Ébola, el diesel se ha terminado
La realidad de la epidemia de Ébola es muy grave. Desde nuestra aparente seguridad, la sucesión de noticias intercaladas entre otras de guerras, crisis y referéndums, no permiten apreciar una situación, catastrófica en Sierra Leona y Liberia, que puede desbordarse a otros países de la región como Nigeria, Senegal o Guinea Bissau. En las próximas semanas el número de afectados superará las 20 mil personas, en una región donde viven 26 millones.
Esta realidad, que en ocasiones precedentes se había producido en zonas remotas y aisladas, se está dando ahora en las ciudades capitales, produciendo ya escasez de alimentos y una tensión social difícil de predecir.
El colapso del sistema sanitario hace que cualquier otra enfermedad o tratamiento no pueda llevarse a cabo pues los hospitales no pueden funcionar con normalidad. Muchos hospitales y centros de salud ya han cerrado, y aquellos que siguen abiertos se encuentran saturados o metidos a combatir el Ébola, por lo que no atienden al resto de enfermedades.
Podemos perdernos en enumerar los factores de esta epidemia: elevada exposición a la enfermedad, ignorancia, prácticas erróneas en el tratamiento y protección, temor en el personal sanitario, poblaciones dispersas y ausencia de fronteras, y sentirnos sobrepasados y sobrecogidos por la inexistencia de espacios disponibles para la multitud de casos, la ausencia de ayuda médica especializada, la muerte hasta la fecha de trescientos trabajadores sanitarios.
Podemos desesperarnos mencionando la retahíla de necesidades: formación urgente, seguimiento a las familias, atender sus gastos, educar a la población, etc. y viendo que todo parece descansar en apenas unas pocas ONG como Médicos sin Fronteras, Cruz Roja, o San Juan de Dios. Las primeras estimaciones de la OMS para contener el virus son de más de 330 millones de euros con una intervención de apenas seis meses.
“En las enfermedades tropicales aflora un mecanismo maligno, una casi inteligencia sádica, que destruye la vida de los que viven aquí”, escribía Alberto Reggiori en su magnifico libro “Dottore, è finito il diesel” (Doctor, el diesel se ha terminado), sobre su vida en Uganda. A pesar de haber transcurrido 30 años, su relato es de elocuente actualidad.
El capítulo dedicado al Ébola es posiblemente el más estremecedor, y el sacrificio del Dr. Lukwya cuidando a sus enfermos en el Hospital St. Mary’s de Lacor en Gulu no se entendería sin las palabras de su viuda: “te agradezco, Jesús, por el don de mi marido, que ha sabido ofrecerse por sus enfermos y por tu Gloria”.
El problema, por tanto, no es cuadrar las cuentas, lograr el equilibrio, sino que “el criterio es otro, buscar lo único necesario, aquello de lo que habla el Evangelio, el tesoro escondido, y tratar de seguirlo sin reservas, sin vuelta atrás después de poner la mano en el arado”. Así de escandalosas suenan las palabras de alguien que conoce bien la enfermedad y el terreno.
El “encuentro corta de raíz todas las objeciones estúpidas o superficiales, y cualquiera puede entender que en el misterio del sufrimiento africano estamos todos involucrados y que no son suficientes palabras mágicas para ajustar la realidad. Es necesario primero mirar a la cara a la realidad del que sufre con afecto y compromiso y posteriormente cabe discutir sobre su destino”.
No se puede añadir mucho más a las palabras con que hace algunos años presentaba su libro en el Meeting de Rímini: “La realidad tiene algo más, la realidad no es sólo algo que se ve, sino también es toda una red de relaciones, una libertad, un destino que trabaja y juega en esta realidad. Esto es algo que no vemos, pero de lo que estamos seguros, porque lo hemos experimentado, que es un destino bueno, y entonces podemos mirar la realidad con esperanza. Esto, para mí, es el significado del título: que el diesel está terminado no es el final de la vida, hay un destino que es bueno en todo esto. Esta es la verdadera razón de la esperanza, no sólo en África, sino de todos los hombres, de cada uno de nosotros”.