Ennio Morricone. La originalidad nace de la sorpresa

Cultura · Elena Santa María
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8 julio 2020
A menudo la vida de los grandes genios pasa inadvertida, eclipsada por sus grandes obras. Y cuando uno de estos grandes genios muere, a uno le da por investigar. Algo especial debe haber en el alma de un hombre que compone bandas sonoras como La Misión o Cinema Paradiso.

A menudo la vida de los grandes genios pasa inadvertida, eclipsada por sus grandes obras. Y cuando uno de estos grandes genios muere, a uno le da por investigar. Algo especial debe haber en el alma de un hombre que compone bandas sonoras como La Misión o Cinema Paradiso.

Para emocionar a todo el mundo hay que emocionarse antes con lo que nadie ve. Ennio Morricone reconoció en una entrevista el año pasado –con nada menos que 90 años– que en toda su vida solo había llorado dos veces. Es evidente que no contó las veces que se le ha escapado la lagrimita en público al dirigir una orquesta o por el agradecimiento de ver reconocida su obra.

Se ha dicho de él que es un mago del sonido, un revolucionario del cine, una leyenda. ¿Pero de dónde nace ese don? A Giuseppe Tornatore –otro genio– le pidieron en una ocasión que describiera a su amigo. Su respuesta fue: “Morricone es un hombre sorprendido”. Sorprendido por la belleza de la música, del cine, de sus hijos y de su mujer. Quizá se entienda mejor con un ejemplo. La primera vez que lloró el compositor italiano fue al visionar La Misión. Imagínese ver La Misión sin escuchar el tema Gabriel’s Oboe. Así la vio él, la primera vez. Y tras hacerlo, se negó a componer la banda sonora, pues pensaba que la película ya lo tenía todo, no había que añadir nada. Gabriel´s Oboe y los demás temas de la película nacieron de esa sorpresa, de esas lágrimas.

Dos días después de su muerte ha salido a la luz una carta de despedida con su firma. En la misiva Ennio pide un funeral privado “para no molestar” y se despide sencillamente de todos los que le eran queridos. De sus palabras se desprende de nuevo esta sorpresa, esta vez por el amor que compartió con su mujer, María, durante más de 60 años. “A ella renuevo el amor extraordinario que nos ha mantenido juntos y que lamento abandonar. Para ella es mi más doloroso adiós”, escribe.

A ella le dedicó este poema: “El sonido de tu voz recoge en el aire un tiempo invisible, inmovilizándolo en un momento eterno. Ese eco ha entrado en mí quebrando los frágiles cristales de mi presente suspendido, sin vuelta atrás. Tendré que buscar el futuro siguiendo ese sonido yo mismo, desesperado eco, para reencontrarme”.

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