El último bailarín de Mao

Cultura · Juan Orellana
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15 diciembre 2010
El director australiano Bruce Beresford, al que debemos películas tan entrañables como Evelyn o Paseando a Miss Daisy, vuelve a ganarse al público con un delicioso biopic sobre el bailarín chino Li Cunxin, película en la que el guionista Jan Sardi adapta la autobiografía del citado artista. Li Cunxin nació en 1961 en Qingdao, en el corazón de la China maoísta. Sus padres eran pobres campesinos y cuando Li tenía once años fue seleccionado por unos delegados del partido comunista para irse a la Academia Oficial de Danza de Beijing. Allí se convirtió en un bailarín extraordinario, lo que propició que en 1979 fuera invitado a una estancia de tres meses en la Academia de Baile de Houston, en Texas (EE.UU). Todos sus esquemas mentales, inyectados por la fuerza en la Revolución Cultural, hacen crisis cuando Li experimenta la libertad y el bienestar económico en la "tierra de promisión" americana. Además, en Houston se enamora de otra bailarina, lo que le empuja a no querer volver a la China comunista. Pero el consulado chino no va a permitir semejante deserción y hará lo que sea para llevar a Li de vuelta a la tierra de Mao.

La película tiene una estructura temática que recuerda a films como Together (Chen Kaige, 2002) en el sentido de que la creación artística acaba siendo la forma de expresar agradecimiento y sentimientos familiares. La película, que es obviamente crítica con la irracionalidad del comunismo y del maoísmo, no es sin embargo maniquea ni caricaturesca, humaniza a los personajes y presenta también una cierta crítica moral a los defectos del capitalismo. Pero lo que el film pone por encima de la bipolaridad comunismo-capitalismo es el arte como lenguaje universal, la belleza como territorio común. Indirectamente, la película también indaga en el drama del inmigrante, que nunca puede dar la espalda a sus vínculos nutricios con su familia, su pueblo, sus tradiciones, su historia… En ese sentido, en algunos momentos recuerda a películas como El sudor de los ruiseñores (Juan Manuel Cotelo, 1998), donde música y nostalgia se entrelazan. O El concierto (Radu Mihaileanu, 2009), cuyo solemne final se emparenta con el de la cinta de Beresford.

El film es emotivo, con un final apoteósico, ciertamente melodramático pero contenido, y ofrece una mirada última positiva y superadora de desencuentros. El ritmo del film puede resultar irregular, quizá debido a las secuencias de bailes (El lago de los cisnes, La consagración de la primavera…).

De entre las películas de danza, ésta se encuentra entre las más interesantes, junto a títulos como Billy Elliot, de Stephen Daldry; The Company, de Robert Alman; o Flashdance, de Adrian Lyne.

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