`El enunciado del diálogo en el seno de la ley es enriquecedor; fuera de ella suele ser destructivo`

Entrevistas · Juan Carlos Hernández
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18 febrero 2019
Entrevista a Eduardo Uriarte, ex concejal del PSE

Paginasdigital.es entrevista al gerente de la Fundación para la Libertad, que afirma que “la cultura desarrollada en los últimos tiempos, desde la memoria histórica a la defensa de minorías discriminadas, ha ido más a la búsqueda del enfrentamiento que a la resolución de problemas y al encuentro positivo en el seno de la sociedad”.

En un artículo suyo reciente afirmaba que “en el ADN del socialismo actual está inserta la búsqueda de acuerdo con los adversarios del sistema constitucional”. ¿Es algo coyuntural achacable a personas concretas que lideran el partido? ¿O es el socialismo, frente a los desafíos de la modernidad, lo que está en crisis?

El socialismo español padece una fuerte influencia del anarcosindicalismo, o de un obrerismo moral, siendo muy deficitario en cuanto a una cultura política suficiente. Esta naturaleza del socialismo español se debe fundamentalmente a dos causas: históricamente surgió bajo la hegemonía del anarquismo en la clase obrera española, y la debilidad política de las élites liberales que llevaron al fracaso sus dos proyectos más autónomos como fueron las dos repúblicas de resultados tan frustrantes.

Es decir, surgió condicionado por el anarquismo sindicalista y ante una política desprestigiada en manos de las élites de la Restauración. Por ello en la esencia del socialismo español está una espontánea reacción de rechazo al sistema político y una deriva permanente hacia el totalitarismo provocada por su excesivo sectarismo partidista y negación del republicanismo democrático. El social-liberalismo impulsado en la etapa de Felipe González fue un hecho coyuntural debido a la práctica reconstrucción del partido, al consenso constitucional, y a la necesaria primacía que la política impuso en el pensamiento político a la hora de constituir un sistema político democrático tras cuarenta años de dictadura. El social-liberalismo ha muerto desde la irrupción de Zapatero frente a Bono, y la colaboración de Alfonso Guerra en la derrota de éste, recuperando el partido sus orígenes filorrevolucionarios.

¿Vamos camino, parafraseando la famosa frase de Guerra en los 80, de que a este PSOE no lo va a conocer ni la madre que lo parió?

Si la madre que parió al PSOE fue la etapa de González es evidente que este partido tiene poco que ver con aquel. Pero la abuela del PSOE, la de Largo Caballero, sí lo reconocería mejor que la que ZP enterró, aquel PSOE más volcado en la revolución social que en erigir una república para todos.

Por lo pronto, la primera evidencia es que el “procés” es fuente de división y de fricciones tanto en el bando constitucionalista como incluso en los nacionalistas. ¿Cuáles deberían ser las pocas grandes cosas en que deberían llegar a un punto en común los constitucionalistas?

La primera y fundamental sería la de lealtad con el sistema, respeto republicano de la ley, abandono de mutaciones constituciones y concesiones ilegales en provecho propio para ganarse el apoyo de los adversario del sistema, el secesionismo y los populismos antisistema. Sin un marco de lealtad común, sin un núcleo constitucionalista, con iniciativas en un sentido positivo y constructivo, el sistema acabará por derrumbarse.

Ha advertido usted el riesgo de una irrupción de un nacionalismo español como respuesta al nacionalismo catalán. ¿Cuál es la frontera que separa un sano patriotismo de un nacionalismo excluyente?

Es lógico que ante la desaforada campaña de agresiones del nacionalismo catalán, en primer lugar, y del vasco, se haya promovido una reacción favorecedora del nacionalismo español. Pero este es también resultado de la pasividad y debilidad, y el desaforado enfrentamiento, de los partidos constitucionalistas. Todos los nacionalismos son un riesgo para la convivencia política, pues su destino es el totalitarismo, pero en el caso del emergente nacionalismo español éste debería ser objeto de cuidada observación y de evitación de provocaciones que lo enaltezca. Es decir, los partidos constitucionalistas deben corregir los errores que ha fomentado un nacionalismo que puede ser más peligroso que los de la periferia. Cosa que dudo en el PSOE que ha basado gran parte de su estrategia en fomentar ese nacionalismo para debilitar las opciones liberales o moderadas a su derecha.

Se ha manoseado en exceso la palabra diálogo. ¿Cuáles deben ser las condiciones para que el diálogo sea algo que pueda construir el bien común?

Fuera de la ley no hay diálogo político. Podrá haber diálogo para la subversión, pero no un diálogo que enriquezca la convivencia democrática. Sin embargo, hay que reconocerle a su enunciación una buena recepción por parte de la opinión pública porque es evidente que en el seno de las relaciones humanas el diálogo es un gran instrumento de convivencia. Pero cuando éste se usa como señuelo para escamotear los procedimientos y formas que regulan la base de la convivencia política nos encontramos ante un inicial y profundo sabotaje de la misma. Hace años, primero ETA y después todos los que deseaban conculcar el sistema, desde el pedestal del diálogo han apelado por destruir el sistema de convivencia en provecho propio. Cuidado con el enunciado del diálogo, en el seno de la ley y de los procedimientos que esta marca éste es enriquecedor, fuera de ella suele ser destructivo. Y normalmente se apela al diálogo cuando su promotor quiere vulnerar la legalidad.

Una vez que ha comenzado el juicio por el proceso de secesión, ¿además de una respuesta jurídica habría que dar otra política?

Sin un marco de lealtad común, sin un núcleo constitucionalista, con iniciativas en un sentido positivo y constructivo, el sistema acabará por derrumbarse

No es suficiente, ni lo ha sido, la respuesta judicial a un problema sustancial de la nación como es el de la secesión de una parte. Existe hoy un problema de cohesión política mínima al sistema que poseemos–con el que nos ha ido muy bien en estos años–. Ni Pedro Sánchez sabe lo que es una nación ni le preocupa, le basta con saber lo que es su partido. En general el partidismo español erosiona la adhesión a la república y sus instituciones. En una cultura partidista y sectaria la defensa de lo común es muy débil. Ni se saca la bandera –sólo en momentos de indignación y dramatismo–, ni siquiera tenemos letra en el himno, el discurso nacional se tararea, no te vayan a llamar facha. Lo cual constituye una aberración, hija del proceder de los partidos españoles, el carecer de una adhesión nacional, y especialmente esa desafección, procede de la izquierda dispuesta a anular o menospreciar los hitos de naturaleza nacional. Que, sin embargo, son imprescindibles como lo demuestra nuestra vecina República francesa.

¿Qué pedagogía sería necesaria para mostrar un proyecto más ilusionante que el nacionalista? ¿Qué proyecto es necesario para convencer, en positivo, a un ciudadano anónimo que cree sinceramente que el nacionalismo es lo mejor para su región?

Evidentemente, es necesario un discurso y una práctica constitucional y democrática por parte de los partidos políticos defensores en su día de la Transición. Una cierta reafirmación republicana, cediendo competencias y dignidad al Estado y a la sociedad civil frente al exceso de protagonismo de los partidos, directos responsables de la erosión democrática que padecemos. Con ello, la promoción de una cultura de convivencia política, frente a la hegemonía de las culturas del enfrentamiento. Pues la cultura desarrollada en los últimos tiempos, desde la memoria histórica a la defensa de minorías discriminadas, ha ido más a la búsqueda del enfrentamiento que a la resolución de problemas y al encuentro positivo en el seno de la sociedad. La democracia española necesita rapsodas, y cualquier líder de partido lo consideraría peligroso a los intereses de su partido.

Existe la posibilidad real de que permanezca una situación de bloqueo político según los resultados que se obtengan tras las próximas elecciones en abril, ¿qué panorama vislumbra?

Es previsible un resultado electoral muy equilibrado que en otra dinámica política no hubiera significado un gran problema. Pero el hecho de que el PSOE, desde el abandono del mismo por la generación de González, haya derivado hacia un izquierdismo que se alía con antisistemas y nacionalistas genera una pérdida de la estabilidad política.

Vamos hacia un enfrentamiento de bloques que recuerda demasiado al choque que se produjo en la II República, se está adoptando el lenguaje de aquella época, y es que la promoción de la memoria histórica tenía que acabar en la tragedia del pasado.

Dentro de lo malo, lo mejor es que gane el bloque de derechas y que éste reinicie el encuentro político necesario. La izquierda despreció la convivencia democrática.

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