Educar en la época de la fragilidad

Sociedad · Emilia Guarnieri
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26 marzo 2024
"Educar es una cuestión de amor a lo humano" (Luigi Giussani). "Mientras uno tenga pasiones, no dejará de descubrir el mundo" (C. Pavese). "Sólo el asombro conoce" (Gregorio de Nisa).

Educar, descubrir, conocer, todas son experiencias humanas que, de alguna manera remiten al colegio, a este ámbito que para muchos es cercano y familiar. Mirando a la escuela de hoy, uno se pregunta si no es una paradoja evocar factores como el amor, la pasión, el asombro. Desgraciadamente, de hecho, lo que destaca en este ámbito no es el trabajo silencioso, fatigoso, apasionado y el compromiso de muchos (profesores y alumnos), sino el clima de violencia, miedo, tensiones, necesidad de defenderse, como si incluso las aulas se hubieran convertido en una trinchera cotidiana. Constantemente se denuncian episodios de directivos y docentes ofendidos y agredidos (por alumnos, pero también y quizás con mayor frecuencia por padres), de chicos acosados por sus compañeros. Episodios que hablan de conflictos, malestar y fragilidad que no pocas veces tienen finales trágicos. Fenómenos en aumento. Historias que desgraciadamente conocemos y de las que no es necesario dar noticia. No hace falta repetir el dolor que despiertan. Sólo hay que preguntarse: «¿De verdad los adultos ya no somos capaces de hacer frente a la interminable demanda de educación que hay detrás de estos episodios?”.

¡Cuántas normas somos capaces de aprobar! ¡Cuántos planes seguimos lanzando!

Y mientras tanto, la vida en las escuelas, especialmente en los institutos, sigue planteándonos nuevos retos. En Italia han comenzado las ocupaciones de centros por parte de los alumnos. Tienen reivindicaciones relacionadas con las instalaciones, cuestiones relacionadas con la evaluación, pero también cuestiones políticas de gran actualidad, principalmente la solidaridad con el pueblo palestino. Según una mala praxis aprendida de los padres, las ocupaciones también han sido fuente de daños, a veces considerables, en las instalaciones escolares, provocando una circular ministerial circunstancial para, con razón, sancionar. Sanciones financieras, sanciones disciplinarias y probables suspensos.

Pero estos alumnos que ocupan, que hieren y lesionan a sus profesores, que intimidan a sus compañeros, son los mismos jóvenes a los que no podemos dejar de mirar como esperanza y recurso para el futuro. Un gran educador de nuestro tiempo, don Luigi Giussani, ya dijo hace treinta años: «A través de los jóvenes se reconstruye una sociedad; por tanto, el gran problema de la sociedad es, en primer lugar, educar a los jóvenes». Y hoy, treinta años después, la condición de los jóvenes ha alcanzado cotas de tal malestar que quienes trabajan en la escuela, sean estatales o concertadas, no pueden dejar de plantearse las cuestiones que hay detrás  de tal malestar. Familia, profesores, nadie que tenga algo que ver con los jóvenes puede escapar al clamor de esta generación.

Con Angelina Mango en Sanremo gritaron ‘Me aburro. Muero sin morir en estos días de costumbre. Vivo sin sufrir. Para acabar con el aburrimiento muero porque morir hace los días más humanos’. ¿Tiene algo que ver la escuela con este aburrimiento? ¿Tiene algo que ver con esta muerte y esta vida? ¿Puede ser un recurso? ¿Para que los días no sólo se utilicen, como canta Angelina, sino que se vivan?

Hoy en día, el mundo de la escuela está atravesado por continuas innovaciones y minirreformas. Cambios en los exámenes finales, cambios en la evaluación, introducción de nuevas disciplinas. Pero hay un factor ineludible, que si no entra en juego, condena a la escuela a un alejamiento definitivo del alumno. Es la estima por el niño que tienes delante. La estima y la ternura por su corazón, por su deseo de vivir, por su libertad. Es ese hecho de amor hacia lo humano lo que, como dice Giussani, hace falta para educar. Esa mirada de estima que puede destruir los muros de la extrañeza y «liberar» en los niños la pasión y el asombro.

Un profesor que conocí solía decir: ‘cuando entro en clase por la mañana pido que todo lo que hago o digo esté a la altura del deseo de mis hijos’. Un deseo de ser amado y provocado para que crezca e invada el espacio de la vida. Porque, como decía don Giussani, «el deseo es como la chispa que pone en marcha el motor. El deseo abre al hombre de par en par a la realidad». Por eso Pavese puede decir que mientras haya pasiones, se seguirá descubriendo el mundo. El mayor reto al que puede enfrentarse un profesor es el de un chico que no tiene pasión, aquel al que lo que la escuela le propone a diario no le interesa, no le alcanza  el corazón. Y esa mirada plana y somnolienta, esos dedos que nunca querrán despegarse del móvil, ese cuerpo que a menudo también está doblado físicamente, te desafía. Si un día le ves levantar la cabeza, significa que se ha encendido la chispa. Esa libertad se está abriendo para verificar lo que le estás proponiendo. Y en ese momento todo lo que has puesto en marcha con amor, paciencia y competencia puede empezar a dar sus frutos.

Porque hoy realmente se necesita mucho amor y mucha sabia profesionalidad para navegar en el mar de la enseñanza. Y para proporcionar las herramientas adecuadas para enfrentarse a un mundo que estará cada vez más habitado por la Inteligencia Artificial y por un mercado laboral cada vez más exigente y selectivo. Si queremos a estos niños, tendremos que aprender que las habilidades blandas no son un extra opcional, sino algo cuyo aprendizaje debe abordarse seriamente. Que las disciplinas STEM (el conjunto de disciplinas científicas) no son enemigas de una aproximación humanística al conocimiento, sino que, por el contrario, son funcionales precisamente a la adquisición de esas competencias transversales (pensamiento crítico, creatividad, comunicación, colaboración) que hoy demanda cada vez más el mercado laboral.

¡Cuánto amor hace falta para buscar lo mejor para nuestros jóvenes, para dejar espacio a todo recurso emergente, para no ser esclavos de lo que ya sabemos, para dejarnos interpelar por sus preguntas¡.


Lee también: Nuestros jóvenes y esa pregunta de Barbie


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