Encuentro con Don Quijote en París

Cultura · Antonio R. Rubio Plo
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23 enero 2025
He podido reflexionar sobre nuestro personaje más universal a partir de su huella en Europa. El genio literario del autor sabe combinar, a lo largo de toda la obra, la locura y la sabiduría.

El palacio de Compiègne, una antigua residencial real próxima a París, ofrece una singular exposición: la de 28 cartones para tapices del pintor Charles Antoine Coypel (1694-1752), dedicados a la historia de Don Quijote. El trabajo de Coypel, miembro de una dinastía de pintores al servicio de los reyes de Francia y autor de obras teatrales, sirvió para ilustrar ediciones en francés y holandés de la novela cervantina, y estas imágenes se difundieron también en Inglaterra, Alemania, Italia y la propia España. He podido verla con mi familia y esto me ha permitido reflexionar sobre nuestro personaje más universal a partir de su huella en Europa.

Toda una serie de adjetivos se superponen, sobre un fondo de música barroca francesa, en un pequeño video sobre la exposición: Heroico, Caballeresco, Romántico, Legendario y Burlesco. Los adjetivos están muy bien elegidos para referirse a Don Quijote. Personalmente me ha recordado una cita, cuyo autor desconozco: «el Quijote hace reír a los niños, a los adultos pensar y a los ancianos llorar”. Las tres actitudes caben en los lectores de esta obra. Para muchas personas, a lo largo de la historia, el hidalgo manchego representa lo heroico y lo caballeresco, pero al mismo tiempo reconocen sus rasgos utópico y admiten, sobre todo en su fuero interno, que Don Quijote está destinado a fracasar, aunque su gloria radica precisamente en su fracaso. Podría asemejarse a los heroicos defensores de una posición militar que al final sucumben o a los sustentadores de ideologías, fracasadas en la práctica, pero que sobreviven gracias a su “idealismo heroico”. De esta percepción se deriva el adjetivo “quijotesco”, pero no estoy de acuerdo con ella. Tan quijotesco es arremeter contra los molinos al tomarlos por gigantes como dar a Sancho unos consejos de sentido común y prudencia para el gobierno de su Ínsula Barataria. Se cuenta que Catalina de Rusia quiso que los conociera su hijo y sucesor, Pablo, pero no encontró eco en un joven que tuvo un final trágico.

La explicación de que Cervantes solo pretendió escribir una parodia de los libros de caballería que, a principios del siglo XVII se estaban convirtiendo en algo pasado de moda, nunca me ha parecido muy convincente. En algunos pasajes de la primera parte esto puede tener algo de verdad, pero conforme el personaje va ganando en grandeza humana, las burlas que le hacen, sobre todo las recibidas en el palacio de los duques durante la segunda parte, no mueven a risa sino a una profunda compasión. Esta compasión me lleva a concluir que los nobles que organizan y fomentan las burlas solo son nobles de título, pero carecen de nobleza humana. Don Quijote, ataviado con una armadura de caballero medieval, es objeto de irrisión por los representantes de la nobleza y sus servidores. El hidalgo manchego no ha sido del todo consciente de que en su época los títulos de nobleza no han sido ganados por el heroísmo en el campo de batalla ni en la defensa de los menesterosos. El noble es ahora mayoritariamente un noble de corte, en actitud servil hacia un rey absoluto, y su ideal, que no todos practican, es del cortesano cultivado y sabio. Se encuentra a sus anchas en la sofisticada vida cortesana y no tiene ojos para el mundo de más allá de los muros del palacio real o del suyo propio. Difícilmente “enderezará entuertos”, por emplear una expresión quijotesca, porque, salvo excepciones, ha dejado de identificarse con el ideal caballeresco. No es extraño que, siglo y medio después de la publicación del Quijote, en las Cartas marruecas de José Cadalso se critique a una nobleza que sigue viviendo del prestigio secular de sus antepasados. Pero esto ya sucedía en el siglo XVI con el ejemplo del hidalgo toledano de El lazarillo de Tormes, para el que el trabajo era una deshonra y tenía que encubrir sus penurias materiales.

Foto: Cartel de la exposición

No deja de ser curioso que las imágenes de Coypel estuvieran destinadas a decorar los palacios nobiliarios y reales. Los personajes eran retratados con elegancia y gracia, influenciado por la estética de Antoine Watteau y sus fiestas galantes, pero posiblemente servían de recreación humorística en la mayoría de los casos, dados los temas presentados: Don Quijote con una bacía de barbero que confunde con el yelmo de Mambrino; Don Quijote destroza las marionetas de Maese Pedro tomando la ficción por realidad; Don Quijote es servido por las doncellas de la duquesa que se burlan de él; Don Quijote y Sancho son montados con los ojos vendados en un caballo de madera; Don Quijote consulta a una supuesta cabeza encantada en casa de un noble de Barcelona…

La lista de los episodios burlescos sería aun mayor, aunque los temas abordados dan la impresión de que se quiere arrancar al espectador si no la risa, al menos una sonrisa. Pese a todo, en el grabado de Coypel que cierra la colección se presenta a Don Quijote curado de su locura por una figura mitológica de la Sabiduría. Se aparta así el artista del final de la novela cervantina, en la que el hidalgo manchego recupera la razón y muere cristianamente en su lecho. Esto demuestra que Cervantes no ha querido desarrollar unas escenas burlescas, tal y como darían entender las imágenes de la exposición, pues su genio literario sabe combinar a lo largo de toda la obra la locura y la sabiduría. Ninguna se presenta separada por completo en la existencia humana.


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