Entrevista a Andrés Ollero, magistrado del Tribunal Constitucional

`En Europa necesitamos una antropología objetiva`

Mundo · Fernando de Haro
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12 mayo 2014
Europa nació en torno a palabras como persona, trabajo, progreso y libertad. Sin embargo los fundamentos de esas palabras cada vez están más diluidos. ¿Qué ha sucedido?Predomina la idea de que las palabras no se corresponden con realidades objetivas; serían más bien fruto de un problemático consenso entre ocurrencias subjetivas.

Europa nació en torno a palabras como persona, trabajo, progreso y libertad. Sin embargo los fundamentos de esas palabras cada vez están más diluidos. ¿Qué ha sucedido?

Predomina la idea de que las palabras no se corresponden con realidades objetivas; serían más bien fruto de un problemático consenso entre ocurrencias subjetivas. La Carta Europea de Derechos Fundamentales, cuando aborda la familia o la objeción de conciencia, tiende a refugiarse en las legislaciones estatales; al parecer, en Europa no está muy claro en qué pueda consistir significar el contenido de esos derechos. Al go habrá que hacer para que Europa se pregunte quién es realmente. No es fácil identificarse con quien no parece tener identidad.

En el centro del proceso de construcción de Europa está la experiencia de libertad. Ratzinger denunciaba hace algunos años que la lucha contra la discriminación se ha ensanchado tanto que ha surgido un dogmatismo que se ha vuelto en contra de la libertad. ¿Le parece excesivo ese punto de vista?

Estábamos acostumbrados a que la derecha defendiera una libertad individualista y la izquierda una igualdad colectivista. Ahora la izquierda ha optado por una igualdad individualista, esgrimiendo presuntas discriminaciones indirectas. Basta leer a Dworkin para verlo expresado con envidiable claridad; pero no parece suficientemente leído…

Permítame seguir con Ratzinger. En el Bundestag el entonces Papa aseguró que la cuestión de determinar qué es justo e injusto no ha sido nunca fácil, pero que en Europa se ha hecho especialmente complicado. ¿Tiene esa situación algo que ver con la crisis?

La justicia se ha convertido en uno de esos cruces de ocurrencias subjetivas, porque está prohibido hablar de derecho natural; también lo dijo… Repercute en los orígenes de la crisis, porque ha alimentado un eclipse del derecho. Si no hay exigencias objetivas de justicia, habrá que remitirse a las ocurrencias. Parece que a más de uno se le ha ocurrido convertir la estafa en ingeniería financiera.

Europa está a la cabeza del desarrollo de los que se han llamado nuevos derechos. Nuevos derechos que empezaron a proclamarse en los años 70 y que quieren dar respuesta a múltiples deseos subjetivos. Hablamos de aborto, matrimonio homosexual y un largo etcétera. ¿Cuál es la raíz de este afán por proclamar nuevos derechos?

Si no hay exigencias objetivas de justicia, no podemos seguir diferenciando arbitrarias pretensiones individuales y derechos fundados en un título de justicia. Acaba considerándose derecho a cualquier deseo que no genere rechazo social; de esto último se encargan los jerarcas mediáticos de lo políticamente correcto, que es el nuevo dogma.

¿Hay algo de espejismo en estos nuevos derechos?

No se basan en la justicia, que se considera inexistente, sino en la tolerancia. Se olvida que la justicia es la que exige dar a cada uno lo suyo, su derecho; la tolerancia ofrece generosamente a algunos, en clave individualista, lo que no es suyo. Las instituciones sociales solidarias quedan indefensas y pagan el pato.

¿Puede la ley frenar el fenómeno de la destrucción de lo humano que se está produciendo en Europa? ¿Qué valor tiene la ley para sostener una determinada antropología?

Me temo que a los legisladores, estatales o comunitarios, no parece preocuparles demasiado la antropología; en los currículos nunca ha solido llevarse a examen. Me veo obligado a recordar que un pesimista es un optimista bien informado…

Habermas proponía hace algunos años que Europa tuviera, al elaborar sus leyes, un “proceso de argumentación sensible a la verdad”. ¿Cómo puede tenerse en cuenta esa indicación?

Algunos lo han tenido muy en cuenta; hablar de Habermas comienza a estar tan prohibido como referirse al derecho natural; no es políticamente correcto.

En Europa se multiplican las llamadas a reconocer el valor de una sociedad multicultural. ¿Cómo compaginar pluralismo y respeto a las tradiciones más consolidadas?

Lo lógico sería hablar de interculturalismo, pero para eso es preciso contar con un referente antropológico objetivo, que permita distinguir lo naturalmente compartido de lo culturalmente diverso. Negada esa posibilidad, nos veremos condenados a un multiculturalismo basado en una mera yuxtaposición de guetos.

Cuando la multiculturalidad es multiculturalismo suele venir acompañada de una indiferencia hacia el otro. La multiculturalidad y el respeto y la estima por el otro no siempre van juntas.

En efecto. A veces, para multiplicar concesiones individualistas, se apela a un presunto consenso, que puede encubrir mera indiferencia: dado que no se me obliga a nada, por mí, como si se tiran por la ventana… Cuando el asunto acaba afectando a alguien cercano surge una paradójica tragedia.

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