El franquismo, ¿época de páramo intelectual? (I)

Entrevistas · Francisco Medina
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10 marzo 2021
Dialogamos con Antonio Martín Puerta, profesor titular y doctor en Historia, que trató la cuestión en su libro El franquismo y los intelectuales, publicado por Ediciones Encuentro.

La necesidad de memoria democrática viene siendo algo continuamente repetido en los últimos tiempos; especialmente, en relación a nuestro propio pasado en España; en concreto, el régimen surgido de la sublevación del 18 de julio de 1936. ¿Realmente puede hablarse de una época de páramo cultural en ese período de 40 años? La realidad fue mucho más compleja de lo que hoy se piensa. Para ello, dialogamos con Antonio Martín Puerta, profesor titular y doctor en Historia, que trató la cuestión en su libro El franquismo y los intelectuales, publicado por Ediciones Encuentro.

Creo que, para empezar, puede ser interesante entender el carácter del régimen franquista, ¿fue un régimen autoritario o totalitario? ¿Por qué es importante esta distinción en el ámbito historiográfico?

Es una cuestión importante, de metodología previa. El libro El Franquismo y los intelectuales establece una relación entre cuál es la posición de los intelectuales ante un régimen. Por tanto, lo primero era saber qué tipo de régimen. Además, se hablaba de los intelectuales en el nacional-catolicismo, de modo que había una cuestión previa de metodología: establecer cuáles eran las características del régimen y las cualidades del nacional-catolicismo. Es muy corriente que la gente se ponga a hablar de totalitarismo o no totalitarismo exclusivamente por una cuestión de afinidades, hostilidades, antipatías o simplemente como piedras que se lanzan contra otras, pero eso no resulta serio.

Lo primero que hay que hacer, desde mi punto de vista, es captar correctamente qué significa totalitarismo. El totalitarismo, stricto sensu, significa que hay una tendencia a que todo o casi todo sea controlado por el Estado. El fundador de este fenómeno es Lenin con el totalitarismo soviético, un régimen que no puede ser más totalitario porque no hay nada que no sea del Estado. La mejor definición, sin embargo, la ejemplifica el fascismo italiano, que era muy aficionado a este tipo de formas: “todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado”. El fascismo quería ser un totalitarismo, pero le fallaban muchas cosas, porque no podía controlar bastantes elementos del Estado: no pudo controlar el ejército, en primer lugar; tampoco a la Iglesia; siguió existiendo la propiedad privada. Era un régimen totalizante pero nunca llegó a ser del todo totalitario. El nacional-socialismo lo es, en mucha mayor medida, y el comunismo lo era desde el inicio.

¿Por qué digo que este concepto no es correcto aplicarlo al régimen de Franco? Hay un estudio de Juan José Linz sobre las diferencias entre régimen autoritario y totalitario. Lo primero que debemos ver es cuáles son los componentes del régimen. Inicialmente, no se trata de establecer ni siquiera otro régimen alternativo. El golpe del 18 de julio de 1936 es, de facto, un golpe republicano que sale mal, porque la intención es mantener una república reconducida expulsando al gobierno del Frente Popular. Eso es todo lo que hay en inicio, pero el ejército no tenía ninguna pretensión de cambio de régimen, ni mucho menos de establecer un modelo de tipo totalitario, básicamente porque el ejército español tenía una formación de carácter liberal. Otros grupos que constituyen partes relevantes del régimen, como el carlismo, en modo alguno eran totalitarios, ni los católicos ni la Iglesia. Solo la Falange, pero hay que destacar que nunca tuvo los ministerios esenciales, como Hacienda o Gobernación, ni controlaba el ejército. Era por tanto una tendencia que tuvo un papel relevante pero hasta el año 1945 y poco más.

Esa es otra cuestión. Independientemente de que pudiera predicarse tendencias totalizantes a sólo parte del régimen –que quizá no las hubiera aplicado a todo, no lo sabemos–, sí es evidente que el régimen tuvo varias fases distintas. Hasta 1945, efectivamente, Falange tiene el papel más relevante de su época, pero tampoco llega a controlar más que ministerios no importantes.

En la segunda época, desde 1945 hasta los años 50, Falange ya ha perdido su protagonismo, y, en los últimos años, sólo es una de las fuerzas dispersas de las que se echa mano para nombrar ministros. Por tanto, no tiene sentido calificar al régimen de totalitario. ¿Podemos decir que es todo del Estado cuando buena parte de la educación -no la universitaria, pero sí la enseñanza media- está en buena parte manos de la Iglesia? La empresa privada sigue subsistiendo, el ejército no es el que controla el régimen. El régimen lo controla un militar, pero no es un régimen del ejército español.

Por otro lado, un sector claramente monopolístico del Estado en materia educativa es la universidad, pero no lo es porque Falange hubiera querido que lo fuera, es que venía siendo así desde principios del siglo XIX, cuando el Estado liberal genera un sistema que, en materia de educación superior, sí es totalitario y no deja ningún espacio a la Iglesia.

En esta línea, pensadores como Hannah Arendt, en su ensayo Los orígenes del totalitarismo, habían excluido la calificación de algunos regímenes autoritarios de la época –entre ellos, el franquismo– como totalitario.

En modo alguno puede predicarse esa naturaleza del franquismo. Había, eso sí, algunas tendencias totalizantes en uno de los grupos, eso es lo que había. Era un régimen fuertemente autoritario –sobre todo en su primera fase–, pero me parece perfectamente correcta la apreciación de Linz. Es un régimen muy autoritario, pero que no se puede calificar como totalitario si nos atenemos estrictamente a lo que significa totalitarismo: todo en el Estado.

En tu libro El franquismo y los intelectuales, hablas de la pervivencia de la Institución Libre de Enseñanza en el ámbito intelectual en la época franquista. ¿Cómo ha podido suceder esto?

La influencia de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) es uno de los asuntos más relevantes y que no se pueden perder de vista cuando se estudia la evolución de España; sobre todo en materia educativa y cultural desde mediados del siglo XIX en adelante.

La ILE se benefició de un hecho: primero, una crisis universitaria general que se dio en todos los países europeos. Las universidades las había constituido la Iglesia en la Edad Media, pero para actividades propias de la Iglesia (el estudio de la teología, historia, filosofía, latín, un conjunto de conocimientos del mayor interés pero que luego no servían para generar una élite civil que dirigiera un país). También estaba en crisis la de Oxford, como la española y todas las demás, como subrayó Adam Smith. Por tanto, hay que crear otro tipo de universidad.

La primera preocupación del liberalismo es excluir a la Iglesia de toda posibilidad de presencia en la enseñanza superior y hay un instrumento que será muy relevante: cómo se uniformiza la enseñanza universitaria. Y para entender esto hay que remontarse tiempo atrás.

En el trienio constitucional se constituye un instrumento que es la Universidad Central. Madrid no tenía universidad, existía la de Alcalá de Henares. Se constituye la Universidad Central, estrictamente, como universidad única donde se podía obtener el título de doctor, que iba a ser el modelo en el que las demás universidades se tenían que reflejar. En el caso de Alcalá de Henares, se recibe un comunicado oficial donde se les comunica su desaparición y que sus pertenencias y cátedras, etc., pasan a la Universidad Central. Sin más explicaciones. Esto tarda en consolidarse pero, en 1845, con el plan de educación de Pidal queda consolidado un modelo de universidad liberal que es uniformizador (el mismo sistema de estudios para todos), con tendencia a la secularización (a la Iglesia se la quiere tener sometida) y hay ya un instrumento que, en la medida en que caiga en manos de alguien que sepa qué hacer con él, va a tener muchas posibilidades de poder controlar la totalidad de la enseñanza en España.

El pensamiento católico es débil en esas fechas y hay personalidades (Balmes, o Donoso Cortés) pero tampoco es suficiente como para constituir un modelo alternativo. Quienes aprovechan perfectamente este modelo centralizado son los krausistas, sancionados en 1867 por el ministro Orovio. Con la revolución del 68 es donde se percibe la radical influencia de los krausistas y la que tendrá la ILE; y es que, entre los primeros decretos del gobierno revolucionario constituido tras la revolución de septiembre que expulsa a Isabel II, se acuerda el nombramiento del rector de la Universidad Central (en principio, se tenía previsto nombrar a Sanz del Río, pero, finalmente, será Castro). Ya tienen el elemento central para controlar la educación. Posteriormente, se producirá un reflujo en la situación con la Restauración: vuelve a haber un decreto que separa a los cargos nombrados por el gobierno revolucionario, pero Sagasta volverá a ponerlos en su sitio. Todo esto significa que tenían una fuerte implicación con los intereses del partido liberal y que tenían una influencia política notable.

¿Hasta qué punto la influencia de la ILE es importante? Durante el XIX se habló de sanciones a profesores y en 1876 se constituye la ILE. Es importante hasta tal extremo que cuando, en 1922, cuando el General Primo de Rivera pretende que se otorgue el reconocimiento de universidades a los centros de los agustinos del Escorial y de los jesuitas en Deusto, se produce todo tipo de reacciones desde las cátedras, disturbios…, y el  Dictador tiene que retroceder; ni siquiera él es capaz de sacar adelante un modesto ensayo marginal; precisamente, por la influencia de la ILE. Durante la II República, más aún, porque el reglamento para provisión de cátedras del 31 preveía que dos o tres de los cinco puestos estuvieran controlados, la Junta de Ampliación de Estudios, organismo oficial fundado en 1907, había venido recibiendo subvenciones -unos tres millones y medio de pesetas, en el año 31-32, según los datos disponibles-, lo que permitía un entramado de relaciones en términos de concesión de becas, viajes, etc.

Por otro lado, la ILE era exigente en el reclutamiento de sus miembros. Basta con echar una ojeada a personajes muy notables que proceden de la Institución, como Ramón Menéndez Pidal, Claudio Sánchez Albornoz o Ramón y Cajal. No eran gente menor, tenían un prestigio consolidado y razonable. La ILE también abusaba de su posición (como todo el mundo, salvo que tenga algún contrapeso, tiende a hacerlo), y, evidentemente, tendía a apoyar a los suyos y excluir a todos los demás. Una buena parte de la universidad se había ido constituyendo a partir de estas influencias de la ILE, y esto en España sucedía por la debilidad del pensamiento católico. En Austria sucedía todo lo contrario. Allí los socialistas se quejaban porque no había manera de que un profesor de izquierdas obtuviera una validación académica porque allí los que dominaban eran los que ellos llamaban los “clericales”. Personalidades tan conocidas como Freud o Kelsen tenían una pésima relación con la mayor parte del claustro porque allí el cristianismo social y el pensamiento católico habían adquirido una influencia enorme. En España, no. Aquí quien ejercía el dominio y acuñaba la educación era la ILE.

Esto no quiere decir que todos fueran extremadamente sectarios, pero ese era el trasfondo: un conjunto muy notable de profesores que tenían relación directa o indirecta. Hay un lema que lo ilustra muy bien Zulueta, un hombre prominente de la ILE, y cuando muere Giner de los Ríos dice: “además de la institución que conocemos hay una institución difusa, la ecclesia dispersa”. Pero esa “ecclesia dispersa” era enorme, porque había una red de relaciones muy consolidadas como consecuencia de esta implicación en la universidad, por lo que gran parte de los profesores estaban vinculados. Obviamente, con la guerra se producen todo tipo de desastres, crímenes, depuraciones, en ambos bandos, pero la universidad no podía desaparecer. Por tanto, lo que pasa es que buena parte de la universidad seguía teniendo esa base, era inevitable.

Hablando de las depuraciones en el ámbito universitario y académico, algo de lo que también se hace eco el anteproyecto de Ley de Memoria Democrática, ¿qué hay de verdad y qué hay de sesgo?

Todo lo que es el proceso de depuración es terrible. Muchos –que, en buena parte, eran gente entregada y la mayor parte no politizada, aunque pudieran tener sus simpatías y afectos–, ante todo eran profesores. A este respecto, hay que aclarar es que todos los profesores de enseñanzas media y superior fueron depurados. Todos pasaron por un expediente de depuración y a todos, sin una sola excepción, se les hizo un expediente de catalogación, tendencia, etc.

Dicho esto, hay un estudio muy interesante de Gregorio González de Roldán con unas conclusiones muy detalladas que indican que en la zona republicana se depuró a más profesorado universitario que en la zona nacional. Del total de catedráticos, en la zona republicana se separó a 147 y en la zona nacional a 134. Ambos depuraron y a todos los niveles. El libro La destrucción de la ciencia en España, de 2006 -con prólogo del antiguo rector de la Complutense Berzosa-, que decía que a partir de 1939 había habido 106 separaciones. En principio no hay por qué dudar de una lista que ofrece un estudio que entiendo que tiene sus razones para indicar quiénes han sido separados, pero me encontré, entre otras cosas, que el primero de la lista, Abad Conde, había sido asesinado en Madrid en 1936, había separado de la ciencia, pero de otro modo y por otros motivos. Aparte de bajas por enfermedad, jubilación, etc…, me encontré –consultado el Boletín Oficial del Estado– con que 25 de ellos fueron repuestos. Eso quiere decir que prácticamente un 80% de la universidad de la época de la República y anterior había sobrevivido. Ésa es la realidad. La ILE había creado un espacio muy notable y no se puede montar la universidad en dos días en cambio de régimen; evidentemente hubo generaciones nuevas de catedráticos, pero la masa universitaria seguía proviniendo de una formación que era la anterior.

Ciertamente, hubo depuraciones graves y víctimas, pero una buena parte de los profesores que desaparecieron se marcharon voluntariamente; se cansaron de España. También hubo casos de algunos que se marcharon y no quisieron volver, o volvieron muchos años más tarde. Dentro del drama humano y científico, que lo es, que supone una pérdida de profesores, hay que señalar la cifra exacta: en torno a unos 100-110, del total de unos 550 catedráticos.

En tu libro sobre los intelectuales y el franquismo, hablas también del papel de los exiliados en la conformación de la intelectualidad española. ¿Hasta qué punto tuvieron un papel importante?

Muchos de ellos se van durante la guerra, huyen de España: por ejemplo, Ortega y Gasset se marcha de Madrid; los que estuvieron en la Agrupación al Servicio de la República se marchan y tienen a sus hijos combatiendo en el ejército de Franco. Salvador de Madariaga se desvincula de ambos bandos, aunque tuvo una permanente animadversión a Franco. Pero muchos volvieron y algunos bien acogidos. Por ejemplo, Julio Rey Pastor regresa a España en 1954, es readmitido como catedrático, regresa a la Real Academia, siendo Ruiz-Giménez ministro de Educación, y otros, no sin dificultades porque había hostilidades, evidentemente.

En relación a la influencia de los exiliados, es verdad que Madariaga empieza a publicar libros suyos en los años 50, pero es relativamente común también en los 60 y no digamos en los 70. Pero su influencia es muy escasa y esto lo reconocen prácticamente todos los exiliados, como Francisco Umbral, que era extremadamente opuesto al régimen de Franco, que no da mucha importancia a la influencia del exilio. Aunque hay algunos que sí son relevantes, como Claudio Sánchez Albornoz -presidente de la República en el exilio-, que es, sin duda, uno de los hombres más influyentes y sus libros se publican tranquilamente, como los de Américo Castro. También lo es Juan Ramón Jiménez, cuyos libros se publican en España.

Pero, en general, son muy pocos de los que se puede decir que tengan una influencia determinante. España había ido generando un mundo propio donde algunos exiliados se habían ido reintegrando y la mayoría de los que se quedaron fuera no llegaron a tener excesiva influencia, salvo en algunos casos relevantes como los citados, y justificadamente, eran personalidades de máximo nivel, no cabe duda.

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