El humanismo cristiano de Charles Moeller

Cultura · Antonio R. Rubio Plo
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9 enero 2024
La editorial Encuentro ha publicado "Humanismo y santidad" de Charles Moeller. Un libro que, a pesar del paso de los años, ha mantenido su vigencia. En la obra se reúne seis conferencias pronunciadas en la universidad de Lovaina.

Los libros son también hijos de su tiempo, aunque su vigencia se mantenga con el paso de los años. Tal es el caso de Humanismo y santidad (Ed. Encuentro) de Charles Moeller, un gran teólogo y filósofo belga del siglo XX. El subtítulo de la obra es Testimonios de la literatura occidental y reúne seis conferencias pronunciadas en la universidad de Lovaina en los primeros meses de 1944, en plena guerra mundial y en una Bélgica ocupada todavía por los alemanes. Sin embargo, esos textos están pensados para el mundo que surgirá de las cenizas de la contienda, una época en la que se podría dar una nueva oportunidad al humanismo tras las atrocidades cometidas durante la guerra. Son algo más que unas reflexiones literarias y filosóficas, aunque sus protagonistas sean grandes clásicos de la literatura y la filosofía: Homero, Virgilio, Montaigne, Cervantes, Rousseau y Nietzsche.

Los conceptos de humanismo y de valores humanos han sido muy empleados a lo largo de los últimos siglos, y en no pocas ocasiones se han presentado como algo opuesto al cristianismo. Moeller hace hincapié en esta obra en la progresiva separación entre la fe y la cultura, que ha hecho del cristianismo un fideísmo, y, en consecuencia, la cultura para muchos cristianos se ha reducido a un pasatiempo. Ha surgido así un humanismo, que Moeller califica de escatológico, y que insiste en que la fe cristiana es algo ajeno a las realidades del mundo. No tiene, por tanto, mucho sentido interesarse en las obras maestras de la literatura y filosofía, porque el cristiano es un peregrino hacia la vida eterna, que debe evadirse necesariamente del mundo. El humanismo escatológico supone un desprecio por el humanismo terreno, en su versión clásica o en su versión romántica.

Foto: Encuentro

El resultado no puede ser otro que la paradoja de un gran vacío en el interior del ser humano y aunque no se busque expresamente, esto afecta, en definitiva, a la propia fe cristiana, porque Cristo es el hombre nuevo, pero no ha venido a abolir lo que de bueno y noble existe en el hombre. La actitud de muchos católicos en la época de entreguerras, y también años después, era la de suprimir los libros de autores como Proust, Joyce y Huxley. Sin embargo, Moeller afirma que no hay que suprimirlos, sino que hay que superarlos. Hay que ofrecer al mundo, en contraposición, la verdadera imagen de un Cristo al que no conoce, pues solo tiene de él una caricatura. No hay que despreciar el humanismo terreno, pero al humanismo hay que añadirle la santidad del cristiano.

Charles Moeller es buen conocedor de los clásicos de Grecia y Roma. Ve en ellos un alma y al igual que Péguy, piensa que de un alma pagana puede hacerse un alma cristiana. La sabiduría de la Antigüedad fue respetada por el cristianismo, y la Antigüedad, según Moeller, se comprende mejor gracias al cristianismo. Aunque nuestro autor apenas hace referencia a ellos, es evidente que los Padres de la Iglesia han conocido y apreciado la cultura grecolatina. En cambio, el clasicismo de Montaigne y Goethe, pese a beber en las fuentes de la Antigüedad, es mucho menos auténtico. Montaigne, por muy fiel que se manifieste a la monarquía y a la religión católica, se desliza hacia el escepticismo por su visión pesimista de la condición humana. En el clasicismo de Goethe ha desaparecido toda influencia cristiana, pues es un clasicismo que apuesta por el equilibrio e ignora lo sublime.

Se entiende, por tanto, que el humanismo romántico sea una reacción contra el humanismo clasicista, considerado como un racionalismo seco y académico. Es la reacción de Rousseau contra Voltaire, la exaltación del sentimiento y las ensoñaciones. Hay una búsqueda del absoluto, aunque por medios exclusivamente humanos. El hombre quiere serlo todo o nada. Nace la “religión” del yo, y con Nietzsche el paso siguiente será proclamar la muerte de Dios para que el hombre asuma el papel de Dios. Surgirá así el mito del superhombre, que en el siglo XX influirá en no pocos escritores, soñadores, un tanto locos y hastiados de la vida como Proust, Gide, Mann, Montherlant o Malraux. Son escritores de gran influencia en el tiempo en que Moeller pronuncia las conferencias que darán lugar a este libro.

No aparece en las páginas finales, a modo de conclusión, pero Moeller presenta como modelo de humanismo cristiano al don Quijote de Cervantes, que vive loco, pero recupera la cordura para morir como cristiano. Subraya que Don Quijote supo elegir entre ser sabio y héroe, y optó por lo primero, por la sabiduría cristiana, y añade que “sin ese desenlace, el libro pierde su piedra clave y pasa a ser un problema sin solución”.  Moeller podría haber sido un gran estudioso de la obra de Cervantes, pero centró sus esfuerzos en el análisis de la literatura del siglo XX, que, pese a sus apelaciones humanistas, se fue alejando cada vez más del auténtico humanismo, resultado de la armonía entre los clásicos y el cristianismo.


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