El terror desnuda a Occidente

Mundo · Giuseppe di Fazio
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6 septiembre 2014
El miedo al terror vuelve a entrar en nuestro horizonte cotidiano diez años después. Las guerras lejanas y olvidadas (Siria, Mali, norte de Iraq, Libia) también nos afectan a nosotros. Por ahora, con la petición de ayuda por parte de los refugiados que llegan a miles. Mañana, quién sabe.

El miedo al terror vuelve a entrar en nuestro horizonte cotidiano diez años después. Las guerras lejanas y olvidadas (Siria, Mali, norte de Iraq, Libia) también nos afectan a nosotros. Por ahora, con la petición de ayuda por parte de los refugiados que llegan a miles. Mañana, quién sabe.

Nuevos cruzados se ofrecen dispuestos a defender un Occidente ya en el ocaso de las hordas de los nuevos bárbaros del Isis, cegados por el odio y el fanatismo. ¿Nos preparamos, por tanto, para un nuevo choque de civilizaciones entre los defensores de los derechos y la libertad y los extremistas del ejército islamista?

El Califato del Isis, que ya ha realizado una “limpieza étnica y religiosa” (palabras de la ONU), ha causado efecto. Hace apenas tres años cantábamos la victoria de las Primaveras árabes y con ellas las de la libertad y la democracia en los países árabes después de décadas de dictadura. También nosotros creímos haber decapitado al monstruo islamista.

En cambio, hemos tenido que aprender en acto que los tiempos de la historia no son los de internet, que el fin de Al Qaeda no coincide con el fin del extremismo musulmán, que no solo se nutre del Corán sino también de la ideología occidental. Tanto que, de forma acercada, Domenico Quirico define a los militantes del nuevo califato como “bolcheviques salafitas reunidos, pegados unos a otros como si tuvieran en el corazón la misma costra, la del odio hacia nosotros y hacia los apóstatas, que les ensombrece y les mueve a actuar”.

En este ejército de “bolcheviques islámicos” hay también muchos jóvenes criados en Occidente, que han respirado el aire de nuestra libertad vacía y frágil, que se han empapado de la ideología nihilista, que han aprendido a despreciar la vida y a darle a todo el valor de la nada.

Conscientemente, pueden decirnos a los occidentales, como hizo el verdugo del reportero americano Jim Foley: estáis deprimidos, sois ciudadanos-borregos al servicio de un pastor ciego.

Los nuevos cruzados occidentales, por su parte, también pueden invocar la guerra de civilizaciones, pero no pueden sustraerse a la pregunta sobre en qué se está convirtiendo la libertad en el reino de los libres. Esa libertad de la que nosotros presumimos contra los bárbaros asesinos es un arma sin filo, una realidad siempre en potencia, que no tiene otro objetivo que el placer como fin en sí mismo.

Por eso el hombre libre de Occidente se parece tanto a la descripción de Mauro Magatti y Chiara Giaccardi: “un hombre inconsciente de arena”. Un sujeto que no persigue ideales, que no tiene un objetivo en la vida, que no se liga a nada es verdaderamente el emblema de una civilización en el ocaso, débil en lo más íntimo, en su cultura y en su propia actitud política.

Incluso la superpotencia americana se muestra estos días más frágil que nunca: incapaz de acoger en su seno de forma pacífica las distintas culturas, razas, etnias, y al mismo tiempo desorientada para gobernar el mundo: hace un año Obama pensaba en bombardeos aéreos contra las tropas de Assad en Siria, hoy vuelve a imaginar bombas en Siria ahora contra el ejército de los milicianos islamistas aliándose con el dictador.

Sobre todo, Occidente parece no tener esperanza, estar en caída libre hacia su propia destrucción. Una civilización sin padres, a la que le cuesta transmitir un gusto por la vida, sin valores capaces de resistir ante las contrariedades de la existencia. Una tierra donde libertad es mero sinónimo de capricho.

En su reciente mensaje al Meeting de Rimini, el Papa Francisco nos ha puesto en guardia ante un mundo reducido a “desierto espiritual”, creado por una civilización de consumidores que hace a unos individualistas y tristes y a otros pobres y excluidos.

El Papa, asumiendo una posición claramente diferenciada de la de los EE.UU, invita a frenar a los agresores sin decisiones unilaterales, con una decisión unitaria y convencida por parte de la ONU. Más peso para la ONU, más solidaridad para los pueblos reducidos a la miseria, y más atención, más apoyo y más diálogo para esos fermentos de novedad y positividad que en estos años se han manifestado dentro del mundo árabe.

Al mismo tiempo, el Papa invita a todos a tener la mirada fija en lo esencial. ¿Qué es hoy “lo esencial” para nosotros occidentales? Es una pregunta que deberíamos poner en el centro de nuestra agenda social y política. Nos ayudaría a evitar nuevas cruzadas (algo que solo nos convertiría en la otra cara del infierno yihadista) y a recuperar la esperanza.

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