El señor de la historia no es Putin

Mundo · Ángel Satué
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25 marzo 2022
Es la guerra de Putin, pero no es la guerra de Rusia, una potencia llamada a estar presente en el concierto de las naciones, y ser puente entre China y la Unión Europea. Pero ser puente no es ser el centro del mundo

Estamos en un momento de la historia del mundo, al borde del cataclismo nuclear, donde conviene recordar que estamos en Sus manos, y no en las de un abuelo de 70 años, apegado a un botón nuclear y un mapa de Catalina la Grande, blanco, rubio, heterosexual, educado como comunista, espía del KGB, bautizado por su abuela como cristiano ortodoxo, y que ha superado la esperanza de vida del ruso medio (65 años).

Si nos atenemos a los hechos y a las declaraciones, es más que probable que Putin llegue a imitar a los americanos, cuando lanzaron las bombas de Hiroshima y Nagasaki. El mal menor de miles de vidas norteamericanas. Mal por mal. Lo “bueno” de Putin es que no engaña. Va haciendo lo que va avisando. Es Occidente el que quiere escuchar lo que quiere escuchar. Pero a Putin, se le veía venir. Es un elefante gris, como diría Michele Wucker. Se cree en su derecho a lanzar un misil táctico nuclear a un satélite, a un cachalote en aguas internacionales o unas matriuskas en Astrakán, con tal de que no quede claro que se ataca a la OTAN. Puede mentir, amagar y como sus objetivos políticos no están del todo claros, siempre puede decir que ha ganado.

Con Putin se ha jugado a otorgarle desde Occidente cierta importancia, cierta legitimidad, la que merecía un imperio vencido como el soviético.

Incluso la propia Iglesia católica, siempre pragmática, siempre prudente, lo ha hecho desde la visita del Papa a Cuba y su encuentro con el patriarca ruso.

Son ejemplos de ello la entrada en la Organización Mundial del Comercio, el G-9-8-7, pasando por las reuniones de Putin en el Foro Económico Mundial –tras 12 años, en 2021 volvió a asistir–.

Escuchar las palabras de Putin, advirtiendo de que esperaba que en el siglo XXI no fuera posible una guerra mundial, la tercera, porque sería el final para todos, para la humanidad, da escalofríos. Realmente, no pensaba que se diera esta situación extrema, pero sí temía que hubiera “colapsos o situaciones imprevisibles”, lo que decía mientras levantaba el dedo índice, que advierte, avisa y amenaza, lo que “llevaría a una lucha de todos contra todos”.

“A veces se buscan enemigos internos y externos, y esto conduce a grandes conflictos”; “hay países –sin referirse a Rusia– que no aceptan ser dóciles, ser satélites, advirtiendo de sanciones y restricciones ilegitimas”, y “todo esto aumenta el riesgo del recurso a la guerra, a las fuerzas armadas, y también hay cada vez más puntos calientes en el mundo”.

Jamás he visto una amenaza tan directa y, como decía Churchill de la propia Rusia, envuelta en un acertijo, que contiene un misterio. Un misterio que finalizaba apelando a la unidad entre la Unión Europea y Rusia, como socios naturales, como una cultura y civilización común. Apeló a otra frase mítica de la diplomacia portuguesa, desde Lisboa a los Urales, y Putin ensancha ese espacio hasta Vladivostok.

Es evidente que tiene razón en esas complementariedades con la UE, pero es evidente que ha perdido la paciencia, y que EE.UU., hoy día, jamás permitiría un espacio semejante. Tampoco parece aconsejable tal unión con Rusia para las libertades y la democracia europeas, pero es que tampoco lo es la falta de privacidad a la que nos llevan los gigantes norteamericanos de la tecnología. Esto tampoco es discutible. El mundo es un poco gris.

En este discurso Putin hace un alegato realista de las relaciones internacionales, diciendo que siempre los países tendrán intereses y que estarán enfrentados. Así concibe él el mundo. Siendo así, conviene citar a Angelo Roncalli, cuando para contener la crisis de los misiles de Cuba de 1962, optaba por “promover, favorecer, aceptar dialogar a todos los niveles y en todo momento como regla de sagacidad y prudencia”. Esta diplomacia de la misericordia es realista. Es la de Francisco.

Como se ve el discurso de Putin no es de un loco. Es de una persona sagaz, que advierte, luego no es traidor. Es un aspirante a influir en los asuntos del mundo y a un lugar en el podio, para Rusia… y aquí viene el problema, busca un lugar para él, y en la historia.

Occidente puede entonar el mea culpa también, pero no como se dice por ampliar la OTAN, pues poco o nada se puede hacer ante una persona que se cree con derecho a todo, y a heredar un imperio que no existe ya. Pero miró hacia otro lado con Rusia cuando convino. Chechenia es el ejemplo, por aquello del terrorismo islámico (ya que EE.UU. invadía Afganistán (2001) tras el 11-S, o Iraq (2003) con la doctrina Powel –agotar la vía diplomática, objetivos políticos claros (además de los militares) y fuerza militar aplastante–. Tampoco pasó mucho cuando subió cuatro veces el precio del gas a Ucrania, para evitar que pivotara hacia la Unión Europea. También cuando entró a sangre y fuego en Georgia (2008), y posteriormente en la propia Ucrania (2014).

Putin es el mejor representante de la Rusia esteparia y asiática, frente a la europea y eslava (España es europea, americana y norteafricana/mediterránea), pese apoyarse en ellas, pese a combatir en el Oeste. Se ha visto algo más seguro tras ver la debilidad de la OTAN en Afganistán (2021). Como Stalin con la URSS, persigue rodear Rusia, de un glacis protector de territorios (“Nuevos Imperios”, Lozano Bartolozi), o que no le creen un glacis ajeno. No hay que olvidar que Rusia ha sido atacada desde el siglo XIX por Napoleón (1812), la guerra de Crimea (1854) y las dos guerras mundiales (1914 y 1941). Tampoco olvidemos que gran parte de Ucrania era parte de Rusia, desde 1725.

Recientemente ha dicho Putin, o eso dicen los medios, que “nadie tiene amor mayor que éste de dar uno la vida por sus amigos” (Juan XIII, 34, XV, 13). Putin, el poeta.

Sin duda el amor es la gran novedad del mensaje cristiano, en una época donde desde luego, no era la vara moral de medir. Como dice el papa Francisco (Fratelli Tutti), Jesús “no nos invita a preguntarnos quiénes son los que están cerca de nosotros (nuestros amigos), sino a volvernos nosotros cercanos, prójimos”. ¿Quién es mi prójimo? ¿Quién es el prójimo de Putin? ¿Los rusos? ¿El resto del mundo?

Putin quiere ser el Imperio del Centro, y no China. La Puerta Sublime, y no Turquía. El Heartland de Mackinder (1919), esa zona gobernada por el Imperio ruso y después por la URSS, que se resume en la frase de «quien gobierne en Europa del Este dominará el Heartland; quien gobierne el Heartland dominará la Isla-Mundial; quien gobierne la Isla-Mundial controlará el mundo».

Es posible que incluso haya llegado a pensar que el pueblo ucraniano debería haber puesto la otra mejilla, o perdonar hasta 77 veces 7. Sea como sea, no es Putin un hombre de paz ni amante del derecho ni de la justicia. Es todo lo opuesto. Un hombre de poder, pero esto no le convierte en poderoso. Ha metido a Rusia en su guerra. Es la guerra de Putin, pero no es la guerra de Rusia, una potencia llamada a estar presente en el concierto de las naciones, y ser puente entre China y la Unión Europea. Pero ser puente no es ser el centro del mundo, por mucho gas, petróleo, tierras raras, agua y madera se tenga (y ojivas nucleares).

Como es la guerra de Putin, es la guerra de una persona. Y esta persona no es solo nacionalista, ni solo supremacista, ni solo político-espía… Putin es el Rey Sol francés, y el Rey Planeta, Felipe IV, es Napoleón y Stalin, Hitler y Mao, Pol Pot y 007, pero es padre, abuelo, ha sido hijo, es esposo, y amante, y amigo de sus amigos, como nos recuerda. Como todo hombre, tiene claroscuros, pero a diferencia de todo humanista, no le impulsa el amor a una verdad absoluta ni al hombre ni a su dignidad, por reflejo de lo divino, sino que le impulsa un amor desmedido, posiblemente al poder, a su papel en la historia, y a su tierra, que de chica no tiene nada. Su presunta grandeza ha sido su debilidad. Porque después de Putin, no habrá nada si hubiera guerra mundial, ni siquiera nadie quien le recuerde para maldecir su sombra. Y si no la hubiera, después de él, tampoco habrá nada, porque nada de lo pretendido por él será digno de alabar.

Ucrania debe defenderse. La Unión Europea y los europeos no podemos tolerar un Telón de Acero, un Muro de la vergüenza. Pero no es menos cierto que cuando hagamos crítica de cómo pudimos llegar hasta aquí, entonces será el momento de pensar si Austria y Finlandia, con su neutralidad, su no adhesión a la OTAN, son pactos valiosos de mediados de los años 50 del siglo XX, de nuestra arquitectura europea de seguridad, y por qué no habría de serlo con ellas Ucrania, para garantizar un cierto equilibrio, para garantizar la paz y la libertad, con un vecino indeseable, pero que solo por la fuerza de la conversión moral se puede adherir a nuestra causa.

Desde el equilibrio se puede construir. Solo desde el equilibrio se puede ganar una batalla. Solo desde la paciencia del esfuerzo y del ejemplo, se puede convencer a otros. Paciencia y esfuerzo sostenido en que nuestro sistema es mejor, porque se sustenta en el hombre, piedra clave de la creación. Europa se debe defender, y ese es un ataque. Porque cuando Europa se defiende, no se arma de armas, sino de participación, libertad y estado de Derecho. Son nuestras armas verdaderas, las que conviene defender con las otras, llegado el momento.

Si algo teme Putin de Occidente no es el amor nuestro a la libertad, sino la ausencia de referencias morales y verdades absolutas y trascedentes. Que un personaje así tenga miedo de algo, sienta escrúpulos o aversión por algo, lo que ya le hace sentir, sorprende.

El Occidente que teme Putin es aquel donde ha imperado llevar la democracia y el sistema liberal, a sangre y fuego también, con un modo totalitario, que es del todo contrario al humanismo cristiano.

Una democracia puede ser totalitaria, y no hay más que recordar cuando se trata de imponer la ideología de género, cuando se cambia el lenguaje, cuando se cambian las leyes para cambiar la historia, para controlar el pasado, para controlar el presente, y controlar el presente para controlar el futuro. Cuando la objeción de conciencia de los médicos se dificulta si no quieren practicar abortos o eutanasias (nombres sutiles para el genocidio).

La democracia que teme Putin es la que ha derivado del internacionalismo e idealismo kantiano, el que nos ha traído desde la revolución francesa a un sistema donde el hombre lo puede todo, hasta sin el hombre, menos abolir las leyes de la física, pero ya sí convertir a un hombre en mujer (y viceversa).

Putin teme dejar de tocar tierra, dejar de controlar las pocas certezas que le quedaban, como que Rusia no puede ser algo discutido o discutible, cosa que, en Occidente, en España, llegó a decir sobre España un presidente de su consejo de gobierno.

Pues bien, ante un liberalismo a la deriva, que nos trajeron los neocon americanos, sobre todo, como guinda del pensamiento liberal, o un tradicionalismo estéril, postsoviético y ortodoxo (putinesco) pues no conserva lo bueno y no deshecha lo malo, sino que queda anquilosado en las barbacanas defensivas de la historia, Putin teme a una Europa que es la que reconstruye Notre Dame, pero como monumento artístico, no como templo de Dios.

Pero Putin ha tomado el camino de no retorno. Aquel que le tiende el mismísimo diablo, aquel que le susurra al oído el ángel caído, el del susurro del espejo de Blancanieves. ¿Quién como tú, Putin? Ojalá un día, Dios permita que caiga de su caballo de huno, de la Horda de Oro, y como Saulo, pueda arrepentirse en su particular camino a Damasco, que es Kiev. Dios le ayude a ver lo que ha hecho y lo que piensa hacer. Solo la fe puede regenerar en estos momentos la vida sobre la Tierra. Y eso se llama conversión, y eso es confiar.

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