Gran Torino

Cultura · Víctor Alvarado
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13 marzo 2009
Ha costado muy poco, prácticamente un puñado de dólares. Ha salido muy rentable y es un homenaje a toda la filmografía del realizador norteamericano. Hay escenas que recuerdan a algunos de sus western; otras, sin duda, rememoran al mítico Harry Callahan, por sus frases lapidarias. Tampoco nos podemos olvidar de sus constantes guiños a películas como El sargento de hierro (1986). Sin embargo, convendría recordar que sus últimas obras como director reflejan cierto aire de cambio en su carrera cinematográfica.

El inicio de la historia nos puede resultar familiar, puesto que aparece un Walt Kowalski, gruñón y con el ceño fruncido a lo Harry, el Sucio (1971), que en el funeral de su esposa mira con recelo a todos los asistentes al acto religioso. Le molestan sus hijos, pasando por sus irreverentes nietos, hasta llegar a un jovencísimo sacerdote, que le  persigue incansablemente porque quiere hacer cumplir la última voluntad de la mujer de Walt, que simplemente quería que se confesase con él. Por otro parte, la vida de Sr. Kowalski, un racista recalcitrante, cambiará progresivamente cuando, obligado por las circunstancias, tenga que salvarle la vida a Thao, un apocado chaval de la etnia Hmong o de "los jamones" como dice el protagonista. La comunidad Hmong es una etnia proveniente  de las montañas de Laos, Vietnam, Tailandia y otras partes de Asia, que se trasladó a Estados Unidos tras su participación en la Guerra de Vietnam.

Algunos críticos han considerado al Gran Torino como la continuación de Million Dollar Baby (2004) y coincido plenamente con ellos. Esta película es el auténtico reverso de la medalla de la anterior producción; es decir, mientras en la excelente Million Dollar Baby (2004) se transmitían ideas negativas y nihilistas, Gran Torino (2008) aparece, como más luminosa y optimista, muy próxima a la esperanza tan bien reflejada en su anterior trabajo de El Intercambio (2008). Las cuestiones de fondo de la cinta están tratadas sólo con la inteligencia, la astucia y la habilidad de un auténtico maestro. En primer lugar, a través del humor consigue que te encariñes con los personajes, con unas situaciones cargadas de sarcasmo. Es memorable la escena en la que el Sr. Kowalski enseña a Thao a comportarse como un tipo duro. También resulta extraordinaria la relación de amistad que surge entre un solitario Walt Kowalski (un Clint Eastwood merecedor del Oscar  por haber creado un personaje que ha durado 40 años y que se está intentando que sea el ganador del año venidero) y Thao, un típico adolescente necesitado de un referente paterno. El vínculo que establecen recuerda a los grandes clásicos, como Capitanes intrépidos (Victor Fleming, 1937) ¿Recuerdan cómo Spencer Tracy moldeaba el alma de Freddie Bartholomew? Pues algo parecido.

La interpretación de Clint Eastwood va a traer cola. El inicio es un tanto chirriante porque el protagonista parece que va a morder a alguien. Sin embargo, la evolución del personaje a lo largo de la historia es prodigiosa y creíble en todo momento. Nos encanta  la inteligente forma de actuar del personaje en un final con redención incluida.

Otro punto que merece la pena ser analizado es la relación que el protagonista establece con el sacerdote católico porque, mientras en Million Dollar Baby (2004) la falta de entendimiento es total, en Gran Torino (2008) la actitud de diálogo con el sacerdote es auténtica, por lo que se observa un cambio de postura con respecto a la Iglesia por parte del director. Esta idea parece que ha sido aprovechada por el director para "matar" y redimir a un personaje, que había sido su referencia durante cuarenta años, para buscar historias más espirituales. Y este comentario no es una interpretación del que firma, puesto que las referencias cristológicas del largometraje son más que evidentes. Creo que el director estadounidense ha estado esperando hasta encontrar el guión adecuado que diese respuesta a su película sobre el boxeo-eutanasia. El hombre más buscado del continente fue el guionista, Nick  Schenk.

Por otra parte, desde un punto de vista sociológico, Eastwood apunta un grave problema de la sociedad, en este caso americana, como son los conflictos entre tribus urbanas, donde el choque racial parece inevitable, si se carece de un nivel educativo razonable. Muchos antropólogos estarían encantados de poder analizar los comportamientos de una etnia como la presentada en la cinta, desconocida para la sociedad occidental. Resulta interesante observar el planteamiento del realizador americano, que busca los puntos comunes extrapolables a todos los seres humanos a pesar de las diferencias evidentes de la cultura Hmong con respecto a la cultura anglosajona.

En contraposición con lo positivo, Eastwood ha innovado, con un monitor de video portátil e inalámbrico ideal, para poder dirigir las escenas en las que también hace de actor. A pesar de ello, algunos excelentes analistas cinematográficos dicen que sigue sin cuidar el detalle. A otros les molesta los subrayados del director. Además, es criticable el trailer, intencionadamente distinto a la película en cuestión, que puede echar para atrás a personas que desconozcan la personalidad de este hombre de cine o no tengan referencias del film. Seguramente existen razones para esa decisión. Nos imaginamos que el autor de esta genial obra del celuloide pretende sorprender.

Conclusión: el largometraje no es sólo divertido, sino divertidísimo. Se trata de un relato cinematográfico muy entretenido y que muestra  profundas convicciones.

Por cierto, ¿alguien puede conseguirme un Gran Torino de 1972?

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