El franquismo, ¿época de páramo intelectual? (II)

Entrevistas · Francisco Medina
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21 marzo 2021
Continuamos el diálogo con Antonio Martín Puerta, catedrático de Historia y autor del libro El franquismo y los intelectuales (publicado por Ediciones Encuentro).

Se ha hablado de un intento fracasado de crear un pensamiento nacional-católico en el Régimen, ¿a qué crees que pudo deberse?

Una de las personas que más ha estudiado este periodo con una gran profundidad ha sido el profesor José Andrés-Gallego, aunque, en general, suele haber cierta unanimidad. Hubo mucha producción de carácter intelectual, aunque también hubo muchos críticos: se ha hablado muchas veces –uno de ellos, el profesor Cuenca Toribio– de que la existencia de mucha cantidad pero no tanta calidad.

¿Por qué no se pudo constituir este pensamiento? Para empezar, porque era un régimen mixto, con referencias distintas, y no todos tenían la misma opinión ni las mismas tendencias originarias. Inicialmente, el propio régimen había sido simplemente el resultado del fracaso de un golpe que lo que pretendía era el establecimiento de un régimen republicano, sí, pero autoritario, reconducido, dando mayor espacio a la Iglesia, pero tampoco ni mucho menos confesional; y estas tendencias existían porque eran tendencia consolidadas en la sociedad española y, por supuesto, en la universidad española, y en el propio mundo católico español, que, en ocasiones, tenía tendencias muy integristas pero no todo el mundo católico español se podía identificar con el integrismo. Había tendencias distintas.

Hay un momento en 1948-1949, cuando se inicia la célebre polémica cultural sobre Ortega, Unamuno, la asimilación de los intelectuales que son adversos o han tenido ciertas connotaciones de vinculación con el mundo liberal; en la polémica que surge entre Laín Entralgo y Rafael Calvo con motivo del libro de España como problema. Lo que se pone de manifiesto es que existen tendencias distintas dentro del régimen. Unos son más aperturistas culturalmente y otros lo son menos. Efectivamente, esa época todavía es dura, autoritaria, muy controladora, pero hay un dato que los historiadores ya perciben. El esfuerzo que se produce entre los años 40-principios de los 50, es enorme, porque la Iglesia es consciente de su enorme pérdida de protagonismo y de presencia social. Es un esfuerzo hercúleo de cristianización, de creación de colegios, instituciones, publicaciones… Un esfuerzo enorme por parte del mundo católico, pero ya se percibe a mediados de los 50 que se ha producido una cierta desvitalización, que los resultados, siendo, sin duda, importantes, no eran suficientes: se había revertido bastante la tendencia anterior, pero hubo sectores donde no se ha logrado penetrar del todo. Había encuestas que mostraban que entre universitarios y obreros el grado de impregnación era parcial.

Esto es relevante porque quiere decir que ese esfuerzo tan extraordinario está en fase de estancamiento. A finales de los 50 (y esto es importante decirlo porque, a veces, se dice incorrectamente que el Concilio es el que provoca la crisis de la Iglesia española), todas las series que se pueden analizar de seminaristas indican una clara tendencia al estancamiento ya a finales de los 50 y principios de los 60. Por ejemplo, en los ejemplares de la época de la revista Ecclesia (órgano oficial de la Acción Católica por entonces), ya se pueden leer artículos que señalaban que no estaba muy claro que se estuviese en condiciones de poder reponer todo el clero que tenían en tiempos de la República, a pesar de que la población en general sí había crecido, lo que significa que este esfuerzo ingente y muy meritorio del catolicismo español se estaba quedando en una fase de falta de eficacia. Esta crisis –que no es sólo de España sino general– da lugar a que en los años 50 ya se pongan en duda muchas cosas.

Por eso cuando llega el Concilio se piensa con mucho optimismo que llega una nueva etapa que va a acabar con suspicacias anteriores. No será así, pero lo relevante es percibir que ya en esos años había no una crisis, pero sí una tendencia evidente del catolicismo español, en todos sus términos, intelectuales, de capacidad de movilización, etc., es fácilmente perceptible.

Hablando de los cambios políticos internos y externos, ¿por qué la Ley de Principios del Movimiento Nacional de 1958 supone una decepción? A nivel externo, ¿hasta qué punto la firma de los Tratados de Roma en 1957 supone un empujón a quienes tanteaban otras vías distintas del nacionalcatolicismo?

Es muy importante percibir esta tendencia a la desvitalización de lo que han sido esas posiciones tan fuertes de los años 40 y 50. Hay un cambio político importante en la segunda mitad de los 50 que es el cambio de gobierno del 57 y la Ley de Principios del Movimiento Nacional, que es una expectativa de participación orgánica; de hecho Falange ya no aparece siquiera nominada en ningún documento aunque el término se siguiera utilizando.

El cambio de gobierno del 57 ya es distinto: aparecen dos ministros del Opus Dei –los llamados tecnócratas– que dirigían la política económica, y el panorama internacional, desde esos años, ya es totalmente distinto. Decía antes que es una época dura y exigencia, y lo es en España y en toda Europa. Las condiciones de vida en Francia, Alemania, habían sido muy duras, y hay una sensación de pesimismo en toda Europa. Esto es algo que se constata leyendo los textos de la época.

La creación del mercado común da la impresión de inicio de un panorama distinto, de que es posible superar esta crisis; y, efectivamente, en términos económicos es una creación muy brillante, pero también prevé una integración política en un futuro que no había llegado (aunque se pensaba que iba a llegar), pero eso genera otra ventana abierta que ya no es la traumática que había en años anteriores, que, sin duda, incluía sus aspectos de supervivencia propios de la posguerra, que no eran gratos desde el punto de vista humano y a la gente le gusta pensar en el futuro, no recordar acontecimientos traumáticos. Pues bien, hay una especie de ventana abierta a un horizonte distinto y eso forzosamente altera también las posiciones intelectuales en España. Pero, mientras tanto, ¿qué sucede en nuestro país? Que el régimen político no evoluciona, está cada vez más solidificado, más estancado, se prevé con la Ley de Principios del Movimiento Nacional ciertas formas de participación que finalmente no tienen lugar, y eso genera también decepciones.

En este sentido, ¿cómo podría explicarse la evolución de personajes como Dionisio Ridruejo, José Luis López Aranguren, Tierno Galván, Antonio Tovar o Joaquín Ruiz-Giménez hacia la oposición al franquismo?

El caso de Ruiz-Giménez es personal, había sido ministro y en 1956, debido a unos incidentes universitarios, con los que no tiene nada que ver, pasa a ser la víctima de un proceso del que le culpan sin tener ni siquiera competencia en la jurisdicción sobre el Sindicato Español Universitario (SEU). Él era ministro de Educación. Los falangistas generan una serie de hostilidades contra Ruiz-Giménez al final se siente maltratado, y, poco a poco, se irá separando del Régimen. Pero tampoco su posición es tan hostil con el régimen como se piensa. No es que fuera un resentido, es una persona que cambia, que percibe que el mundo también ha ido modificándose, ha tenido sus relaciones con entidades católicas supranacionales -donde se transmiten los nuevos criterios vaticanos-, porque hay otro elemento importante: la Iglesia, que también empieza a cambiar drásticamente a partir de los años 60. Es un background diferente, ya no se piensa en términos de una guerra civil sino de una futura sociedad europea, una integración, y, por lógica, ésto genera posicionamientos distintos.

Mientras tanto la universidad está en crisis con disturbios constantes, sanciones a alumnos y profesores. También hay personalidades relevantes del mundo académico que se van separando, y algunos de un modo drástico, como Tierno Galván, que había colaborado con la revista Estudios Políticos, es decir, con un medio intelectual falangista, o Aranguren, que era católico a su peculiar manera. Ruiz-Giménez también era católico –de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP)– y va asumiendo una posición muy izquierdista que, electoralmente, no le llevará a ninguna parte.

Dionisio Ridruejo era otro caso también personal. Creo que quizá se le ha alabado excesivamente como si fuera una especie de mártir de la libertad, de la independencia, pero es una persona que se siente profundamente decepcionada porque no le nombran ministro cuando vuelve de la División Azul, cosa que le molesta muchísimo, y además su principal valedor, Serrano Suñer, es cesado por asuntos familiares. Es cierto que eran intelectuales falangistas (como Antonio Tovar), que estaban de acuerdo con el régimen, pero, en algunos casos, también mantenían unas posiciones culturales propias.

En conjunto, al final en los años 60-70 es que el Régimen se ha ido desflecando, y eso sucede en todos los grupos, también en el Opus Dei (véase la polémica de Rafael Calvo Serer). El cambio drástico de la Iglesia es significativo, porque si el Régimen es confesional y resulta que uno de los dos elementos de la confesionalidad, como es la Iglesia, se separa de lo que la propia Iglesia había exigido, y a la que Franco se había sometido dócilmente, ya tenemos obviamente todos los elementos de crisis juntos.

¿Podría decirse que la contestación al Régimen habría nacido entre sus filas?

Dentro del Régimen, todas las fuerzas constitutivas –empezando por el ejército, pero también había un grupo de generales que no era particularmente entusiasta de Franco–, sobre todo los del inicio, los viejos militares vinculados a posiciones liberales eran relativamente partidarios de Franco, un ejemplo es Queipo de Llano. Los falangistas tenían evidentemente una mayoría a favor del Régimen, pero también había un grupo crítico notable. El carlismo, por razones de tipo dinástico, también se va a enfrentar con la solución institucional da y empiezan también a separarse.

Todos los grupos tenían un sector de afecto al Régimen y otro más reticente, me refiero a los propios grupos constitutivos del Régimen. Y la Iglesia igual. El profesor García de Cortázar reconoce que en la fase final del Régimen muchos de los enfrentamientos que tienen lugar dentro de la Iglesia católica son por el grado de franquismo o no franquismo de los obispos, no solo si más concilio o menos, o más reforma o menos, sino que efectivamente el franquismo es el resultado de una crisis histórica de España que implica muchas cosas y genera también fuertes adhesiones, sin lugar a dudas.

Todo se disuelve nada más morir Franco, que no tenía previsto ni mucho menos que el Régimen perviviera en los mismos términos en que había existido. Dentro del propio Régimen había tendencias que insistían en su absoluta fidelidad a Franco mientras viviera, pero en absoluto tenían intención de prorrogar el sistema más allá. Tenían una línea de adhesión estricta, otros de tendencia reformista, y otros incluso hostil. El Régimen no es totalitario, ni la Iglesia, y precisamente porque no es totalitario permite que estas tendencias estuvieran presentes, no estaban institucionalizadas pero existían.

En su libro habla de los sucesos de 1956 como inicios de cambio en la universidad, ¿en qué medida es un cambio?

1956 es el momento central de los años 50 y supone un cambio que en cierto modo algunos ya habían pronosticado. La chispa salta por un incidente, un grupo de gente, vinculados al Partido Comunista, que se enfrentan a los falangistas, pero sólo es una chispa. Es muy significativo que Pedro Laín Entralgo, que había sido falangista estricto y Rector de la universidad de Madrid, encargó que se hicieran encuestas a los estudiantes para saber cuál era su posición religiosa y política. Del resultado de las mismas se percibe un cambio muy rápido en la mentalidad de los estudiantes y de la universidad. Otra encuesta de Fraga en 1951-1952 dice que todos los estudiantes son extremadamente cumplidores con los preceptos religiosos, sin ningún tipo de desafecto hacia lo político o religioso, salvo grupos muy pequeños, pero estos informes, cuya objetividad no se pone en duda, empiezan a destacar que se está produciendo una separación afectiva de los estudiantes en cuanto a lo religioso y lo político, una discrepancia muy acentuada y muy rápida. Los informes de los años 1953-1954 ya son preocupantes, hasta los obispos empiezan ya a tomar cartas en el asunto y a emitir algún comunicado; el propio Franco pregunta por la veracidad de los datos -según pude comprobar en un documento que encontré en el Archivo de la Fundación Francisco Franco-.

Por tanto, en los años 50 por tanto ya vemos que empieza este proceso de separación, de pérdida de vitalidad y hostilidad frente a los valores de los primeros 15 años. En 1955-1956 el incidente de la calle Princesa ya es la chispa que provoca el cambio de gobierno, pero esa separación ya había empezado. Es muy interesante empezar entonces a leer en Ecclesia textos donde se denuncia que no se está consiguiendo todo lo que se quería: cifra de seminaristas, atonía… El mundo católico en los 50, sobre todo en la segunda parte de la década, ya percibe un declive de esa vitalidad que había habido. Pero el mundo católico era un eje central del Régimen y no solo la gente joven, sino muchos que habían estado vinculados en décadas anteriores, van a adoptar posiciones contrarias. Por eso es importante la fecha de 1956, un punto de inflexión que coincide con otros cambios, externos, el Concilio. Finales de los años 50 ya no se parece nada a principios de los 50, el panorama mental de un español joven o no ya es otro.

En conclusión, ¿no resulta algo atrevido hablar del franquismo como una época de páramo intelectual?

Eso me parece un tanto cómico. Hay varios libros ridiculizando el nivel intelectual, pero lo primero que debemos hacer es reconocer que la producción intelectual de España es la propia de un país que había tenido históricamente una situación de atraso muy notable. Esto no se puede dejar de lado: no podemos compararnos con Francia o Alemania, que tenía un 1% de analfabetos frente a nuestro 60%. Nuestra sociedad tenía muchas lacras, pero, con todo ello, España sigue siendo uno de los grandes países, no de cabecera en términos culturales, sigue siendo uno de los países que genera intelectuales notables. Por ejemplo, los años 20-30 son una época muy notable en España, simultaneada con unas cifras de analfabetismo terribles. No es un país menor ni secundaria. Claro que se fueron muchos intelectuales, pero muchos otros se quedaron y es absurdo pensar que en España no se produjo absolutamente nada desde el punto de vista científico.

Sin duda, sin la guerra las depuraciones nunca son un buen dato desde el punto de vista cultural, ni desde ningún punto de vista, pero hay que ponerlo en su dimensión adecuada. No es cierto que no hubiera un importante ámbito intelectual y hasta el propio Umbral, que era antifranquista acérrimo y siempre estaba ridiculizando, igual que Julián Marías, que se va de España por el acoso a su maestro Ortega, de modo que, con todas sus limitaciones, no se le puede considerar una etapa menor de la cultura, de ningún modo.

Pincha aquí para leer la primera parte de esta entrevista

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