Editorial

Encadenados al mal causado

Editorial · Fernando de Haro
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10 agosto 2019
La reivindicación de un pasado oscuro no cesa en el País Vasco. Los homenajes a los miembros de ETA que están saliendo de sus cárceles, tras haber cumplido condena, parecen acreditar que no ha sucedido nada. ¿No ha ocurrido nada en los últimos años? ¿No les ha sucedido nada a los que abandonan la prisión? ¿No tienen un solo motivo que les permita distanciarse del mal causado? Parece que no. No hay espacio para que acontezca nada en un sistema donde la ideología sigue asfixiándolo todo. Queda así una parte importante de la sociedad vasca encadenada a la tiranía de intentar reescribir una historia de horror en términos positivos, de justificar lo injustificable. 

La reivindicación de un pasado oscuro no cesa en el País Vasco. Los homenajes a los miembros de ETA que están saliendo de sus cárceles, tras haber cumplido condena, parecen acreditar que no ha sucedido nada. ¿No ha ocurrido nada en los últimos años? ¿No les ha sucedido nada a los que abandonan la prisión? ¿No tienen un solo motivo que les permita distanciarse del mal causado? Parece que no. No hay espacio para que acontezca nada en un sistema donde la ideología sigue asfixiándolo todo. Queda así una parte importante de la sociedad vasca encadenada a la tiranía de intentar reescribir una historia de horror en términos positivos, de justificar lo injustificable. Sin admitir el mal hecho y sin pedir perdón, a las víctimas les resulta prácticamente imposible cualquier vía de justicia restaurativa. Se las encadena a poder reclamar solo la memoria, la dignidad y la justicia del Estado de Derecho. Todo ello es absolutamente necesario, pero insuficiente para encontrar el camino hacia una paz verdadera a quien tanto ha sufrido. Los dioses griegos tuvieron la sabiduría de frenar la cadena de reacciones que provocó la vuelta de Ulises a casa. Los que fueron miembros de ETA vuelven a casa sin haber hecho viaje alguno, sin haber cruzado el oscuro mar de la culpa.

Desde su disolución hace año y medio, la última banda terrorista que quedaba en Europa se ha convertido en un fenómeno carcelario que agrupa a 250 presos. De forma sistemática, cada liberación de los que han terminado de cumplir su condena, en algunos casos de más de 20 años, son recibidos como héroes en sus pueblos. El Gobierno viene denunciando sistemáticamente ´estas fiestas de recepción´ ante los tribunales. Pero los jueces archivan las denuncias argumentando, fundamentalmente, que las recepciones no constituyen un delito de exaltación del terrorismo. Ese tipo penal de delito requiere el riesgo de que se produzca otro atentado terrorista.

Bildu, el partido político que ha heredado las reivindicaciones de ETA, argumenta que no se pueden reprimir las manifestaciones de alegría de quien vuelve a encontrarse con sus familiares y amigos después de tanto tiempo separados. Se añade que es necesario no anclarse en el pasado y no continuar realizando reproches a quien ya ha dejado de tener causas pendientes con la justicia. En realidad, los recibimientos y homenajes tienen más que ver con la batalla política que lleva a cabo el mundo abertzale (independentismo vasco) que con la satisfacción personal de haber recobrado la libertad. Ese mundo quiere demostrar que su batalla mereció la pena y que la ganó. ETA siempre mantuvo un férreo control de sus presos para que dentro de la cárcel la adhesión a su sistema ideológico no se quebrara. Un preso de ETA no se integra con el resto de los reclusos. El porcentaje de ´arrepentidos´ es pequeño. Hay alrededor de treinta que se han acogido a la llamada Vía Nanclares. Una fórmula que exige alejarse de los otros presos que pertenecieron a la banda, renunciar a sus abogados, y pedir perdón por el mal hecho. A los que se acogen a esta vía se les otorgan algunos beneficios penitenciarios. Entre este grupo se han dado algunas experiencias de justicia restaurativa propiciada por conversaciones con aquellos que sufrieron más directamente el terror. Los encuentros han sido discretos y no están bien vistos por las organizaciones de víctimas. El hecho de que los que fueran responsables de la banda no hayan pedido nunca perdón y los esfuerzos por relativizar el mal causado ponen en alerta, generan sospechas. Las víctimas de ETA durante años sufrieron el escarnio de una inversión de la culpa. Solo a finales de los años 80 comenzaron a no ser enterradas con vergüenza y a recibir el reconocimiento social que merecían. Solo muy lentamente la sociedad española adquirió la claridad moral de que el asesinato, la extorsión, el secuestro, la calumnia y la amenaza eran intrínsecamente perversos: no solo atentaban contra la vida, también contra la libertad. Ahora, los herederos de ETA se empeñan en seguir encadenando a los victimarios al mal que causaron. Victimarios y víctimas necesitan que suceda algo.

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