Elogio de La España de Abel
Se ha publicado un libro que quiere hacer oír su voz en una España que está siendo sacudida por la crispación, una España que tendría que mostrarse orgullosa de su pasado reciente, con una transición hacia la democracia y una Constitución que fueron consideradas modelos en Europa y en América. Pero sobre esa España ha caído desde hace tiempo la sombra de la sospecha, a menudo acompañada de la acritud y los gestos adustos. Hay quien la considera una mentira, un engaño colectivo y pretende emborronar el legado surgido hace cuarenta años. Contra esta arrogante y falaz pretensión nace un libro, escrito por hombres y mujeres entre 30 y 45 años que dan su testimonio, iluminado por la sinceridad, de que otra España es posible, y no en un futuro hipotético: ellos mismos han vivido esa España, que no por casualidad ha ido acompañada de la integración en Europa, y que pretenden proclamar a los cuatro vientos su rechazo al retorno de la España cainita.
La España de Abel (ed. Planeta Deusto) es un ejemplo de que se puede hablar con optimismo, sin cargar las culpas sobre los otros, del futuro de España. En estas páginas no hay un debate sobre qué es una nación, pues no importan demasiado las elucubraciones histórico-jurídicas, por muy brillantes que sean. No es tampoco un libro noventayochista ni de nostalgias de la edad de plata de nuestra cultura, como pueden ser otros. Eso queda atrás, como deberían quedar atrás unas cuantas páginas de nuestra historia reciente. En este libro importa más la vida cotidiana, el trato con las personas, pues todas las personas son hijas de alguien, y es habitual que tengan hijos; y tomarse unas tapas en medio de una animada conversación en la que tenemos tiempo para escuchar al otro puede ser más “revolucionario” que todas las soflamas políticas. Sin embargo, esto no lo tienen en cuenta los cegados por ideologías mesiánicas, los representantes de la España cainita que siguen pensando, al igual que algunos de sus antepasados, que todo irá mejor cuando ganen los nuestros y arramblen con el poder. Hay quienes predican el retorno a una edad de oro que nunca existió, desmentida por la historia y el sentido común, y hay quienes aspiran a construir un supuesto paraíso terrenal en el que ellos pretenden ocupar los primeros puestos. Esa es la España cainita de la que no puedes esperar una auténtica sonrisa. En cambio, la España de Abel, la que encarnan los jóvenes autores de este libro, es una España alegre, en la que las lógicas discrepancias entre los seres humanos no tienen por qué solucionarse con las coacciones o con la violencia.
Leer este libro me ha recordado aquel poema de Antonio Machado, Recuerdo infantil, que evoca una tarde parda y fría de invierno, dentro de un aula en la que los escolares estudian o repiten mecánicamente sumas. En la pared de esa escuela machadiana hay algo que tiene que seguir llamando nuestra atención como españoles: “En un cartel se representa a Caín, fugitivo, y muerto Abel, junto a una mancha carmín”. Me pregunto por qué el inocente tiene que morir, y a manos de su propio hermano, por qué Abel debe morir para que viva alguien que no tendrá reparo en reclamar nuevas víctimas para satisfacer sus ansias de poder. Contra esa idea se rebelan los escritores, periodistas, profesores, economistas, politólogos, investigadores e incluso políticos que han compuesto los cuarenta testimonios que integran la obra. Nos dan otra visión de España, sin caer en el típico nacionalismo excluyente. Casi todos han vivido en el extranjero, aunque no se han dejado embaucar por los viejos tópicos de que lo foráneo es superior al español, y tampoco se han avergonzado de sus orígenes. Precisamente el vivir fuera ha servido a muchos para valorar mejor España, un país con un legado cultural, antiguo y moderno, que nada tiene que envidiar al de otros países.
Es cierto que algunos, en función de las raíces oscuras y profundas de sus ideologías, se empeñan en dar una visión negativa de España como un país atrasado, y no están diciendo la verdad aunque ellos se sientan obligados a creerlo. En las últimas décadas, España se ha ganado la reputación, sobre todo en Europa, de país moderno y abierto. Así lo consideran estos representantes de la España de Abel, que con este libro están proclamando su voluntad de no morir a manos de la España de Caín. Ya hemos tenido demasiado de eso en los últimos dos siglos. Habrá otros que crean en el fatalismo, el de la edad de oro o el del paraíso terrenal, pero las gentes de la España de Abel no son fatalistas. Solo aspiran, pese a los cainitas, a que España sea un país normal, un país europeo como los otros. Frente al cainismo, que tiene un alto concepto de sí mismo por su obsesión purista, los testimonios de este libro representan un elogio de la cotidianeidad, con sus fragilidades e imperfecciones. Sus autores se reconocen como conciudadanos, con independencia de su percepción de España, y bien podrían decir unos de otros que son buena gente. En serio, ser buena gente, no el aparentarlo, es lo único que merece la pena.