Hacia una nueva eugenesia. La ´edición´ de genes en embriones humanos
Hace unos meses publicamos en Páginas Digital un artículo sobre la idea del “mejoramiento humano” en el que hacíamos referencia al trabajo de las investigadoras Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna, Premios Princesa de Asturias 2015. Su propuesta sobre la utilización del sistema CRISPR-Cas9 como “herramientas moleculares” para “editar” y corregir las secuencias de determinados genes abría las puertas a un nuevo método de “terapia génica”. Del modo habitual en el avance científico, diferentes investigadores habían logrado adaptar este sistema, que actúa de forma natural en las bacterias, para la modificación genética de genes en cualquier tipo de organismos. Para ello habría que conocer previamente la secuencia de bases nucleotídicas del ADN o región del genoma que se deseara modificar, lo cual es posible en el ser humano desde que en 2003 se concluyó el Proyecto Genoma Humano.
De hecho, a rebufo del Proyecto Genoma Humano, se ha ido completando el conocimiento de los genomas de cientos de especies de utilidad para el hombre. La principal virtud del sistema CRISPR-Cas9, respecto a otros métodos anteriores de modificación genética, es su mayor precisión en la localización de la región del genoma que se desea “editar”. Esto se debe a que se utiliza un trocito de una cadena de ácido nucléico, un “ARN guía” que, a modo de “cebo”, se dirige y se une por complementación de bases al gen o región del ADN “diana”, es decir lo que se desea “corregir”. De hecho esta ingeniosa herramienta de “ingeniería genética” se ha convertido en las manos de los biotecnólogos en un gran procedimiento para modificar genéticamente bacterias, hongos, plantas o animales, con expectativas espectaculares de aprovechamiento en la industria farmacéutica, la mejora genética de plantas cultivadas y de animales domésticos, y ahora para la terapia de enfermedades humanas debidas a alteraciones de los genes.
Hasta aquí el lado bonito o positivo de esa tecnología. Pero, como casi todo lo que conlleva la manipulación genética, no está exenta de riesgos. Henri Poincaré (1854-1912), matemático y filósofo francés, en «Sobre la Ciencia y su Método» se planteaba los motivos que pueden impulsar a un científico a investigar y a propósito de ello se preguntaba si se puede justificar la decisión de investigar por el simple capricho de satisfacer nuestra curiosidad. El mismo señalaba que esto no es malo siempre que se tengan en cuenta los aspectos morales.
La consideración de los aspectos éticos es una preocupación constante y creciente en el campo de la biotecnología, dada la progresiva capacidad de modificar los sistemas naturales con estas potentes herramientas moleculares. El problema surge cuando algunos investigadores, a modo de aprendices de brujo, se lanzan a la aventura de sus experimentos sin considerar los riesgos para la naturaleza o el respeto debido a la vida humana. Lamentablemente muchos científicos están tan convencidos de la importancia de su trabajo que lo superponen a cualquier consideración previa sobre sus consecuencias. Conciben la verdad de sus descubrimientos como poder, y lo cultivan a despecho de toda consideración ética.
Esa forma de entender la ciencia es un grave error. El ser humano además de ser el Homo sapiens es un Homo moralis, que ha de plantearse las consecuencias del poder que tiene en sus manos. Sin duda en toda actividad científica debe haber una etapa de reflexión previa que señale los límites, una especie de “juramento hipocrático de la ciencia”, que aleccione sobre lo que se puede pero no se debe hacer. Está claro que esta reflexión debe extremarse cuando el sujeto y objeto de investigación es el propio hombre. Esa es en cierta medida la misión de los comités de Bioética.
En este contexto ha sorprendido y provocado un gran debate la noticia del pasado 1 de febrero de que un equipo de investigadores del Instituto Francis Crick de Londres, dirigido por la Dra. Kathy Niakan, ha obtenido permiso de la UK Human Fertilisation and Embryology Authority (HFEA) para modificar el genoma de embriones humanos con fines de investigación básica. Conviene recordar que este mismo órgano regulador es el que nos sorprendió anteriormente con autorizaciones parecidas, como cuando en 2006 concedió la licencia de la obtención de “embriones quimera” hombre-animal, fecundando ovocitos de mamíferos con espermatozoides humanos, con el fin de obtener una fuente de células madre embrionarias. La HFEA fue también el órgano que en marzo de 2013 autorizó la obtención de “embriones triparentales”, utilizando dos óvulos (uno como receptor del núcleo del otro) y un espermatozoide, con el fin de evitar la transmisión de enfermedades mitocondriales.
Nos podríamos preguntar qué tienen de ilícito todas estas investigaciones cuando de lo que se trata es de abrir nuevas vías para la curación de enfermedades o para solucionar problemas de salud. La respuesta es que la licitud o ilicitud no debe basarse en el fin que se persigue, que puede considerarse positivo, sino en los medios. Se instrumentaliza la vida humana en su fase embrionaria, que es la etapa más vulnerable de la vida. Se olvida que “el ser humano es un fin en sí mismo en todas las fases del ciclo biológico, desde la concepción hasta la muerte” (Art. 51.1 del Código de Deontología Médica)
Todas esas investigaciones tienen en común la utilización directa de embriones humanos (caso de los triparentales si fuesen viables) o indirecta, como fuente de células madre (caso de los embriones quimera humano-animal) o simplemente para conocer mejor cómo funcionan determinados genes (caso de la edición de genes). En todas ellas está implícito el hecho de que muchos de los embriones manipulados morirán en el intento o se quedarán en meros intentos fallidos. Es decir, se destruirán vidas humanas en la primera etapa de su desarrollo.
Todo esto nos conduce al recurso fácil de quienes se aferran a la defensa de la libertad de investigación. ¿Deben establecerse límites y líneas rojas a la investigación sin menoscabo del derecho a la innovación? La respuesta es sí. Sí, cuando lo que está en juego es la dignidad del ser humano, y un embrión humano es un ser humano desde la concepción, como nos explica la biología celular, la genética, la embriología y reconoce el Código español de Deontología Médica.
Con relación a la última autorización de la HFEA, de lo que se trata es de utilizar embriones humanos “sobrantes”, procedentes de la fecundación “in vitro”, para modificar algunos genes, como el Oct4 y otros, y así conocer mejor cómo se expresan durante el desarrollo embrionario temprano. Todo ello con el fin de intentar mejorar una tecnología, la fecundación in vitro que, tras casi 40 años desde el nacimiento del primer “bebé probeta”, no ha superado un paupérrimo 30% de eficacia. La HFEA señala que en estas investigaciones no hay ninguna finalidad clínica, es decir beneficio para los embriones sujeto de la investigación, e impone que por la propia inseguridad de la tecnología deberán ser destruidos.
Causa perplejidad que se decida crear, manipular y destruir embriones humanos, vidas humanas en estado embrionario, para un estudio básico, que podría hacerse con la misma efectividad con embriones de ratón o de otros animales de laboratorio, que es el modo tradicional de avanzar en el conocimiento. El gen Oct4, que se desea investigar, se encuentra en todos los genomas de los mamíferos de sistema reproductor y desarrollo embrionario similar al humano, por lo que este trabajo se podría llevar a cabo del mismo modo en alguna de las especies modelo que se utilizan habitualmente para este tipo de investigaciones.
A la objeción anterior se podrían añadir otras de carácter ético, como que la tecnología CRISPR-Cas9 es aún insegura, y cualquier error podría alterar genes distintos al que se pretende modificar. Esto sería menos grave si estas operaciones se llevasen a cabo en células somáticas humanas cultivadas in vitro, con fines de “terapia génica”. Los potenciales fallos afectarían a las células manipuladas, pero al ser somáticas no afectarían más que a las células en que se hiciera y, en su caso, al paciente en el que se implantaran. Pero de lo que aquí se trata es de aplicar la tecnología en embriones humanos, que aún no han desarrollado la línea germinal. Se abre así una vía de potenciales consecuencias no tanto para el propio embrión y el adulto que se desarrollara de él, si no se destruyera, sino para futuras generaciones, lo que hasta ahora estaba prohibido en las legislaciones de los países desarrollados, España entre ellos (Ley 14/2006 de Reproducción Humana Asistida).
A mitad del año pasado se abrió un gran debate cuando se publicó el trabajo de unos investigadores chinos que utilizaron esta técnica en embriones humanos [1]. Esto derivó a que muchos biólogos moleculares de la talla de los Premios Nobel David Baltimore, Paul Berg y otros, se reunieran en Napa (California) para debatir sobre esta “ingeniería genómica” y adoptar medidas inmediatas para asegurar su aplicación segura y con criterios éticos [2].
Ese es el punto en el que estábamos hasta que sorprendentemente la HFEA ha autorizado la “edición” de genes en genomas de embriones humanos. Sin duda, un reclamo para quienes a partir de ahora pretendan aplicar las técnicas de ingeniería genética no con fines de investigación básica, sino para el “mejoramiento” de la especie humana. Una vía hacia nuevas aventuras eugenésicas, como las que pretenden los seguidores de las corrientes transhumanistas y posthumanistas.
[1] Liang, P. et al. CRISPR/Cas9-mediated gene editing in human tripronuclear zygotes. Protein Cell. 6, 363-372 (2015)
[2] David Baltimore, Paul Berg et al. (2015) A prudent path forward for genomic engineering and germline gene modification. Science, 348, pp. 36-38
Nicolás Jouve es catedrático emérito de Genética y presidente de CíViCa (asociación miembro de la Federación Europea One of Us)