Es ingenuo pensar que la epidemia nos hará más buenos
“Esta noche rezamos de nuevo por los enfermos de coronavirus, por los médicos, los enfermeros, los empleados de limpieza, los farmacéuticos, por todos los que están implicados, los que han perdido amigos y familiares, por los que han muerto”. Desde el 14 de marzo, un joven italiano da comienzo cada día al rosario que reza conectado con más de 150 amigos.
Anoche, yo también estaba pegada a la pantalla, con la corona en la mano respondiendo a las oraciones, acompañada por un montón de jóvenes que no conozco, y tuve esta intuición: “Estos chavales y yo estamos viviendo a través de este gesto una relación con el mundo entero, con la totalidad”. Y acudieron a mi mente las palabras con que don Giussani, presentando un texto de ‘La anunciación a María’ de Paul Claudel, definía el amor. “El amor es existir en función de un designio total. El amor es generador de lo humano, generador de la historia de la persona en cuanto generación de un pueblo”.
El pequeño gesto de amor de esos chicos, su ímpetu de puesta en común, su deseo de estar con los que dan su vida y los que la han perdido contribuye a la generación de un pueblo.
En la Edad Media que describe Claudel las catedrales eran el símbolo de la unidad del pueblo, el punto positivo y de esperanza que todo el pueblo, donando de lo suyo, contribuía a construir, al que todos podían mirar, en medio de guerras, peste y lepra. “Tantos campanarios cuya sombra al girar escribe la hora sobre toda una ciudad”, afirma Pierre de Craon, el protagonista, el constructor de catedrales, el genio que da forma a la generosa donación de oro y dinero que da cada uno para poder construir la catedral. Algo que es un bien para todos, se erige a partir de muchos pequeños gestos de amor, de sacrificio, de ofrenda.
Ofrecerse uno mismo, el propio tiempo, el dinero, el conocimiento, para que un bien para todos pueda erigirse. Porque sin el espacio de esta ofrenda amorosa no hay construcción.
Hoy nos preguntamos mucho sobre cómo será el “después”, tanto desde el punto de vista sanitario como de reconstrucción. Recetas y proyectos nos bombardean por todas partes. Lo que tienen responsabilidad tendrán que confrontarse, elegir, arriesgar y decidir. Todos sabemos los intereses más o menos nobles que persigue cada uno. Todos vemos la tentación de poder que incluso estos días anima ciertas polémicas políticas. Sería ingenuo pensar o pretender que el coronavirus nos hiciera a todos repentinamente buenos.
Pero hay algo que podemos desear de manera realista. Nosotros, los de los pequeños gestos de amor, los del rosario, los de la bolsa de alimentos para los necesitados, los del smartphone acercado al lecho del enfermo, de la enésima hora de trabajo para responder a una urgencia, sabemos que estos gestos no son instintivos, casuales, sabemos que estos gestos de amor nacen de la libertad que, poco a poco, ha ido venciendo el miedo, la pereza, la indiferencia. Es una lucha. Esa lucha que Giussani, siempre a propósito de los personajes de ‘La anunciación a María’, define como “la lucha entre el amor que percibe la propia existencia en función de algo sin medida y un ideal de vida que, en cambio, coincide con la propia medida, con la propia justicia”. Lo que podemos desear es darnos cuenta de que estamos llamados a esta lucha y que esta lucha exige estar preparados.