El fanatismo y la interpretación de los textos

Cultura · Martino Diez
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10 marzo 2017
El fanatismo religioso tiene como característica específica, respecto a otras formas de extremismo, la de servirse del lenguaje de la fe como fuerza de movilización. En esto no hay nada sorprendente: la religión es una de las grandes fuerzas que impulsan al hombre. Resultaría fácil liquidar la cuestión afirmando que el fanatismo representa un uso oportunista de la religión para objetivos que le son ajenos, por ejemplo de naturaleza política, pero en realidad las cosas no son tan sencillas. La mayor parte de los fanáticos, incluidos sus líderes, actúa de buena fe, sin hipocresía. Negarse a medirse con este dato de hecho significa condenarse desde el principio a no comprender este fenómeno.

El fanatismo religioso tiene como característica específica, respecto a otras formas de extremismo, la de servirse del lenguaje de la fe como fuerza de movilización. En esto no hay nada sorprendente: la religión es una de las grandes fuerzas que impulsan al hombre. Resultaría fácil liquidar la cuestión afirmando que el fanatismo representa un uso oportunista de la religión para objetivos que le son ajenos, por ejemplo de naturaleza política, pero en realidad las cosas no son tan sencillas. La mayor parte de los fanáticos, incluidos sus líderes, actúa de buena fe, sin hipocresía. Negarse a medirse con este dato de hecho significa condenarse desde el principio a no comprender este fenómeno.

El fanático actúa por tanto de buena fe, y al hacerlo se sirve de una serie de textos religiosos. Por ejemplo, los comunicados del Isis están llenos de citas del Corán y de los hadith. Por tanto, una de las cuestiones es cómo estos son recibidos y cuáles son las reglas para una correcta interpretación de estos textos. Los cristianos acabamos de empezar el tiempo de la Cuaresma, donde nos acompaña un pasaje del Evangelio muy interesante que narra las tentaciones a las que Satanás somete a Jesús al inicio de su ministerio público (Mt 4,1-11). Si bien la primera de ellas incide en el deseo humano de Jesús de comer pan después de cuarenta días de ayuno, en la segunda tentación Satanás invoca un texto bíblico –versículos 11 y 12 del bellísimo Salmo 91– para sugerir a Jesús que se lance desde lo alto del templo: “Está escrito: «Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras»”. Pero Jesús responde a la provocación: “También está escrito: «No tentarás al Señor, tu Dios»”. Este breve fragmento evangélico muestra por tanto que un texto revelado, como es la Biblia para los cristianos, también puede prestarse a interpretaciones erradas.

Del mismo modo, en la época de la primera fitna, Ali advertía a sus soldados cuando los enviaba a luchar contra los jariyitas: “No les citéis el Corán, porque el Corán tiene muchos rostros. Tú citas un versículo y ellos citarán otro”. Ante la ambigüedad originaria del texto, la tarea consiste por tanto en definir las reglas para leerlo, cuando la ilusión más peligrosa es justamente pensar que no existen reglas. ¿Pero a quién compete la tarea de dictar estas reglas? Hoy en Occidente no es extraño oír a los no musulmanes explicando a los musulmanes cómo deberían interpretar el Corán o los hadith. Este ejercicio me deja personalmente muy escéptico. De hecho, una cosa es analizar un texto desde el punto de vista científico, en virtud de la universalidad de la razón humana que todos compartimos; y otra es proponer una interpretación vinculante a una comunidad de fe a la que no se pertenece. Esto puede llegar a pasar, como mucho, solo si se hace de puntillas y como una forma extrema de hospitalidad.

En cambio, lo que sí se puede hacer –y se debe hacer, también por respeto a las víctimas de los atentados terroristas– es, más que ofrecer las respuestas, plantear las preguntas. ¿Cómo interpretan los musulmanes este o aquel versículo, que por ejemplo es utilizado por el Isis para justificar sus actos criminales? ¿Cómo responden a su propaganda? Si el desafío del yihadismo produce el efecto de estimular una reflexión en estos ámbitos, el mal que este movimiento ha sembrado podrá convertirse en ocasión de bien.

Este artículo es parte de la intervención de Martino Diez, director científico de la Fundación Oasis, en el seminario celebrado del 22 al 23 de febrero en la Universidad de Al-Azhar de El Cairo “Sobre la lucha contra el fanatismo, el extremismo y la violencia en nombre de la religión”. Este seminario, presidido por el gran imán de Al-Azhar, Ahmad al-Tayyib, y el cardenal Cardinal Jean-Louis Tauran, marca la reanudación del diálogo entre Al-Azhar y el Vaticano.

Oasis

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