El contrapeso del contrapeso

Editorial · Fernando de Haro
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10 septiembre 2023
La cuestión de la amnistía no es un problema de mayorías. Estamos hablando del corazón del sistema democrático y del contrapeso de las instituciones. 

España vuelve a estar incendiada políticamente. En realidad el fuego lleva 20 años ardiendo. Los hechos son conocidos. Pedro Sánchez, después de las elecciones de julio, necesita cinco votos más de los que ya tiene para ser investido de nuevo presidente del Gobierno. Esos votos se los puede dar Puigdemont que la semana pasada exigió una amnistía. En el entorno de Sánchez fue bien recibido el anuncio. Puigdemont ha renunciado, de momento, a un referéndum de autodeterminación. Las negociaciones están en marcha y los socialistas buscan un encaje de la amnistía en el ordenamiento legal. Algo muy difícil porque, en principio, no cabe en la Constitución y el mismo Sánchez y sus ministros lo han afirmado en muchas ocasiones.

El nuevo protagonismo de Puigdemont llega, paradójicamente, en un momento en el que jurídica y políticamente está muy débil. La justicia europea le ha retirado su inmunidad parlamentaria y su extradición a España desde Bélgica puede estar cerca. En las elecciones de julio el independentismo catalán sufrió una pérdida importante de votos. El apoyo social a la independencia disminuye.

La última amnistía en España fue la de 1977 y fue impulsada, fundamentalmente, por los comunistas. Aquella medida, alcanzada por un amplio consenso de las fuerzas que estrenaban la democracia, supuso el cuestionamiento del sistema jurídico de la dictadura franquista. En realidad toda amnistía supone una condena del orden precedente. Los socialistas saben que la nueva amnistía van a ir más allá de los límites constitucionales. Pero no tienen miedo. No tienen miedo porque la mayoría de los magistrados del Tribunal Constitucional están de su parte. Y no tienen miedo porque se sienten respaldados por los resultados electorales.

En julio se esperaba un importante desgaste de Sánchez. Se esperaba que muchos de los tradicionales votantes socialistas le castigaran por sus cesiones al independentismo durante  los últimos años (indultos, reforma del Código Penal, etc). Pero no ha sido así. Los socialistas se han visto reforzados en Cataluña. Y Sánchez y sus ministros argumentan que tienen el respaldo de la voluntad popular. Es cierto que los socialistas y sus socios cuentan con el apoyo  de una mayoría de los votantes. Pero es una mayoría de poco más de la mitad de los votos, la minoría en contra es de poco menos de la mitad de los votos.

En cualquier caso la cuestión de la amnistía no es un problema de mayorías. Estamos hablando del corazón del sistema democrático y del contrapeso de las instituciones.

Madison, uno de los padres de la Constitución de los Estados Unidos, siempre defendió una democracia representativa en oposición a la democracia directa del pasado, demasiado inclinada a convertirse en una tiranía de la mayoría. De ahí la necesidad de lo que llamaba una “inteligencia institucional”. Las constituciones europeas de postguerra tienen una especial sensibilidad a los excesos de las mayorías.

Estos días en España los viejos socialistas, los constitucionalistas, la derecha, muchos intelectuales critican lo que consideran una profunda traición al Estado de Derecho. Repiten una y otra vez  que hay que denunciar el asalto a las instituciones, proclamar la verdad de lo que está ocurriendo. Y los socialistas jóvenes repiten los números del resultado electoral. Steven Levitsky, politólogo y profesor en Harvard, explica que en este comienzo del siglo XXI, las democracias mueren no de forma repentina, sino por “deslizamiento”, por una lenta degradación institucional. Es el problema con el que nos encontramos.

El resultado electoral no es un aval para aprobar la amnistía. Pero certifica que una parte amplia, muy amplia, de la sociedad española no percibe ninguna amenaza en el deterioro del sistema de contrapesos. Y por eso no es suficiente para cambiar lo que habría que cambiar proclamar cuál es el error.  Esto es lo que los viejos socialistas no entienden.

¿Cuál es el contrapeso cuando el contrapeso institucional desaparece? Madison hablaba de la virtud. Hoy podríamos hablar de la energía de una experiencia social que hace posible que la que democracia sea algo más que el juego de las mayorías. La virtud es interés por el otro. Pero esa energía falta y esa energía no se recupera simplemente “declarando” lo que es justo y legal. Una declaración que no sea la expresión de una conquista social siempre es percibida como una imposición.

 

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