Caso Mari Luz

Fracaso del moralismo, necesidad de sentido (religioso)

España · Fernando de Haro
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11 abril 2008
Es un golpe demasiado duro y pronto queremos mirar para otro lado o silenciar en polémicas jurídicas y políticas para olvidar. Es el inexplicable sufrimiento, la injusticia, en este caso máxima, que padecen los inocentes. Toda la ira contra el presunto asesino, en la calle a pesar de haber sido condenado, todo el debate sobre los fallos del sistema judicial no silencian el grito que la irracionalidad de la muerte de Mari Luz despierta. No hay consuelo posible, y la exigencia de justicia no se puede, no se debe callar.

Algo sin duda no funciona cuando el presunto asesino fue condenado por un delito de agresión sexual en 2002, la sentencia se confirmó por la Audiencia Provincial de Sevilla y no se le llegó a detener. Las investigaciones del Consejo General del Poder Judicial desvelarán las posibles responsabilidades de Rafael Tirado Márquez, titular del Juzgado número 1 de lo Penal de Sevilla, o del magistrado de la sección séptima de la Audiencia Provincial de Sevilla, Javier González, que tardó más de tres años en confirmar la condena. Es demasiado pronto para sacar conclusiones. También es pronto para acusar a la Junta de Andalucía. Habrá que saber si no se había dotado de recursos suficientes al juzgado. Si fuera así se trataría de un escándalo que salpicaría la gestión de Chaves, muy generosa en recursos para "empresas" claramente propagandísticas como Canal Sur.

Aunque esos extremos se aclaren, el sistema judicial español ya ha quedado manchado. En especial queda en entredicho el CGPJ, dominado por las polémicas políticas. Es, inevitablemente, un Consejo anómalo que no puede funcionar porque la reforma Michavila lo hizo depender de unas mayorías del Congreso de los Diputados que no se forman. Y no se forman porque no hay manera de que los dos principales partidos se pongan de acuerdo. El PP ha reclamado el endurecimiento de las penas para los delitos sexuales. Una reforma de este tipo requiere serenidad y consenso. La cadena perpetua que algunos piden no casa fácilmente con nuestro ordenamiento constitucional. La eficacia de otras medidas, como el registro de condenados por este tipo de delitos, hay que examinarla con detenimiento.

Pero de lo que nadie parece querer hablar es de lo que hay en el origen de este fenómeno. La Memoria de la Fiscalía General del Estado refleja que durante 2006 el número de delitos relacionados con la pornografía infantil aumentó un 48 por ciento. La sociedad española "hipermoralizada" en muchos frentes (cambio climático, conservación del medio ambiente, respeto a la pluralidad lingüística, seguridad vial, expresiones no discriminatorias y un sinfín de temas más) ve cómo crece, con la complicidad de muchos, el misterio de la iniquidad que tiene como víctimas a los inocentes. Algunos apuntan como solución a la castración para unos condenados que deben considerarse "enfermos".

La castración cultural no es parte de la solución sino del problema. El sexo no es otra cosa que una expresión del deseo de satisfacción, de libertad. La libertad, existencialmente entendida, es siempre anhelo de plenitud concreta, real. Cuanto más aumenta la insatisfacción más se incrementa la violencia. No se soluciona la evidente degradación moral que se esconde detrás de estos casos a base de moralina sino de una educación básica que permita encauzar el deseo a su verdadera satisfacción. Ésa es la gran provocación en esta sociedad aparentemente liberada y sexualmente frustrada: la plenitud humana aumenta si se reconoce el sentido, si reconoce la verdad, si en definitiva se reconoce que el deseo es deseo de infinito, del Misterio de Dios.

Se puede hablar de todas las normas necesarias para solucionar la crisis, pero el tipo de educación que es la que genera un auténtico respeto social está censurada. No es humano olvidar el dolor de la muerte de Mari Luz. Teniéndolo presente, se pueden releer algunas frases de la Spe Salvi . "Sí existe la resurrección de la carne. Existe una justicia. (…) Estoy convencido -dice el Papa- de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial o, en todo caso, el argumento más fuerte en favor de la fe en la vida eterna".

 

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