mañanas desde mi casa hasta la biblioteca coincido con mucho padres y madres que llevan a sus hijos al colegio. Me llama la atención la forma con la que los niños miran todo lo que les rodea, como algo nuevo, lleno de atractivo, desde una gran valla publicitaria en Piazza Navona a un policía que dirige el tráfico, pasando por el sonido de una campana. Muy diferente al modo con el que sus padres, u otros adultos, se mueven, con la cabeza hacia abajo, sumidos en sus pensamientos o pendientes del teléfono móvil. Si los niños están “atrapados” por la realidad no es porque sean ingenuos sino porque la realidad es digna de atención, es interesante: “todo es bueno”, parafraseando el Génesis. Nosotros, los adultos, perdemos esa mirada de sorpresa que es la más adecuada, ¡pero se puede recuperar!

Para terminar con el primer relato de la creación (Gén 1,1 – 2,4a), hoy vamos a afrontar la “joya de la corona”, es decir, el momento culmen de ese relato que es la creación del hombre y la mujer. Tiene lugar en el sexto día, es decir, el último de trabajo. Esto nos muestra, por un lado, que el hombre y la mujer llegan en un momento muy tardío del proceso creativo, lo que nos debe dar un cierto sentido de humildad. Así lo canta el Salmo 8: «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?». Pero a la vez la última obra se presenta como el culmen de todo lo creado, es más, el ser humano representa ese nivel de la naturaleza en la que esta toma conciencia de sí misma. Dicho con palabras de un sabio sacerdote: ¡somos la autoconciencia del universo!

Que la criatura humana es el culmen de la obra se ve porque es a ella a la que se le da el mandato: «llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven sobre la tierra. (…) os entrego todas las hierbas que engendran semilla sobre la superficie de la tierra y todos los árboles frutales que engendran semilla: os servirán de alimento» (Gén 1,28-29). Todo está en función de esta última criatura. De hecho, sabemos por la ciencia que vivimos en un planeta que tiene las condiciones justas para que exista nuestra especie (¡un poco más cerca del sol o un poco más lejos y desapareceríamos!).

Pero si algo hace grande a esta última criatura es su relación especial con Dios. Se ve ya en la forma del mismo relato que rompe el esquema inicial de los días anteriores para mostrar toda la solemnidad de este último acto: «Dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza (…)”» (Gén 1,26). Te debo confesar que todos los estudiosos se devanan los sesos intentando comprender esa primera persona del plural, “hagamos”, puesta en boca de Dios. Como si Dios hablara consigo mismo, ¿o con quién? En realidad, ya la misma palabra hebrea ’elohim (“Dios”) es un extraño plural (el singular es ’el, la misma raíz de Alá, que no es más que el genérico “Dios” en árabe).

A nosotros este misterio se nos ha puesto un poco más fácil al sernos desvelado por Jesús: un único Dios en la comunión de tres personas divinas. Sigue siendo un misterio, pero podemos captar lo esencial (Dios es un misterio de comunión) que nos ayudará a entender la misma naturaleza del ser humano.

Sigamos adelante. Respondiendo al «Hagamos», tiene lugar el acto creativo: «Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó» (Gén 1,27). Me quedo en silencio cada vez que releo estas palabras, que para la mayoría de las personas han perdido su novedad. ¡Es una revolución! ¡Hemos sido creados a imagen de Dios! En el relato de creación babilónico Enuma Elish los hombres son creados para cargar con el trabajo de los dioses, de modo que estos pudieran descansar. Se asesina a uno de los dioses díscolos y de su sangre nacen los hombres. Puedes imaginarte la novedad que el relato de Génesis introducía en aquel mundo… y hoy en día. Necesitamos recuperar esta conciencia: toda criatura humana tiene una altísima dignidad, que no descasa en su raza, en sus capacidades, en su posición social, ideología, edad, sexo, salud, etc. Cada uno de nosotros es relación directa con Dios, ha sido hecho a su imagen. ¡No somos vacas!

Pero todavía nos aguarda otra sorpresa. Existe un curioso paralelismo en este versículo 27:

a imagen de Dios / lo creó,

varón y mujer / los creó

Este paralelismo dice algo de la naturaleza de Dios y dice algo de la del varón-mujer. Respecto a Dios lo hemos ya introducido: se apunta un misterio de comunión. Dios no es soledad sino una comunión a imagen de la cual se crea el ser humano “varón-mujer”. Y aquí llega la otra gran revolución. La diferencia sexual, tal y como la vive el ser humano, es un factor esencial en nuestro vínculo único con Dios. No existe el “ser humano” en abstracto. O es hombre o es mujer. Y por ello, por naturaleza, el varón está física, psíquica y anímicamente en tensión hacia la mujer, y al revés. No estamos hechos para estar “tranquilos” o “autosatisfechos”. No hay mayor cumplimiento humano que el que el varón experimenta en la relación con la mujer y viceversa (como tú bien sabes…). Esta dualidad o polaridad en la que vivimos nuestra vida marca nuestra religiosidad natural. Es una de las genialidades del creador…

Me explico. Imagínate por un momento que no existiera la diferencia sexual varón-mujer, que cada uno fuera “ser-humano” sin diferencia alguna (y que nos reprodujéramos por esporas…). ¡Nuestra religiosidad perdería mucho! Cierto, todavía nos quedaría la exigencia de no morir, o el deseo de no estar solos, o la pregunta de por qué el ser y no la nada (la sorpresa ante las cosas). ¡Pero nos perderíamos uno de los lugares religiosos por antonomasia que es el atractivo potente que el otro polo suscita en cada uno de nosotros, que nos hace salir de nosotros mismos, que nos hace anhelar al otro, que nos hace buscarlo y desearlo! Esta tensión varón-mujer es signo y dice de la otra mayor tensión (aún más inscrita en nuestra naturaleza) que es la que se da entre criatura y Creador.

Después de esto ¿Cómo no repetir con el primer relato «Y vio Dios que todo era muy bueno»? La semana que viene afrontaremos el segundo relato de la creación, que ahonda en este espectáculo que es la relación entre el hombre y la mujer. Mientras tanto, querido Pascual, vive intensamente todo sin censurar nada (empezando por ese amor incipiente del que me hablaste…). La realidad lleva las huellas de su Creador.

Un abrazo.

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