Gaza: la negación de lo humano

Editorial · Fernando de Haro
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25 mayo 2025
Todo se justifica hablando de la necesidad de acabar con Hamas, de liberar a los rehenes o de garantizar la seguridad de Israel. Nada de eso se ha logrado. Para seguir con una guerra cruel hay que negar los hechos.

Días antes de que Israel lanzara la “Operación Gedeón”, la mayor ofensiva terrestre sobre Gaza de los últimos meses, el Gobierno de Netanyahu negaba ser el responsable de la muerte de varios niños tras un bombardeo. Un periodista del diario israelí Haaretz escribía: “podemos seguir ignorando el número de palestinos asesinados en la Franja, podemos dudar de la credibilidad de las cifras, podemos usar todos los mecanismos de represión, negación, apatía, alejamiento, normalización y justificación. Pero nada de esto cambia el amargo dato de hecho: Israel los ha matado”.

Israel ha matado, desde que comenzó la guerra, a más de 52.000 gazatíes. The Lancet eleva las muertes a una horquilla comprendida entre las 77.000 y las 109.000 personas. El bloqueo de la ayuda humanitaria ha dejado a 250.000 palestinos al borde de la hambruna. Todo se justifica hablando de la necesidad de acabar con Hamas, de liberar a los rehenes o de garantizar la seguridad de Israel. Nada de eso se ha logrado. Para seguir argumentando la necesidad de recurrir a los ataques indiscriminados, para seguir con una guerra cruel hay que negar los hechos: hay que decir que Hamas utiliza a los civiles como escudos humanos, que en cada palestino hay un terrorista en acto o en potencia. Y, sobre todo, hay que convertir a las víctimas en cifras, en objetos.

La inmoralidad de la actuación de Israel en Gaza tiene su origen en el desprecio de un dato elemental: los que mueren, los que se han quedado sin techo, los que no tienen para comer son personas. El enemigo no es una “cosa”. Como escribe el periodista de Haaretz hay un hecho, una colección horrenda de hechos.

Con el Gobierno de Netanyahu se ha vuelto inútil discutir -esta es la tragedia-  si los ataques contra población civil constituyen un delito de lesa humanidad, si la utilización del hambre como arma de guerra es contraria al derecho internacional. No hay debate posible sobre la proporcionalidad de la respuesta porque en la base de la actuación de Netanyahu hay un desprecio por la realidad. Se parte del axioma de que todos los habitantes de Gaza son terroristas y que un terrorista no tiene derechos.

Una negación lleva a la otra. Netanyahu, para seguir adelante con su operación de destrucción y ocupación, tiene que olvidarse de que el 70 por ciento de los israelíes eran partidarios de pasar a la segunda fase del alto el fuego. Una segunda fase que implicaba la completa retirada de Gaza y la liberación de todos los rehenes a cambio de la liberación de presos palestinos. Netanyahu se empeña en asegurar que la destrucción completa de Hamas está muy cerca cuando la organización terrorista puede contar todavía con 20.000 combatientes operativos. Israel hace un año ya había acabado con Hamas como organización militar estructurada. Pero ahora, al continuar con la guerra, alimenta el deseo de muchos gazatíes de luchar y morir con la organización terrorista.

Netanyahu no quiere oír a los que fueron directores de los servicios secretos, del Mossad, cuando le dicen que “se debe perseguir cualquier acuerdo que ponga fin a los secuestros porque la sacralidad de la vida es más importante que la venganza”. El primer ministro prefiere escuchar a sus socios radicales del Gobierno que le exigen una destrucción total de Gaza, una invasión definitiva y recolocar a sus dos millones de habitantes en otros países. Un proyecto disparatado, una nueva Nakba (es el término que los palestinos utilizan para recordar el desplazamiento de 700.000 personas en la guerra de 1948) que haría imposible la paz para siempre.

La población palestina de Gaza sigue muriendo mientras Netanyahu niega la realidad, mientras Hamas rechaza perder el control de la Franja. Hamas ha secuestrado la causa palestina, ha provocado y sigue provocando un océano de dolor. Hacen falta inteligencia para debilitar a la organización. No se puede olvidar otro dato contundente: nunca hay paz sin justicia, nunca hay paz  sin verdad.

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