El camino es la solidaridad
¿La guerra ha llegado a un punto de inflexión?
La resolución que se votó en la Asamblea parlamentaria del Consejo de Europa, donde se califica como «terrorista» al actual régimen de la Federación Rusa, es muy importante, aunque ha tardado mucho en llegar. Pero sabemos que el tiempo cuesta muy caro en Ucrania, que está pagando el precio en miles de vidas, masacres, tanto de soldados como de civiles, entre ellos niños y ancianos. En Bucha se ha producido una agresión cuyos rasgos se parecen cada vez más a un genocidio. Los bombardeos de Kiev y de otras grandes ciudades, que han destruido el 30% de las instalaciones energéticas ucranianas, han sumido en la oscuridad a millones de personas, privándolas de agua y electricidad. Ya resulta imposible cerrar los ojos al hecho de que se trata de una guerra contra Europa, hasta el punto de que así lo ha afirmado claramente el jefe del Kremlin. No debemos pensar que se trata de un conflicto local del este de Europa. Toda la familia europea está siendo atacada. Hemos llegado a un momento histórico muy concreto y nuevo.
¿En qué sentido?
Esta toma de conciencia se está abriendo paso en las opiniones públicas y en los gabinetes políticos. El Alto representante de la Unión para asuntos exteriores y seguridad, Josep Borrell, ha jugado la baza de la diplomacia hasta el final, ha sido de los últimos en ir al Kremlin para intentar negociar y ha sido ultrajado por el comportamiento de sus interlocutores, que desertaron del campo diplomático para pasar a la agresión física. Es el momento de la verdad para una Europa que ya se ha hecho adulta, pero que aún tiene que crecer en todos los sentidos. El mensaje de Josep Borrell y de otros líderes políticos europeos, por el que cualquier ataque nuclear de Rusia contra Ucrania supondrá una respuesta militar de Occidente «tan potente que el ejército ruso será aniquilado», supone un escudo para Europa. Impide pasar al nivel siguiente en la escalada.
¿Cómo?
Nuestra capacidad de defender nuestra libertad con firmeza representa la única forma de evitar lo peor. Sin duda es una de las mayores lecciones que nos ofrece la historia contemporánea europea. Por fin se llama a las cosas por su nombre, y eso marca un punto de inflexión. Porque con los terroristas hay que hablar de otra manera. Eso no significa dejar de dialogar, pero hay que dirigirse a ellos de la manera adecuada.
Está a punto de publicar un libro titulado “Cuando Ucrania se levante. El nacimiento de una nueva Europa”, ¿qué Europa puede nacer de esta guerra, y cómo?
En la medida en que entendamos que la distancia entre la palabra y la acción ya no se puede tomar a la ligera. Porque las acciones tardías son más complicadas. Hay que pasar a un nuevo nivel de organización donde las sociedades democráticas adquieran más peso. Después de los bombardeos de octubre en Kiev y en otras ciudades ucranianas es evidente que se trata de un conflicto entre un estado autoritario y un campo democrático. Y lo que está pasando lo están siguiendo atentamente otros estados autoritarios. La única manera de evitar que los estados democráticos se dividan o se arruinen es comprender que todo se juega a nivel global. No podemos aceptar un mundo donde los gánsteres tengan luz verde para su violencia o, peor aún, para organizarse entre ellos. La verdadera fuerza de los países democráticos es la solidaridad, tomada en serio y encarnada. Los metales más resistentes son las aleaciones. Ante una prueba, hay que alear solidaridad, libertad y coraje. Después de los atentados terroristas de 2015, el Parlamento francés se puso en pie a cantar el himno nacional. Todos los países democráticos están invitados a cantar en pie un himno a la solidaridad y a la libertad.
¿Pero cree que Occidente está lo bastante armado, en sentido moral y espiritual, para responder a los discursos políticos y religiosos que se hacen en Rusia sobre los valores y la fuerza?
Es una buena pregunta. Pero la historia europea nos muestra las auténticas alternativas. En nuestra cultura solo han sobrevivido los cantos que exaltan la libertad del ser humano, no los compuestos por los tiranos. No hay una música de Hitler. Nuestra lengua y nuestra música están del lado de la libertad. Es bien sabido que no se puede ser feliz, cantar o tocar si no eres libre. Peter Bannister, un autor británico que vive en Cluny (Francia), ha vuelto a poner música a las palabras del Salve Regina -un himno que se cantó durante siglos de un extremo a otro de Europa, incluida Kiev, donde se cantaba en latín- retomando el verso «post hoc exilium» después de ver cómo los franceses acogían a los ucranianos. Este ímpetu vital de solidaridad, esta buena voluntad de la gente que comparte sus bienes y acoge a otros ha despertado un impulso excepcional que ha dado como fruto esta melodía en medio de este annus horribilis. Las tentaciones de autodestrucción en la Europa de hoy deben hallar su antídoto. Basta ver la destrucción social que provoca un estado autoritario. En Rusia, el número de personas que se provocan automutilaciones para no ir a la guerra revela todo el horror de este proceso autodestructivo. Nos hace entender que este no es el ejemplo a seguir.
¿Pero cómo responder?
No debemos dejar que el miedo nos divida ni ceder al chantaje del frío, el hambre y la pobreza, pues es como un dragón de muchas cabezas que solo puede vivir a cambio de que se acepte el miedo como eje de la acción política. Frente a ese discurso sobre los valores, ¿Europa mantiene realmente virtudes como el coraje, la libertad y la solidaridad?
Muchos en Europa están impresionados por la resistencia ucraniana, ¿por qué están dispuestos a morir?
La pregunta «por qué» estamos dispuestos a morir resuena en cada uno de nosotros desde el 24 de febrero, en todas nuestras conversaciones. Pero lo que realmente puede ayudarnos a aclarar cuál es la dirección adecuada es pasar del «por qué» al «por quién». La gente siempre tiene razones profundas para tomar decisiones capitales, y no es nada fácil descifrar las motivaciones personales en el rostro de aquellos que hacen cola para enrolarse en el ejército ucraniano. El 30% son mujeres. ¿Por qué estamos dispuestos a morir? Durante todo el invierno de 2013, el de la revolución de la dignidad en el Maidán, estuve muy agitado y preocupado por todas las noches que mi hijo pasó en la calle. Ir o no ir al Maidán significaba para mí estar con una de las personas que más quiero. Esta solidaridad concreta, arraigada y reforzada por la prueba es lo que me dio coraje, a mí que estaba acostumbrado a reflexionar y vivir entre libros. Del mismo modo, cada gesto de solidaridad que tiene lugar hoy en Ucrania solo es posible porque lo hacemos para apoyar a nuestros amigos, alumnos y seres queridos que luchan por la libertad. Esta toma de conciencia también es necesaria en Europa. La posibilidad de tener una conversación libre, como la nuestra aquí y ahora, sirve de apoyo a los que están en el frente.
¿Qué os permite resistir?
Para la portada de mi libro, le pedí al fotógrafo Dmitro Kozatski, que retrató a los defensores de Mariupol, que me regalara una de las últimas fotos que hizo antes de ser prisionero (luego fue liberado). En el sótano de una fábrica, un ser humano eleva sus brazos hacia la luz. Es una imagen crítica. En ese rayo de luz se dibuja una especie de eje antropológico: ¿qué hay de invencible en el hombre, qué le permite volver a levantarse a pesar de los bombardeos, y no bajar los brazos? A veces basta con ese rayo. A veces son contactos personales. Al principio de la guerra concedía hasta diez entrevistas y siempre me preguntaban: «¿Estáis viviendo un infierno?». Entonces les contaba. Pero algunos periodistas ensanchaban el horizonte y ahí podía hablar de la resistencia, de Hannah Arendt, de la libertad… A veces, la calidad de la escucha y del intercambio desvela y despierta nuestra capacidad de ser más fuertes de lo que podíamos imaginar. Con sus preguntas, el otro nos ofrece una escalera no para bajar, sino para subir.
¿Qué imagen le acompaña ahora?
Justamente la de ese rayo de sol, fuente de la fuerza que guía a los astros del universo, como canta Dante en la Divina Comedia. En todos los sótanos logra filtrarse algún rayo, yo mismo lo experimenté en marzo, contemplando un pequeño sol que filtraba su luz por un intersticio entre dos sacos de arena y al que yo saludaba todas las mañanas. Intenté fotografiarlo, pero salía nada, tal vez porque existiera sobre todo dentro de mí. Por el contrario, la foto de Dmitro Kozatski muestra la experiencia que viven millones de personas. San Juan lo dice muy bien: las tinieblas pueden acoger la luz. Otra obra encarnada en la que resuena mi experiencia es un pequeño canto de Valentin Silvestrov para la comunidad de Taizé. Sus palabras son un canto navideño que dice que no son buenas las intenciones de cambiar el mundo, sino la encarnación: «Alégrate, Tierra entera, el hijo de Dios ha consolado a su pueblo». No mediante gestos estratosféricos sino naciendo -como Jesús- en medio de los inocentes asesinados por Herodes, precursor de Poncio Pilato. Esta pequeña encarnación es lo que cambia el mundo, y este pequeño canto refleja este minimalismo que se opone al monumentalismo de los tiranos.
¿Qué papel ocupa la fe en esta capacidad de resistencia?
Una de las lecciones fundamentales de este año es que justo a partir de la encarnación podemos entender que la humanidad es capaz de hacer milagros. Todavía recordamos el caso de Melania, la niña salvada por su madre, que la protegió con su cuerpo durante un bombardeo en Mariupol. Esta realidad es necesaria para afrontar la suerte de los 300.000 niños detenidos y deportados a Rusia. Para resistir a la tentación de desnaturalizar la fe con un discurso sobre los valores tradicionales, hace falta que nuestras convicciones estén firmemente arraigadas en la acción caritativa y en una filosofía de lo humano que precede a cualquier discurso sobre la fe. Tal vez un día podamos retomar las palabras de Tertuliano que dicen que el ser humano es por naturaleza cristiano, pero solo podremos hacerlo si somos verdaderamente hombres. De otro modo, sería una impostura.
Artículo publicado en https://www.lavie.fr/actualite/geopolitique/constantin-sigov-ce-qui-se-passe-en-ukraine-est-scrute-par-les-autres-etats-autoritaires-84846.php
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