En Roma no se ha celebrado la muerte

¿Cómo se explica lo sucedido estos días en Roma? ¿Por qué las multitudes han querido despedirse de los retos mortales del Papa Francisco? ¿Por qué los poderosos de la tierra han querido inclinar la cabeza ante un ataúd pobre?
Los días previos al funeral y el mismo funeral del Papa Francisco han recordado lo que sucedió hace más de 20 años con la muerte de Juan Pablo II. También está vez ha habido mucha gente. En esta ocasión gente más callada, con menos necesidad de exteriorizar sus sentimientos. La Iglesia es mucho más global que a comienzos de siglo. Pero no se puede dar por supuesto que Francisco pudiera congregar a tanta gente como reunió Juan Pablo II. En los últimos 20 años ha pasado muchas cosas. Guerras, secularización, abusos, etc… Estamos en la época de lo virtual, de lo digital, las imágenes del féretro humilde del Papa están a disposición de todo el mundo. Quizás por eso había tanta gente en Roma. Para tocar, oler, ver sin la mediación de una pantalla, algo real que mereciese la pena. Los que han estado durante horas en un cola en Roma no lo han hecho para rendir homenaje a un muerto. La muerte es lo más parecido a la nada, a la no-realidad. Los que han seguido de cerca el funeral de Francisco lo han hecho para rendir homenaje a la vida, para rendir homenaje a algo real: la esperanza que ha despertado en ellos el abrazo de Francisco.
¿De qué esperanza hablamos? De un abrazo que alimenta la certeza de que vas ha seguir siendo abrazado.
Ha habido poderosos en la despedida, mucha gente corriente, pobres, transexuales, presos, “los amigos del Papa”, como ellos mismo se llaman. Gente agradecida porque Francisco les ha hecho sentirse realmente más humanos.
Desde el principio de su pontificado, Francisco lanzó un mensaje contundente: el cristianismo no es una moral, la Iglesia no es la casa de los puros, la casa de los que no tienen nada que hacerse perdonar. La Iglesia no juzga, abraza. Este fue una de las frases que dijo en el avión en uno de seis primeros viajes: la Iglesia no juzga, abraza.
Francisco no se cansó de subrayar que en el origen del cristianismo no hay una decisión ética o una gran idea sino el encuentro con un con una persona que da a la vida un horizonte nuevo.
El entierro se ha llevado a cabo según las indicaciones de Francisco: una tumba sencillísima fuera del Vaticano. Es sin duda el último acto de su magisterio. Pero no debemos olvidar el penúltimo, la homilía que no pudo pronunciar pero sí preparó el día antes de morir para el Domingo de Resurrección. En ese breve texto, recordando al teólogo Henri de Lubac quiso subrayar que el cristianismo es Cristo. “Debe bastarnos esto. En Jesucristo lo tenemos todo (…) redescubramos la gracia inestimable de ser sus amigos. Dejemos que su Palabra de vida y de verdad ilumine nuestro camino”.
Lo que ha pasado en Roma es consecuencia de la atracción de un hombre que testimoniaba a Cristo. Toda su misión, todo su compromiso por la construcción de un mundo más humano, toda su tarea de gobierno se resume en estas palabras.